Y allí estaba yo, confiando una vez más en la humanidad...
El médico me pidió que hiciera el correspondiente ayuno, porque de seguro ese día me ingresaban en quirófano. Entre las indicaciones decía tomar un vaso de agua con tres cucharadas de azúcar a las 5:30 a.m., así que, pese a mi renuencia habitual de consumir cualquier cosa tan temprano, lo hice.
Preparé mi cobija, mi bata, mis pantuflas peludas, mis productos de aseo personal, una toalla nueva, un cobertor de cama decente, y tres libros de bolsillo para leer en los momentos de soledad e intenso dolor...
Dolor, una palabra común en mi vida diaria, y la vez tan distante, porque... ¿Qué se yo de dolor? Yo no tuve un parto complicado con una eterna jornada de contracciones. No, yo fui a la clínica con mis cuarenta y dos semanas de gestación y cero dilataciones.
Yo desperté del sueño siendo madre, con mi hija llorando agitada mientras la anestesia me mantenía demasiado dopada como para entender que la cesaría duró escasos veinte minutos.
Todos me dijeron que esto era peor, y que si no me cuidaba correctamente las consecuencias serían nefastas... "Con un punto que se te valla es suficiente. Te meten de nuevo en quirófano y a remendar se ha dicho". Sin embargo no es la cirugía lo que me preocupa, es mi mama...
Hace unos días tenia las mismas inquietudes revoloteando en mi cabeza, por allá en Chuao, con el horrible presupuesto que me confirmaba que ya mi cobertura se había devaluado, y que la operación estaba lejos de salir a cuenta de la compañía aseguradora. Entiendo que debo velar por mi persona, pero es otra la que esta confinada a una cama sin remedio, entonces si yo me opero no estaré en capacidad de atender sus necesidades, fue cuando apareció el autobús con el extraño cartel "El tiempo de Dios es perfecto", y comprendí que tenía que calmarme porque la palabra final no era mía.
Ahora estábamos mi tía y yo esperando en la antesala de emergencia, con la acostumbrada incertidumbre de usar los servicios de salud público, en un país que esta manejado por los intereses particulares, olvidando la afamada consigna socialista de la que tanto predican en medios...
No tardaron en llamarme, y pronto me vi vestida con una bata desechable que dejaba pasar el aire por la ranura trasera, mientras una enfermera me tomaba la tensión y posteriormente me fijaba una vía, para pasar a través de ella los medicamentos, todo esto acompañado de un camillero que me hacía mil preguntas. En ese instante pensé "realmente me voy a operar, o sea, esto es de verdad", y por un segundo tuve miedo.
Mi cuerpo preparado, el equipo a mi alrededor, listo...
-Detengan todo, no podemos operar – Que el médico que lleva mi caso me diga que no, a segundos de ingresar en un quirófano, es raro. Pero la explicación que me dio fue digna de transcribir – El anestesiólogo se echó para atrás...
-¿Es una broma?- Pregunté entre confundida y molesta.
-Sí, dijo que no va a participar... - Era ridículamente informal todo este asunto, y se me hizo cuesta arriba el mundo cuando me empezaron a quitar, como si nada, todo lo que ya habían puesto, desde el suero hasta la gorrita del cabello.
Venezuela no deja de sorprenderme.
El médico me dijo con total tranquilidad que lo intentaríamos la semana siguiente, y yo, aun confiada, a pesar de haber participado en ese circo como el acto cómico de la función, asentí con una media sonrisa...
Al final otra negativa del anestesiólogo, una semana después, y una fuerte infección respiratorias acabarían por destruir mis intenciones de operarme antes de finalizar el año.
Así son las aventuras y desventuras de un día común y corriente, en la vida de un venezolano de a pie.
Nota: Reservarme el nombre de la institución hospitalaria y los personajes fue a propósito.
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Aventuras y desventuras de un venezolano de a pie...
RandomSINOPSIS Este texto concentra un compendio de historias enmarcadas en la cruda realidad venezolana, muchas de carácter personal, otras, producto de estar en el lugar correcto a la hora indicada, como una discreta corresponsal de guerra desarmada...