Uff, samur.

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Me encuentro en mi despacho, a punto de comerme un bocadillo de chorizo de cantimpalo mientras termino el maratón de Los Serrano cuando la jefa de estudios, la señorita Saénz de Santa María, entra sin avisar. Podría molestarme en fingir que en realidad estoy llevando a cabo el calendario escolar del próximo curso, pero a quién quiero engañar, me conoce demasiado bien.

— Soraya, qué sorpresa. ¿Quieres unirte a mí? El capítulo está muy interesante, Teté y Guille...

— Director Mariano. —Su voz suena más seria que de costumbre. Tal vez alguno de los alumnos más pequeños se haya hecho daño en el recreo. Tiene la cara roja como un tomate (muy raro en ella) y me mira con seriedad.

— ¿Me he vuelto a olvidar una reunión de padres? Esos desgraciados necesitan verme cada mes.

Estoy enganchado a tantas series que siempre se me olvidan. Y los padres... se quejan por todo. Que si a mi hijo lo obligan a estudiar religión, que si a mi hija la han llamado bollera sus compañeros... Como suelo decir, son cosas de niños.

— Mucho peor, director.

La cosa se pone complicada. Pongo en pausa el capítulo y le ofrezco un vaso de agua.

— Vamos, cuéntalo, no me tengas en vilo.

Se aclara la voz, se alisa la chaqueta del traje y comienza a hablar.

Preparaos.

— ¿Recuerda el AMPA, la asociación creada por el señor Sánchez?

Como para no recordarla. Asiento con la cabeza, invitándola a continuar. Cómo le cuesta arrancar a esta mujer.

— Pues han decidido que ya no eres apto para dirigir el colegio, así que están en el salón de actos celebrando un congreso. Han reunido más de diez mil firmas, Mariano. Dicen que eres un inepto y que, o cambian las cosas, o apuntarán a sus hijos a otro colegio.

Sus palabras se atropellan las unas a las otras, le tiemblan las manos y tiene la mirada completamente perdida.

Siento que el aire me falta. El corazón está a punto de salírseme del pecho. ¿Qué voy a hacer si Soraya, que siempre resuelve todos mis problemas, parece todavía más nerviosa que yo? Cuando no sabes cómo actuar, lo mejor es fingir que te va a dar algo. Que lidie con ello el Mariano de mañana. Hay un momento en el que digo:

— Uff, Samur.

Os preguntaréis cómo he llegado a esta situación. El queridísimo director del Colegio Españita, boicoteado por los padres de sus propios alumnos. ¿Y todo por qué? ¿Por unos cuantos casos de malversación de fondos dentro del equipo directivo? Eso no fue culpa mía, ¡lo juro! Además, ¿quién no ha robado una vez? Un bolígrafo, un par de cremas, algún que otro título universitario...

Ni siquiera es por eso, en realidad. ¿Queréis que os cuente cómo empezó mi caída? Preparad las palomitas, o un bocadillo de chorizo, lo que os apetezca, porque allá vamos.

Era un lunes como otro cualquiera. Tenía una reunión con los padres de dos alumnos que se habían peleado antes de entrar a clase. Todo como siempre, normalito.

Uno de ellos era Pablo Iglesias, nuevo en la ciudad. Padre de dos criaturitas mellizas, Nerea y Raúl. El último de ellos, de los que se meten continuamente en peleas. Llevaba una camiseta morada de Ironman, ese grupo de música, y la melena recogida en una coleta.

No me gusta a gente con el pelo largo. No me malinterpretéis, pero para los calvos es duro. No sé si lo sabréis, pero hay un joven artista, Ceporro, al que acosan continuamente con el tema.

El otro padre era Pedro Sánchez, nada más ni nada menos que mi grano en el culo personal. En su cuenta de tuitir, una red social bastante moderna, lleva desde años poniendo mensajitos para intentar dejarme mal. Tiene mucho tiempo libre porque está divorciado, así que se pasa el día intentando interrumpir en mi dirección. ¿Lo que más odio de él? Que es guapísimo.

— Buenos días, caballeros. Estamos reunidos aquí porque, como os ha informado la jefa de estudios al llamar, vuestros hijos se han peleado.

El señor Iglesias asintió. Sánchez estaba a punto de interrumpirme, pero pareció pensárselo mejor, porque se limitó a lanzarme una mirada asesina y a dejarme continuar.

— En el Colegio Españita estamos en contra de todo tipo de violencia, así que lamento comunicarles que sus hijos serán expulsados una semana.

Fue como lanzar una bomba. Si pudiera, me habría metido debajo de la mesa y dejaría que Soraya lidiase con ellos. Pero soy un hombre adulto con responsabilidades, así que mantuve el tipo aparentemente mientras que dentro de mi cabeza sonaba la melodía del himno del colegio versión bachata.

Por su parte, Pedro se puso tan colorado como la camisa que llevaba puesta. Lanzó unos cuantos improperios contra mí, pero no le presté ni la más mínima atención.

— ¡Habráse visto! Mi hijo Alejandro nunca ha tenido problemas con ningún otro niño. ¡Es todo por culpa de este colegio! Dirigido por los mismos incompetentes que llevan cincuenta años en el poder, ¡una vergüenza!

Como yo no entré en el juego, se dirigió al otro padre.

— Alejandro es un niño de seis años tranquilo, será que tu hijo se ha metido con él.

— ¿Mi hijo? ¡Retira eso ahora mismo! Nunca se había peleado con anterioridad.

Siguieron discutiendo durante unos veinte minutos, hasta que hice un gesto con las manos para que guardasen silencio.

— Aquí nadie tiene la culpa. Veréis, el colegio tiene un protocolo de actuación para estos casos. Como están expulsados, no tienen que venir a clase. Así que mañana a las nueve y media, nos encontraremos aquí, en el despacho, para aclarar lo ocurrido. Seguro que Saúl y Alberto tienen mucho que aportar.

Entonces, como por arte de magia, se pusieron de acuerdo en una cosa. Hablaron a la vez, como en una de esas comedias románticas.

— ¡Ese no es el nombre de mi hijo!

Podemos pactar pero no te PSOEPillesWhere stories live. Discover now