Yendo a oscuras Violeta veía como la luna le sonreía, sangrando, y
bajo, en las aceras, unas cortinas de cadáveres de perros ya grises,
formaban una flor azul en su cráneo. La luz enferma se desbordaba
por los malformados edificios desfigurando sombras. Caminaba
formando una sonrisa, sin emoción, que jugaba con sus redondeadas
ojeras tan bien como con sus redondos y tristes ojos, estirando sus
labios pintados de rojo. Se acariciaba la entrepierna, levantándose el
ropaje y aguantando las ganas de defecar. Llevaba un vestido blanco
que le llegaba a las rodillas, unas botas y unas medias largas negras
con rayas horizontales de blanco. El viento le soplaba fuerte la
cabellera negra exageradamente despeinada. Aún su coño emanaba el
olor del profesor. Recordaba como había estado unos minutos antes:
Hincada en una silla, mirando por la ventana del estudio de Arturo
Delcoño, mientras, éste, abriéndole las nalgas, relamía.
– ¡Entonces, maldito, sería lo mejor estar muerto! – Gritó al orgasmo.
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Luego contestó el profesor acabando de morderle orificio – Dijo un
filósofo que “no nacer es sin duda la mejor fórmula que hay.
Desgraciadamente no está al alcance de nadie”.
– No soy feliz con o sin usted – Le masculló gimiendo.
– Sueño, seriamente, con tenerla, señorita Violeta – Le confesó – Pero al echar una mirada a vuestra flor me vuelvo insecto y le
succiono – respondió con desorden la ebria al ser enculada.
Observó, mientras seguía el camino a casa, como unas luces la seguían
y que procedían del cielo. Corrió con frenesí por la calle infectada de
perros muertos, sentía como las luces seguían su trayectoria y, cerca,
se escondió en un frondoso bosque de hercúleas rosas que se hallaba de
camino a su casa. Vio que las luces cesaron y lentamente, en la tarea
que se tomo treinta minutos, observaba minuciosamente el cielo y
daba un paso fuera del bosque. Podía hacerlo, faltaba poco para salir
del bosque y llegar al hogar, donde se escondería bajo su cama hasta
que olvidara que había pasado, donde se sentaría en el retrete a
pensar sobre Delcoño. Saliendo del bosque resbaló con baba, llevando
su pelambre espeso al aire, pegando su culo desnudo a la saliva. Miró
al cielo y vio un circulo plano que súbitamente la inhalo como la nariz
a un polvo.