Capítulo I

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Antes de empezar a relatar esta historia me gustaría dejar presente el hecho de que, los datos ingresados en esta historia pueden ser no del todo correctos, por eso, agradecería de ante mano que no se enojen si algún hecho histórico no cuadra con la historia ya que esta misma es solo ficcional.

Por otro lado, aun que la protagonista es española, me gustaría aclarar que este texto no va a estar escrito con su vocabulario, maneras de expresarse, acentos, y costumbres dado que la escritora, en este caso yo, no procede de España, por lo tanto no está familiarizada con lo mencionado.

Les agradezco las molestias, y disfruten la lectura.

- Mia.

— ¿Alteza?

Observo a Margarita entrar por la gran puerta de madera y dirigirse hacía mi cama. Como todos los días desde el invierno, ya se está haciendo una desagradable costumbre, me levanté demasiado tarde.

Me levantaría y le diría que puede retirarse, pero no voy a negar, que los tratos de Margarita me agradan.

— Alteza, por favor levántese. El príncipe Antonie está aquí para verla, ¡al igual que sus padres! —  Me levantó  apurada y asustada. Al hacerlo espanto también a mi criada Margarita, tan fiel y atenta, pero también algo anciana, y hago que retroceda asustada, al igual que a mí me había sucedido. Pero eso no me preocupa ahora, ¡el rey de Francia, con su reina y el príncipe, mi futuro esposo, están abajo esperando, y yo sigo en mis aposentos sin cambiarme!

— ¡Ladys! — gritó, con un tono no demasiado adecuado para una princesa, pero en estos momentos no es de importancia mayor.

Mis cuatro damas de compañía, Edna, Juana, Primavera y Felicia entran rápidamente a la habitación, y me ayudan con el vestido, mientras que otra de las doncellas acomoda mi dormitorio. Margarita mientras tanto, acomoda mi larga cabellera rubia en un bonito rodete, y Felicia me aplica el maquillaje y me acomoda las joyas. Por último, Juana me ayuda a calzarme los zapatos mientras que Edna me hace compañía hacía la puerta.

Entro a la sala de trono acompañada de mis cuatro doncellas detrás, y el príncipe Antonie se acerca a saludarme. Como una dama educada, respondo al saludo con una cordial reverencia.

— Buenos días Amelia — saluda con una sonrisa pícara e interesante. 

Antonie, es apenas más alto que yo, pero posemos la misma edad. Quince. El príncipe es dueño de una magnifica cabellera dorada, y tiene lindos rasgos y unos hermosos ojos azules, al contrario de mi persona, que posee unos verdes ámbar. Su vestimenta del día es tan simple como la mía, la de él, conjunto azul hecho a la medida, mientras que la mía, vestido rosa. Bastante alegre, por así decirlo.

Me acercó al Rey de Francia y les presentó mis saludos.

—  Bonjour Messier.

Al igual que cualquier diplomático, puedo hablar con fluidez cuatro idiomas. Español, francés, ingles, e italiano. Sin embargo, al estar en mi corte, hablamos Español, a mi comodidad. Algo que me hace sentir un poco más tranquila para ser sincera.

Conocí  mi prometido a la edad de cuatro años. En esos momentos, yo no tenía idea de que nuestros padres estaban haciendo una unión católica importante, que me convertirían en reina de dos países destacados en fuerza tanto en poderío económico como político. Ahora por supuesto, entiendo todo lo que conlleva; sin embargo, por esos tiempos, nos dedicábamos a jugar. Nuestro juego preferido eran las escondidas nocturnas, y bien entrada la noche, cuando ya estábamos muy cansados para seguir corriendo, nos recostábamos en el pasto a ver las estrellas. 

Para ser honesta, tengo buenos recuerdos con Antonie.

Entrada la tarde, mis padres y los de él se encerraron en lo que me gusta llamarle "el salón mapa" ya que ahí hay un mapa, del tamaño de una pared, con todo Europa dibujado en el. Es hermoso, pero no tengo permitida la entrada. Vaya a saber el por qué. No importa, cuando sea reina, tendré permitido entrar allí.

Antonie, aparece por mi espalda, mientras observaba en el patio del castillo a mi hermana pequeña, Sofía, jugar con sus damas de compañía. A veces me gusta observarlas jugar, con un pequeño libro en la mano para cuando verlas se torne aburrido. Como un día perfectamente despejado como hoy, no le iba a dar la espalda a mi placentera costumbre.

— Hola Amelia, bonito día ¿verdad? 

—  Muy bonito Antonie, ¿Qué haces por aquí?

— La verdad es que estaba buscando. Algún día vamos a ser los reyes de todo esto, y no sé tú, pero planeo llevarme bien con mi reina. Tal vez, más que eso.

— Que emocionante. ¿Y cómo planeas hacer eso? Sabes, pueden obligarnos a casarnos, pero no a que nos llevemos bien. — No se lo digo enojada. Si es necesario que lo sepan, me llevo bastante bien con Antonie. Hace unos meses, empezarnos a escribirnos por correspondencia, pero por el pésimo servicio real, solo llegamos a mandarnos unas siete cartas, de todas formas no me quejo. Con el servicio básico de los ciudadanos, habríamos llegado a mandarnos aproximadamente, tres cartas.

Antonie sonríe. Sonríe mucho. No lo culpó, tiene una sonrisa hermosa, formada por dientes perfectamente simétricos y blancos.

— Siempre me gustó tu cabello —  me comenta con su atractivo acento francés. 

— Eso es porque es igual al tuyo — replico, riéndome. —  Y todos sabemos cuánto te amas.

—  Yo no diría que es igual. Verás, es más claro. No dorado. Es más como un... amarillo tirando a blanco. 

— Sabes mucho de colores. Me preguntó cómo es que sabes tanto de mi tono de cabellera, si esta es la primera vez en tres años que nos vemos. 

— Pues, soy muy observador. Pero eso no es porque lo sé. Tus padres me mandaron un retrato tuyo, si debes saberlo. En el que posas con el hermoso vestido verde aceituna.

—  ¡Completamente embarazoso! —  replicó un poco exaltada. —

— No, no lo es. Es muy hermoso. Y además, te traje un regalo. Espero que combine. —  y me tiende una pequeña caja rosada, con un elegante moño en la atadura.

— Ah, pero eres todo un galán. —  Ahora soy yo la que pone una sonrisa pícara al abrir una preciosa corona de diamantes. 

Esa noche, escuchó desde mis aposentos a los soldados de Antonie, conversando en la puerta de su príncipe.  Sonrió un poco al saber que está a unos escasos metros de distancia, y me quedo dormida pensando en la vergüenza de mi comprometido, al ver cuánto me había gustado su presente.

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⏰ Última actualización: Nov 13, 2014 ⏰

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