prólogo

755 57 18
                                    

La familia Nott era lo que se podría tomar como "la familia perfecta", o al menos eso aparentaban. Un padre trabajador, una madre que nunca tuvo que mover un dedo para tener algo a su alcance, y un hijo único con el cual parecían muy felices y conformes.

Tenían una importante posición entre los magos, y eso Theodore lo sabía. Sabía que había que mantenerla, y que por más que no todo fuera perfecto, tenía que aparentarlo. No era tan difícil de entender para el pequeño.

Él tenía un padre ausente, lo cual no le importaba ya que el amor que le daba su madre le alcanzaba para cubrir el de ambos. Muy de vez en cuando cenaban los tres juntos en la mesa, su padre casi nunca estaba, y su madre prefería cenar en su habitación a tener que ver el plato enfriarse sobre la mesa. Así que el pequeño Theodore cenaba en compañía ocasional de los elfos de su casa: pero el comedor aún se sentia vacío.

Cuando su padre no pasaba la noche en casa, cosa bastante comun, el niño dormía con su madre. Iba a mitad de la noche, le tocaba la puerta y miraba sus pies descalzos, semi-cubiertos por el final de su pantalón de pijama. Su madre abría y lo invitaba a dormir a su lado.

Su suerte no le duró demasiado. Theo, en un frío día de enero, durmió y se despertó cerca de la media noche como siempre que su padre no llegaba. Se levantó de su cama, no se molestó en calzarse, y cruzó el pasillo en penumbra hasta la habitación de sus padres. Tocó la puerta, pero no hubo respuesta, solo un vago murmullo. Tocó dos veces más, y al obtener el mismo resultado, abrió la puerta.

Su madre, sentada en el piso y mirando fijamente a los ojos azules del niño, su cara como un papel y su apuntándose con su varita a la sien. Theodore no tuvo tiempo de reaccionar, pero de haberlo tenido tampoco hubiera podido. No entendía lo que pasó, no captó el hechizo con el que se suicidó mas que un leve movimiento de sus labios.

Se acercó temeroso e intentó inutilmente sacudirla a ver si reaccionaba. Le cayó una lágrima, la cual rápidamente secó ya que, como oe dijo su padre, los hombres no lloran. Se paró, y fue a buscar a los elfos para que lo ayuden a hacer algo.

₍...₎

Las horas que vinieron luego de este suceso no fueron lo que se puede denominar "tranquilas". El señor Nott muy alterado, los vecinos que no tienen nada mejor que hacer a las altas horas de la madrugada, los del ministerio que se presentaron por el uso de una maldición imperdonable, los elfos tratando de calmar el ambiente, y el pequeño Theodore sentado en el sillón de la sala.

No lo entendía. ¿Por qué su madre?, debía ser una pesadilla. Eso significaba no más de su amor, no más risas cuando esté aburrido o triste, no más visitas a medianoche descalzo, no más de sus abrazos y besos. Pero no, no se permitió llorar. Solo observó la capacidad con la que su padre trataba todo, y deseó que aquello no le doliera.

₍...₎

Con el paso del tiempo encontró refugio en los elfos de la casa, ya que la mayor parte del tiempo eran ellos quienes estaban para el pequeño pelinegro. No pudo volver a dormir por su propia voluntad, tuvo que comenzar a tomar pastillas y pociones para conciliar un corto sueño.

A las altas horas de la madrugada, cuando su padre no volvía y él decidía no tomar medicamentos, daba paseos nocturnos para ver si así lograba calmarse. Caminaba descalzo por toda su casa, no le molestaba sentir el contacto del piso frío, al contrario, le gustaba y lo tranquilizaba.

Theodore comenzó a sobrellevar las cosas como podía, solo y sin ayuda. Era fuerte, y no iba a dejar de serlo por un simple tropezón.

No pudo volver a conciliar el sueño por sus propios medios, con miedo a cerrar los ojos, o a que otro par dejen de mirarlo. Él sabía que el estar inconsciente era estar débil, y su organismo trataba de mantenerse fuerte.

At dawn |hp universeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora