Esta mañana me desperté —no sé cómo— para encontrar mi propia mente y mi propia percepción envueltas en una poco densa niebla de turbación. A través de la ventana, que no estaba totalmente cubierta por la cortina, entraba un manojo de haces de luz (estaba amaneciendo); en consecuencia, la cama se partió en crestas y valles de luz y de sombra, celestáceas y violáceas cada una a su manera. Mi cabeza erguida y girada vio este paisaje por un larguísimo segundo (uno que pareció un rato entero de aburrida tranquilidad), y sobre uno de sus múltiples pliegues de manta rústica divisé a una araña negra caminando algo apresurada hacia nuestro sur. Inmediatamente después —tan inmediatamente, que fue casi en simultáneo— sentí una imperiosa necesidad de levantarme. Tenía que ponerme en marcha. Así que aparté la manta despacio y lento, con sumo cuidado, para no aplastar a la araña o hacerle algún tipo de daño; una a una mis extremidades fueron flexionándose para descubrirse, abandonando el calor de la cama y la comodidad del colchón apestoso y algo rancio, estirándose por encima del borde de la cama como medida adicional de precaución (ya la araña se había fundido con las negruras de las regiones no alcanzadas aún por el amanecer) y aterrizando finalmente en el suelo alfombrado, algodonado. Entonces me vi libre de apresurarme de una vez, sintiendo con más fuerza que aquello tenía que hacerse pronto. No me di cuenta en ese instante, pero la niebla mental se me había disipado, y me había olvidado por completo de la araña negra. Sólo comencé a caminar con paso rápido, sin otro asunto en la cabeza que no fuera avanzar entre los juegos de luces y sombras por el camino alto, celeste y violeta, y no por los valles de penumbras. Así iba yo, con las evidencias del naciente día sobre y a mis espaldas, cuando te despertaste en ese especial leve estado de confusión y me viste; la confusión se disipó muy rápido de tu mente, y sentiste que debías levantarte de inmediato. A pesar de tu súbita necesidad, tuviste la infinitamente compasiva y piadosa amabilidad de salir de la cama con cuidado, para que nada malo me pasara. Luego sí, comenzaste a recorrer la larga cresta rápidamente; supongo que ibas al mismo lugar que el resto de nosotros.
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Fuego en la escuela
Short Story¡La escuela se quema! Hay que salir... a menos que algo lo invite a uno a quedarse.