COLECCIONISMO

1 0 0
                                    


Armando estaba metido en su habitáculo de siempre. Trabajaba en solitario pasando documentación a limpio, un trabajo sistemático que le encargaban los de los pisos superiores, los altos cargos. Quienes trabajaban en su departamento eran menospreciados porque solo se dedicaban a copiar lo que otros concebían, pero para él ya estaba bien. No necesitaba más; de hecho, era un trabajo ideal para sus necesidades, ya que no le gustaba el contacto con la gente y, de esa manera, se podía encerrar en su mundo solitario con el único objetivo de copiar sin faltas ortográficas los papeles que le pasaban.

Cuando llegaba la comida, tampoco se juntaba con el resto de los compañeros en el bar de la empresa. No, él prefería salir al bar de la esquina y comer en su rincón de siempre, pedir el mismo menú todos los días e intercambiar cuatro palabras con su camarera habitual, nada más. Todo muy organizado.

No obstante, de unos días a esa parte, algo estaba cambiando en él. Ya no se sentía igual; algo le rondaba por la cabeza, una idea, una sensación extraña. No entendía qué le pasaba. Sus rutinas ya no le ayudaban.

Siempre se había caracterizado por su pragmatismo y por su manera sistemática de actuar en la vida, sin embargo, en ese momento ya no...

Cuando llegó a casa, cansado de trabajar, se sentó a su mesa y colocó cuidadosamente, en su respectivo álbum, los preciados sellos que todavía le quedaban por clasificar.

La filatelia era un arte en sí mismo, cuidar de aquello que amaba desde hacía tanto tiempo no tenía precio. Con esmero, sujetó cada sello y cada hoja bloque con sus pinzas para no dejar huellas ni arrugas. Era una tradición familiar. Desde bien pequeño, veía a su padre hacer lo mismo, con un amor y un cuidado que se le quedó grabado en el cerebro. Todas las tardes le invitaba a sentarse a su lado y le explicaba la historia detrás de cada sello, de una manera tan intensa y especial que a él no le quedaba otra que escuchar y disfrutar. Cuando el pobre hombre fue lo suficiente mayor, perdió las ganas y él se encargó de continuar con esta placentera labor.

Armando entendía que hubiera personas que sintieran la necesidad de reunir cosas, lo que fuera, y que hubiera otras que no le dieran importancia.

También, existían las personas que querrían coleccionar, pero que les resultaba complicado y no lo hacían, o simplemente, veían en ello un desembolso de dinero que no estaban dispuestas a gastar. Para él, era todo un misterio en el que quizá, algún día, tendría que pararse a pensar.

Perdido en estos pensamientos, pasó el rato y su mente le llevó a reflexionar sobre la evolución de su vida desde niño. Se dio cuenta de que durante toda su existencia había guardado pequeñas cosas que consideraba importantes. Incluso, ahora sentía la necesidad de buscar por internet objetos de su infancia y, si se lo podía permitir, comprarlos.

Esa evolución le había llevado a objetos cada vez más raros y caros. Su casa se abarrotaba de libros, sellos, monedas, cromos, juguetes y relojes. Adquiridos en mercadillos, en subastas, en catálogos de coleccionistas o internet, eran su más preciado tesoro. Todos esos objetos eran parte de su vida, le completaban, eran la razón por la que vivía. Daban significado a todo su quehacer.

O eso pensaba. Su desarrollo, su experiencia vital le había llevado hasta aquí y le había hecho reflexionar. Todos los bienes materiales que tanto adoraba, no servían para nada sin, lo que ahora empezaba a valorar profundamente, el amor.

El amor de una pareja, de sus amigos, de sus familiares, de sus compañeros de trabajo. Se había dado cuenta, sin entender cómo había llegado a esa conclusión, de que estaba solo. Tal soledad le dolía en lo más profundo de su ser y tenía que hacer algo para mitigar ese sufrimiento.

Miró alrededor y no vio vida, no oyó nada, todo era calma y silencio. Un silencio que, en su momento, valoraba más que nada en el mundo. Sus compañeros de trabajo lo molestaban, los niños en la calle lo incomodaban, sus amigos ya no le merecían ningún interés y poco a poco, había perdido el contacto con sus familiares. Después de tanto tiempo, y debido a su madurez, ahora la vida se le hacía insoportable.

Pasados los años, la cruda realidad le había golpeado en la cara como tan solo podía hacerlo la soledad. Ahora necesitaba de esa vida, de ese jaleo, de esas risas y voces. De repente, necesitaba todo lo que detestaba en su juventud. Necesitaba el contacto con los demás y no estaba dispuesto a ignorarlo.

Observó su salón atestado de objetos. Ya no eran su vida, ya no lo completaban, ya no eran nada, sus colecciones eran vacío. Lo habían apartado de todos y no se lo podía perdonar.

Por fin, lo comprendió, le había costado mucho, pero había tomado la decisión que le cambiaría la vida de ahora en adelante.

Se dirigió a la cocina, echó un vistazo rápido y se acercó a los fogones. Giró lentamente la manecilla del gas. Se quedó allí un instante y, entonces, se puso en movimiento. Tenía poco tiempo y muchas cosas que recoger. Lo primero serían los enseres personales y algo de ropa.

Abrió una maleta que tenía guardada encima del armario y metió con rapidez todo lo que encontró en las estanterías y cajones.

A continuación, cogió su documentación personal y la guardó en los bolsillos de su chaqueta. Se encaminó a la puerta, se giró y lanzó un último vistazo a sus colecciones. Las echaría de menos, por supuesto, pero había quemado una etapa y era la hora de pasar al siguiente nivel.

Abandonaba su hogar, su preciosa casa apartada de todo, dejando atrás los objetos que con tanto trabajo había conseguido reunir.

Minutos después, sucedió lo inevitable, la casa explotó y todo desapareció. Todo su esfuerzo se fue para siempre. Una gran bola de fuego y humo subió hacia el cielo. Lo miró desde la distancia y disfrutó con el espectáculo. El fuego tenía algo que lo hipnotizaba, sabiendo que lo que había ahí dentro, abrasándose, era una falsa felicidad.

Armando se sentía muy feliz. Dejaba atrás una vida material para ir en busca de las personas que nunca debió haber olvidado, para ir en busca de una vida que volver a amar.

Era un hombre nuevo y así se lo haría saber al mundo.

Iba a dejar su solitario trabajo y sonrió al imaginar las caras de sus compañeros cuando supieran lo que había pasado.

Eso sí que sería digno de coleccionar.

COLECCIONISMOWhere stories live. Discover now