El olor a pólvora nos embriagaba. El sonido de las ametralladoras, acompañado del cielo empaquetado de humo había cesado, pero todos sabíamos que solo había sido el principio. Habíamos huido de un infierno para meternos en uno mucho más caluroso. La aviación nos había divisado mientras cruzábamos los campos de viñedos, intentando dejar atrás la horrible guerra. Al principio solo habían sido disparos de una ametralladora, pero rápidamente más aviones se unieron a la causa de acabar con la resistencia y comenzaron a disparar. En el campo no teníamos protección, solo nos cabía la posibilidad de rezar y que ninguna de aquellas balas impactara contra nosotros. Tras unos pocos segundos de disparos, todos los aviones nacionales habían seguido su camino dejándonos atrás. Nos encontrábamos en una paz extraña, rodeados de cadáveres y de gente desangrándose, pero aliviados de sobrevivir un ataque más. Era lo que originaba la guerra. Te quitaba tu parte más humana para convertirte en un monstruo. Aquellos a los que la diosa fortuna nos había sonreído comenzábamos a recuperar los sentidos, en especial el del oído, en el cual aquel constante pitido iba disminuyendo poco a poco. Miráramos por donde miráramos veíamos cómo la sangre teñía las viñas de un rojo estremecedor. Algunos de los supervivientes no se habían parado a apiadarse de los heridos y comenzaban a retomar el viaje, con una expresión facial inexpresiva, quizás ya por la horrible costumbre que se había engendrado dentro de nosotros de estar acostumbrados a ver la muerte tan de cerca. Otros, quizás los que nunca íbamos a ver estas atrocidades como algo normal, no podíamos ni levantarnos. Todos perdimos la noción del tiempo, sentados en el suelo, sin hablar, escuchando constantemente el sonido de bombas cayendo sobre las ciudades cercanas. Era algo difícil de soportar. Y entonces, todo aquello que tanto nos irritaba cesó. Por primera vez los supervivientes levantamos la mirada del suelo y nos miramos entre nosotros, con una intensa mezcla de emociones. Ahora que el silencio era aquello que flotaba densamente en el aire, pudimos averiguar que preferíamos el sonido de la guerra a aquella falsa paz, que tan pronto se podía romper. Sentíamos el miedo del no saber que pasaba, del qué nos depararía esta interminable guerra. Y mientras todos pensamos en lo mismo ,nuestros temores fueron confirmados y el silencio se volvió a romper. Fue un pequeño susurro que provenía del aire, acercándose poco a poco a donde nos encontrábamos. Llevábamos el suficiente tiempo en combate para saber que nadie sobrevivía a aquello. Un pequeño obús se disponía a arrasar las hectáreas del campo en el que nos encontrábamos. El tiempo pareció detenerse, dejándonos contemplar con más detalle nuestra inminente muerte. La pequeña bomba se acercaba lentamente, mezclándose entre las nubes y ahuyentando cualquier atisbo de humo que pudiera quedar. En aquellos últimos momentos se creó el vinculo más fuerte jamás creado. Un vinculo que unía aquello que iba a matar con aquello que iba a ser matado. Un vínculo que significaba más que unos simples muertos que acabarían siendo cifras. Los que nos encontrábamos entre los viñedos ya no éramos ni amigos, ni familia ni conocidos. Habíamos pasado a convertirnos en seres intrascendentes para el resto. Solo existías tú y el obús. Y ya conociendo nuestra causa de la muerte, observándola a escasos metros y solo esperando a que se cumpliese, sucedió un último lamento. De los campos colindantes emergieron unos pétalos de amapolas, transportados por una fina brisa. La tierra nos mandaba su último adiós con unos de sus símbolos de paz, llorando nuestra muerte y rogando el fin de todo. Nadie intentó correr. Nadie intentó hablar. Nadie intentó nada. Solo nos quedamos contemplando los pétalos rojos. Solo nos quedamos con la mente en blanco, sin emoción alguna. Solo nos olvidamos unos pocos segundos de la muerte para apreciar la oda a la vida que nos había mandado la tierra.
El obús acabó impactando contra el suelo. La explosión arrasó las hectáreas de los viñedos y dejó una extensión de desolación. No hubo ningún superviviente. Todos fuimos aniquilados. Pero aun con esto, no cumplieron su objetivo. El vínculo con el obús nos hizo darnos cuenta de la dureza de la guerra, pero el lamento de los pétalos nos envió un último mensaje de esperanza. No para nosotros, sino para la humanidad. Aún quedaba algo de paz entre tales océanos bélicos.
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Pétalos de Amapola
Non-FictionRelato corto donde se muestra la dureza de la guerra.