El último vagón

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Sherlock y yo habíamos estado fuera del 221B casi todo el día tratando de encontrar pistas que nos ayudaran a resolver el nuevo caso en el que estábamos trabajando. A veces no teníamos éxito alguno y sólo nos encontrábamos con más preguntas de las que teníamos al principio, justo como hoy. Derrotados, decidimos ir a casa. Esta vez en lugar de tomar un taxi que nos pudiera llevar directamente, Sherlock protestó diciendo: Iremos en metro. Yo también quiero llegar a casa pero al mismo tiempo no. Tomaremos el camino más largo. Me molestaba un poco porque moría por acostarnos en nuestra cama y dormir abrazados toda la noche y no despertar hasta la tarde del día siguiente. Siempre que planeaba hacer algo lindo lo arruinaba con cosas como esta. Comenzaba a frustrarme.

—Vamos. El último vagón.

Ese vagón casi siempre estaba vacío o, al menos, había muy poca gente y Sherlock sabía que estaba tan molesto que no podría aguantar un minuto más rodeado de gente desconocida. Entramos y, efectivamente, sólo había tres personas: una mujer de unos 50 años que cabeceaba, luchando por no dormirse completamente; frente a ella un hombre vestido con un traje a rayas ocupado en la pantalla de su celular y, por último, un adolescente con los audífonos puestos que articulaba, sin producir sonido alguno, la letra de las canciones.

Me dirigí a la pared que no conecta con el otro vagón y me recargué mirando hacia afuera, tratando de dejar atrás mi mal humor. Sherlock se paró frente a mi y me observó de manera fija. Al no encontrar palabras para reconfortarme tomó mi mano en la suya, su pulgar dejaba cortas caricias a su paso. No podría enojarme realmente con Sherlock, de cualquier manera ya nos dirigíamos a casa y aunque me estuviera ganando de vuelta con sus pequeñas caricias iba a hacerle pagar por retrasar nuestra llegada al departamento.

Jalé su mano para que se acercara más a mí, besé de manera rápida sus labios y él me sonrió tímidamente. Nunca nos dábamos muestras de afecto en las calles, dejábamos esa parte de nosotros en la intimidad de nuestra casa. Solté mi mano de la suya para acariciar su pierna, subí hasta su miembro y abrió los ojos con sorpresa. Sus mejillas se encendieron en seguida y volteó a ver a los pasajeros en el vagón, pero ninguno reparaba en nosotros.

—¿Qué haces, John?— dijo casi en un susurro.

Negué lentamente mientras sonreía y volví a repetir la hazaña, esta vez apretando su miembro; Sherlock se estremeció y cerró los ojos por un momento. Acaricié sobre su pantalón, sintiendo cómo palpitaba y se endurecía cada vez más. Su humedad comenzaba a traspasar la tela del pantalón así que bajé la bragueta, metí mi mano y saqué su miembro ya erecto. No pude evitar bajar la mirada para observar con ojos hambrientos: dibujaba una curva hacia arriba, de la punta salía líquido preseminal que invitaba a ser lamido, al rededor unas cuantas venas comenzaban a definirse a medida que la sangre pasaba por ellas, inflándolas poco a poco; lo tomé nuevamente y con mi dedo pulgar esparcí el líquido por toda la punta, haciendo que Sherlock mordiera su labio inferior, disfrutando de la sensación.

—¿Te gustaría que te la chupara?— susurré después de lamer mi dedo.

Sherlock abrió la boca y la cerró rápidamente a la vez que asentía avergonzado.

—Después de lo que me has hecho pasar, ¿crees que te lo mereces?— sabía a lo que me refería y bajó la mirada, negando lentamente mientras su pene seguía duro y fuera de su pantalón—. Así es. Has sido un chico malo y daddy tiene que castigarte.

Antes de que pudiera contestar volví a tocarlo, esta vez subiendo y bajando mi mano con un ritmo lento para que pudiera sentirme en toda su longitud. Sus ojos se cerraron al instante y reprimió un pequeño gemido. Pasé la lengua por mis labios para después morderlos, era tan difícil aguantar las ganas de besarlo y hacer que me rogara para que lo follara. Quería escucharlo gemir y gritar mi nombre, morderlo, saborearlo y volver a empezar; sin embargo, era tan excitante masturbarlo casi frente a personas que en cualquier momento podrían descubrirnos.

Aumenté el ritmo, tratando de hacer movimientos circulares en la punta para después volver a bajar. Su humedad lograba que mi mano resbalara de manera fácil y que los movimientos de mi mano comenzaran a escucharse, mezclándose con los ruidos de las vías del tren y el aire que cortaba el metro.

—M-más rápido...

—Más rápido, ¿qué?

—Más rápido, daddy— dijo abriendo sus ojos ahora oscurecidos por el deseo.

Volví a darle un beso corto y traté de ir lo más rápido que pude; Sherlock ahogaba sus gemidos mientras mantenía los ojos cerrados para no perder la concentración. "Mírame", demandé con un tono de voz más alto y, con dificultad, lo hizo. Comencé a acariciar su pequeño pezón por encima de la tela de su camisa blanca; cerró sus ojos y gruñí para que volviera a abrirlos. Al hacerlo pellizqué con dureza su pezón. Soltó un pequeño grito que ahogó casi al instante; miré detrás de él pero, nuevamente, nadie prestaba atención. El vagón se detuvo, abriendo sus puertas; nadie subió; ninguno de los tres pasajeros miraron a su alredor. Los segundos pasaron y las puertas volvieron a cerrarse para dar marcha adelante nuevamente.

Faltaban tan solo cuatro estaciones para nuestra parada cuando Sherlock me tomó con fuerza de la camisa y juntó nuestros labios en un beso desesperado y violento. Gemía en mi boca y provocaba que la erección en mi pantalón no solo se endureciera más, sino que también gritara por ser atendida. Parecía que había leído mi mente, pues inmediatamente trató de meter su mano para ocuparse de ella. "Ah-ah. Te encargarás de ella una vez que estemos en casa", intentó protestar y me encargué de pellizcar nuevamente su pezón, concentrándome en la punta de su pene.

Daddy...

Me atrajo hacia él en un abrazo, a la vez que apoyaba su cabeza en mi hombro, dejando escapar pequeños gemidos que solo yo podía escuchar. Eché un último vistazo a los pasajeros que nos acompañaban antes de cerrar mis ojos para disfrutar el tacto de mi mano en su miembro duro y húmedo. Abrí la boca tratando de tomar aire. No sabía que me parecería tan excitante masturbar a Sherlock en un espacio público y con gente acompañándonos. Verlo reprimir sus gemidos, cerrar sus pequeños ojos y sonrojarse cuando miraba el reflejo de la parte contraria del vagón, a través de la ventana detrás mío, era simple y sencillamente enardecedor. Noté como sus brazos comenzaron a temblar levemente y sabía que ya no podría aguantar más.

—Córrete para mí— no tardó en liberarse en mi mano, manchando un poco nuestros pantalones, estremeciéndose en mis brazos. Soltó el aire que estaba conteniendo para decir mi nombre—. Eso es, buen chico.

Acaricié sus rizos enmarañados a la vez que dejaba besos cortos en su mejilla. Después de unos momentos se acomodó la ropa y trató de recomponerse del orgasmo que acababa de tener. Lamí de mi mano los restos de su semen; me miró sonriendo y, sin dudarlo, depositó un beso corto en mis labios, seguido de un gracias.

Habíamos llegado a nuestra parada y, como siempre, las puertas se abrieron. Sherlock tomó mi mano y tiró de ella cuando empezó a caminar con determinación a través de los pasillos, abriéndose paso hacia la salida. Encontró la fila de taxis que esperaban afuera de la estación y subió al primero de ella. Indicó la dirección al taxista y éste echó a andar.

—¿Por qué tanta prisa?

—El juego, Jhon, ha comenzado.

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