LA MIERDA TUYA

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El olor a mierda lo despertó del sueño, afuera la noche era un cúmulo de olores: a mierda, a caca, a orines, a estiércol, a heces y a vómito. En la noche se acumularon todo tipo de desafíos para el olfato de cualquier mortal. 

Asomó su cabeza por la ventana y después miró las estrellas, que en el cielo eran como faroles de una red de postes a años luz. El olor a vómito y a estiércol, que le recordaba cuando él iba al baño, lo motivó a volver a la cama. 

-Acá huele a muerto y ese no soy yo. 

Cerró sus ojos luego de pronunciar estas palabras de purga en contra del aire malsano que respiraba, y después soñó con montañas de estiércol de vaca. Las moscas volaban en torno suyo, eran como helicópteros bordeando un edificio alto, él era una torre de piel humana encima de la mierda verde de lo que podían ser las heces de un caballo. 

Despertó de nuevo, era de día y el olor a vómito no cesaba. Miró el sol, notó cómo el cielo era azul y todo olía mal. La mierda y su olor se le metían por las fosas de la nariz, entendió que el mundo puede no importar, como no interesa el olor del estiércol. 

En efecto, él no era el muerto. El muerto era su abuelo. 

-Ah -reflexionó- yo sabía que le conocía el olor al viejo. 

Su corazón palpitó, las lágrimas estaban prontas a salir de sus ojos, pero el olor se acrecentaba. Los chulos empezaban a circundar el cuerpo nauseabundo y flaco, el olor era un piropo a lo malsano. Conocía ese olor, en su mente la mierda de su abuelo fue el regalo que le dieron los recuerdos; porque aquel cuerpo tirado, ensangrentado y próximo a descomponerse y a oler peor, perteneció al hombre que le daba dinero para beber licor. 

-Eso tome - le dijo el viejo, una noche donde las mujeres eran tiradas al olvido- y verá que la vida es más ligera.  

El viejo todas las noches llegaba cagado y orinado, no lograba controlar su sistema excretor. Tampoco logró dominar su sistema reproductor, porque tuvo veinte hijos, y fue comparado con Diomedes Díaz. Siempre tomaba con las canciones de El Cacique, siempre le juraba amor eterno al derivado de la cebada, que algunas veces parecía venir del mismísimo infierno. 

El olor inundó el buenos días, el sol alumbraba sin darle asco, el olor era el perfume de un día propenso a las malas noticias: 

-¡Las malas noticias me saben a mierda! 

Gritó alguna vez el viejo, cuando supo que el cantante vallenato había muerto. Ahora, el cuadro mortuorio del señor, olía a la fragancia del día de diciembre en que Díaz estaba rumbo a descansar eternamente. 

El nieto de aquel viejo alcohólico, empezó a llorar y llamó a sus veinte tíos, las aves de rapiña que creían tener en la muerte del viejo el placer de una millonaria herencia.  El viejo borracho fallecido era representante de las reinas, las niñas más lindas y bobas del mundo, porque veían en él a un tipo amable. 

-¡Ay, tan lindo don Ernesto! 

Esta frase la dijo una de aquellas brutas féminas, que por mucho leía los mensajes de WhatsApp que le mandaban.  

-No es que las viejas sean brutas -explicaba, siempre en la tienda, con varios tragos que avanzaban un cáncer de páncreas- lo que sucede es que las reinas nacieron para mostrar y no para pensar.  

Sus compañeros de juerga lo aplaudían, lo respetaban por sus sabias interpretaciones de la realidad. Las reinas se fijaron en el viejo porque, debido a su microscópico cerebro, también creyeron que el viejo era millonario. 

-Yo soy millonario mi reina,  -le dijo a una- no más déjeme apoyarla.  

En realidad le giraban el dinero, su madre había vendido la casa y le daban la plata por cuotas. El dinero de bolsillo lo hizo merecedor del imperio de las apariencias.  

-¡Ay don Ernesto, tan lindo este celular! 

Eso dijo una reina que lo tenía loco, le había  dado el celular más avanzado del mundo. Sus hijos miraban de reojo y el viejo se los sacaba: 

-Mijo -decía siempre cuando hablaba con alguno- yo tengo todo encaletado. El día que yo me muera, sumercé llega y saca su parte. 

-¿Y mi parte cuánto es? -preguntaba el hijo interesado de turno- 

- ¡Ah no mijo! -aclaraba- Lo que necesite.  

Todo el mundo era bruto al lado del viejo, Dios les quitaba la inteligencia a los hombres que socializaban con él. No era ignorancia de las reinas ni descuido de los hijos y nietos, tampoco eran desplantes de las ex esposas de don Ernesto. ¿Entonces? 

-La plata, eso es todo -explicó en otra borrachera- uno contenta a todos a punta de billete. 

-Por plata baila el perro -le respondió su colega de botella, citando aquel dicho- 

-Claro -asentía don Ernesto- y bailan los corazones de las reinas. 

El viejo había sido recordado por los bares, por las reinas y por su descendencia. Ahora expelía todo tipo de olores sinónimos de excremento. No se equivocó el nieto que vio el cuerpo del hombre que también  abusaba del viagra, cuando le dijo al fallecido como si lo escuchara. 

-Huele a mierda, igualito a lo que su alma tenía por dentro. Huele a eso que usted siempre hablaba en el bar: a pura mierda. 



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