El cielo ruge y me obliga a caminar más rápido sobre la acera. Se suponía que debía encontrarme con Beca y Kleyton hace media hora, pero el tiempo vuela cuando te diviertes y no me di cuenta de qué tan noche era hasta que despegué la mirada del libro sobre mi regazo y tuve que salir disparada de la librería.
Estoy segura que ya no voy a encontrarlos en la cafetería, así que camino directo a casa. Descarto la idea de pedir transporte porque la casa no queda demasiado lejos y caminar me hace bien, además es el clima perfecto: las nubes ensombrecen el cielo y refrescan el atardecer con una brisa tenue. Es la clase de clima que te obliga a coger un buen libro y beberte dos tazas de café enteras junto a la ventana que da directo a la calle principal.
Nostálgico.
Todo parece marchar bien, hasta que giro y encuentro a dos hombres detrás, sonriéndome abiertamente. Un escalofrío me recorre la espalda y vuelvo la vista al frente. Intento aferrarme a la esperanza y pienso en que quizá son solo transeúntes deseando llegar a sus casas tanto como yo a la mía y me digo que solo estoy exagerando un poco. El tema de papá me ha vuelto un poco paranoica y veo enemigos hasta en el correo postal.
Después de unos minutos de camino miro hacia atrás y encuentro el camino despejado. Me regalo un minuto para respirar con tranquilidad y recordarme que ver más de tres episodios consecutivos de «CSI: Miami» es malo para mi salud mental y necesito relajarme tanto como necesito una manta y un café moka bien cargado.
Es entonces cuando un grupo de cuatro chicos aparece de entre las sombras y me acorrala en un santiamén. Ni siquiera sé cómo he permitido que eso suceda, pero retrocedo hasta que me doy cuenta de que estoy en la boca de un pequeño callejón viejo. Miro sobre el cuarteto y encuentro las calles de la ciudad vacías. Con la amenaza de las nubes seguramente todos habían huido a resguardarse en casa, como yo debía hacer en ese instante.
—Danya, qué agradable sorpresa —canturrea Scott Parrell, el único miembro de la manada al que conocía.
Cierro los ojos y maldigo entre dientes. Si creía que Scott iba a olvidarlo todo tan fácil, era porque se me había votado un engrane de la maquinaría que tenía por cabezota.
—No esperaba verte por aquí —continúa, acercándose con una sonrisa abierta.
Lucho contra mi instinto y me obligo a no retroceder porque sé que ese sería el primer paso para entrar en una parálisis de pánico que definitivamente no iba a ayudarme ahora. Al menos no frente a alguien como Scott Parrell.
—No creíste que había olvidado nuestro pequeño acuerdo..., ¿o sí?
Alzo la cabeza y trato de aparentar cordura, toda la que se puede aparentar en una situación que amenaza con sobrepasarte en cualquier momento.
—El plazo todavía no se vence...
—Ah, no, no, para nada. —Sonríe—. No estoy aquí por ti. Es todo una... —Hace una mueca antes de recuperar la sonrisa—. Agradable coincidencia. Una que aprovecharé, claro, para recordarte nuestro acuerdo...
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El Café Moka de París
HumorEn serio necesitaba ese empleo. Luego de que mi padre fuera acusado de fraude, no tuve más remedio que huir, enfrentarme al mundo y tratar de mantener un perfil bajo. Todo iba bien hasta que fui a caer a la casa del presidente del club de caza c...
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