Primera parte

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La vida se construye de numerosas historias, ya sean breves o amplias, comedias o tragedias, verídicas o falsas, no importa, porque al final, cada persona tiene su propio anecdotario forjado con sus experiencias, así como es adornado por las ajenas. Y nada se puede hacer si te cuentan lo que no llegaste a ver. Queda en cada quien la elección de creer.

Para un ángel y un demonio, tan antiguos como el tiempo, que han visto, escuchado e incluso, participado en los eventos más inverosímiles de la historia de la humanidad, no es de extrañar que cuenten con bastas y surtidas memorias. Relatos que sólo pueden compartir entre ellos porque de lo contrario, serian perseguidos, acusados de blasfemos o mitómanos, quemados en la hoguera o internados en un hospital psiquiátrico, dependiendo de la época.

Si ellos tenían la certeza de que la estrella de Belén había sido un cometa convenientemente ubicado, o si llegaron a cruzar palabra con el cuarto Rey Mago, no podían contarlo. No a los humanos, nunca a ellos. Con lo fácil que perdían los estribos cuando se difería de su opinión, sin mencionar el testarudo escepticismo a pesar de disponer de pruebas fehacientes; no se antojaba perturbar sus frágiles mentes.

Confrontar a los humanos con el pasado no era divertido. Ni siquiera para Crowley. Contrario a lo esperado, las travesuras del demonio no solían transgredir en las creencias fantasiosas de los hombres. Sí, podía hacer que se cuestionaran los motivos de Dios, la moralidad de sus actos, tentarlos tal y como se le dijo desde el principio de todo, no obstante, se oponía a derribar los mitos que construyeron con su gran inventiva. Admiraba la imaginación que usaban para decorar los simples hechos, dotándolos de magia.

Después de todo, ¿qué autoridad tenia él para decir que los orígenes de Santa Claus son producto de un obispo rebelde? Un sencillo humano de nombre Nicolás, muy religioso, poco alegre y nada gordo.

La respuesta es: ninguna. Especialmente ahora que debe cuidar a un inquieto Warlock de cinco años. No hay persona poseedora de empatía que resista ver cómo se rompen las ilusiones de un niño, ni qué decir del miedo adicional cuando el niño en cuestión es el anticristo.

Esta es su primera navidad con el futuro destructor de mundos.

El demonio ha pasado cientos de navidades sin pena ni gloria, y a diferencia de sus compañeros, la festividad es de su agrado porque ofrece muchas oportunidades para desquiciar a la gente con el materialismo. En esta temporada del año, su cuota de tentaciones no falla.

No lo admite pero con cada persona que hace compras navideñas de última hora, sonríe por dentro. Siente cosquillas con las compras impulsivas, cuando en medio de la desesperación, un humano adquiere cualquier baratija con tal de no tener las manos vacías. El gesto de amor se convierte en un compromiso social. Una obligación en lugar de un acto de buena voluntad.

Sin embargo, este año es diferente. Sus ocupaciones le exigieron cambiar los ajustados vaqueros negros por la falda larga a juego con su chaqueta tweed. La niñera Ashtoreth no tiene tiempo para tentaciones cuando Warlock cuestiona todo lo que acapara su atención por más de tres minutos.

No había alternativa, la profesional niñera respondía todas las interrogantes del infante, ¿cómo negarse, cuando fue quien incitó la curiosidad de los humanos por primera vez?

El problema radicaba en que no estaba acostumbrada a lidiar con la exaltación del anticristo en las fiestas. Lamentando, en más de una ocasión, no tener una manzana a su alcance para ocupar esa boquita derrochadora de dudas.

En los dos años anteriores se le ahorró la molestia, pues le concedieron su periodo vacacional en las fiestas decembrinas, algo milagroso considerando que, por poco, le tocó ver al jardinero Francis disfrutar de los días libres sin que ella pudiera seguirle, afortunadamente, la señora Dowling cambió de parecer y la liberó.

Querido Satán [Good Omens]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora