Capítulo XII. Prohibido jugar sucio

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Los añicos de cristal estallaron contra el muro, derramando la sustancia con olor a alcohol que cayó al suelo.

El hombre apretó sus dientes y dio un hondo respiro; no logró acertar el golpe a causa de los buenos reflejos del otro. Tomó una copa distinta, esta vez vacía, y la apretó; con temblor en sus manos, sin despegar la vista del joven que tenía al frente. Le dirigió unas palabras:

—Creí que eras de confiar. Ya veo que no.

Observó la piel ajena salpicada de licor. El resto de la bebida se esparcía por debajo de los pies del muchacho a quien intentó agredir. Todo aconteció en segundos, deseó que los fragmentos afilados se encarnaran en aquel adulto joven. Sin embargo, lo único dañado fue la copa y el tapiz que recubría la pared.  

—Veo que no —repitió con menor volumen, sin alterar su gesto rígido—. "Kyo", ¿cierto? Ese es tu jodido nombre real.

El Kusanagi no entendió lo ocurrido, deslizó la mano por su hombro y brazo contrario, retirando los restos del líquido de color tinto. Avanzó algunos pasos al frente. Le pareció escuchar su nombre. ¿Le dijo que no era de confiar?

—No te muevas, vendido de mierda.

El cliente caminó hacia atrás. Hizo un ademán por encima de su cara con el objeto en su mano.

—Y tú no te atrevas a lanzar eso de nuevo —llegó hasta él; le arrebató el recipiente de vidrio y lo sostuvo en su mano. El hombre se cubrió con sus brazos por reflejo —¿De qué hablas? ¿Quién te dijo mi nombre?

Recordó el escándalo de días anteriores: otro hombre que lo frecuentaba en numerosas ocasiones; sin notable diferencia de edad, afectuoso, y siempre dirigiéndose a él con respeto. No sentía atracción hacia él, solo deseaba que sus otros clientes se comportaran de manera semejante. Éste fue alejándose poco a poco. Renunció a solicitarlo y no lo hizo en son de paz. Sino lo contrario, lo dejó claro frente a los demás; a través de insultos y palabras sin sentido. Lo calificó mediante definiciones crueles e ilógicas que Kyo no comprendió.

Más que ira, los ojos de ese hombre expresaron temor. Luego le mencionó que no le gustaban esas artimañas.

Kyo no profundizó en el asunto, prefirió dejarlo como un mal entendido. Agradeció que no lo echaran del lugar por dicho acontecimiento, y ahora se encontraba en una situación inusualmente parecida.

Ambas experiencias le dejaron dos enseñanzas: no fiarse de nadie y aceptar que cada persona tenía su forma de ver a los amantes de una noche; cada quien guardaba su concepto de erotismo y sexualidad. Y no podría cambiarlo. Concluyó que el trato de cada consumidor dependía de la suerte que dispusiera en ese momento.

Sin darse cuenta, su vida se tornó más complicada. Al menos los fines de semana, casi no tenía tiempo para reponer el sueño que no dormía y para colmo, tenía que inventar excusas para que Yuki no se enterara de su trabajo. Si es que ella todavía no lo sabía.

Transcurrieron treinta días sin saber sobre ella. La última vez que se vieron, Yuki dijo que ella misma lo contactaría y ciertamente lo hacía, pero de manera distinta; su comunicación se limitó únicamente a llamadas telefónicas.

El hombre seguía envuelto entre sus brazos, protegiéndose.

—No seas cobarde, no te haré nada —dijo Kyo, a la par que lanzaba la copa, asegurándose que cayera en la superficie suave del sofá.

El hombre abrió sus brazos con titubeo, descubriendo su rostro. Su mano izquierda se escabulló lentamente hacia el bolsillo de sus jeans, moviendo sus dedos una vez adentro.

El contrato┊IorixKyoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora