En el buque

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Suspiraron el mismo aire aquel viernes de fiebre de madrugada. Aguerridos, se amaron de una manera particular, casi despidiéndose con el reflejo presentimiento de que esa sería la última luna juntos. Las horas arrasaron con ellos. Sus sentidos, brasas ardientes, los devoraron hasta dejarlos exhaustos. Fue la última vez que comandaron el buque de guerra. Entrelazados en sábanas húmedas, delatoras de sentires reprimidos, cómplices de ese amor furtivo; los despertó la fresca mañana.

Ese pañuelo de flores borravino emergiendo entre la almohada, fue el delator de la traición. ¿Qué haría un pañuelo de mujer en su cama?, pensó ella. Intentó dilucidar, mientras él dormía. Encastrando piezas, hizo realidad aquello que tanto tiempo había negado. La noche anterior una mujer había ocupado un lugar en la cama, el mismo en el que se encontraba ella. No pude soportar esa idea. Sigilosa se marchó. La puerta se cerró mientras suaves caían sus lágrimas, susurrando un adiós tembloroso. El frío lo hacía más tembloroso aún. Corrió muy agitada y ansiosa nadando entre tempestades de traición cayendo por su cuerpo, junto con las gotas de lluvia.

Alejada ya del departamento, tomó su cabello empapado para acomodarlo detrás de sus orejas y palpó las ausencias. Sus aros de perla habían decidido saltar sin chaleco y perderse en el inmensurable océano a orillas del buque de sábanas verdes. Ya no regresaría a buscarlos, así fue que decidió darlos por perdidos, junto con él.

Él entró en un estado de desesperación, no entendía qué había sucedido. Sintió un profundo dolor al perderla y no podía aceptarlo. La buscó incansablemente, quiso escuchar lo que le había ocurrido; pero ella nunca accedió a hablar. ¿Qué le diría? ¿Tengo el pañuelo de la otra? ¿Lo sé todo? Las imágenes de lo ocurrido la atormentaron durante dos largos años, hasta esfumarse poco a poco y convertirse en leves sombras borrosas e imperceptibles. Llegó a un equilibrio emocional. Su vida continuó sin sobresaltos, disfrutando de esas pequeñas cosas de su mundo; la música, el trabajo, amigos y paseos. Aún así, ese pañuelo cómodo y elegante nunca la abandonó. Brincaba de la percha a su cuello desatado, y de allí al canasto junto con la ropa a lavar, para danzar luego al son del lavarropas y volver a mostrarse espléndido en su lugarcito del cartel.

Esa tarde el sol golpeaba suave, y las ganas de ir de compras le apretaron tanto como sus zapatos. Se colgó el pañuelo borravino y decidió salir. Caminó entre la gente, observando rostros angustiados de personas que rozan la vida intentando no mancharse, intentando que la máscara no se corra. Sintió pena por ellos, tal vez reflejo de la pena por ella misma. Detuvo su vista en un punto y algo descomunal sintió, una sombra nubló su vista por completo. El mareo fue tal que la tumbó en medio de la galería frente a la vidriera de zapatos. Cayó desplomada.

Cuando volvió en sí, oyó a una mujer susurrándole al oído que sólo había sido un susto, un simple desmayo. Era una mujer con barbijo y guardapolvo blanco al lado de la camilla donde se encontraba. Entonces percibió un aroma peculiar que enmascaraba un recuerdo, aunque no tenía relación con el hospital. Algo enrarecía el aire. Hizo un paréntesis. Con nostalgia regresó al buque de sábanas verdes... en nudo de placer, pasión, amor... Sintió la presencia de alguien más, no eran dos. El aroma le manifestaba un ser deliciosamente bello. Se encontraba cada vez más cerca de ese ser angelical, cuya fragancia la invadía enteramente. Sus párpados subieron y pudieron verla, acariciando su frente con tranquilidad. Aún recostada en las penumbras de la anestesia admiró su belleza. Esa mujer morena, frágil, delicada, encantadora, se encontraba allí para aclararla con su luz. La enfermera quedó perpleja al ver el pañuelo bordado en su cuello, tal cual el que había perdido años atrás. Pero mayor fue el asombro de Ana, cuando al abrocharse el cabello la enfermera, pudo ver el brillo de las perlas de sus aros. Eran de los colores exactamente iguales a los que ella había perdido. Eran aquellos vagabundos extraviados esa mañana en el océano que rodeaba el buque.

Se miraron. Se analizaron. Se reconocieron...perdiéndose en una bruma de sensaciones.

Betsabé Cano

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⏰ Última actualización: Dec 20, 2023 ⏰

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