Capítulo I

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  Después de haber apagado el despertador, obligué a mis pies a colocarse delante del espejo de complexión completa. Tallé mis ojitos e hice una mueca al mirar mi semblante; tan decaído como hace un par de semanas.

  La culpa estaba carcomiendome; era imposible conciliar el sueño sabiendo que mi mejor amigo, George, dormía en una celda junto a otros tipos de lo más sádicos.

  Recordé el día en que fue arrestado tras descubrir tres kilos de cocaína en la cajuela perteneciente al auto de mi padre alcohólico.

  Tampoco tenía idea de las cosas ilegales que merodeaban la vida de papá. Desde los quince años me había botado de casa, poco después de haberle confesado mi preferencia homosexual; por temor a que acabara conmigo, decidí no volver jamás. Pese a ello, mi contribución monetaria nunca faltó. Los viernes de cada mes, George le llevaba el dinero a mi padre.

  Siempre me resultó extraño que Jim no quisiera pedir una tarjeta de crédito donde fácilmente podría depositarle, y no lo entendí hasta ese momento.

  Aquel viernes por la noche, George llamó a mi celular, diciéndome que por motivos de tiempo, llegó tarde a la casa de papá. Le sugerí que ocupará su auto, le garanticé que no pasaría nada si lo tomaba prestado por una noche... ¡Yo le dije que todo iba a estar bien! Y no fue así.

  Cerca de las ocho y media, George aceleró en un semaforo, pasando por alto la luz roja. Para esa hora, su turno en el bar había comenzado y no asistir en un lugar tan de mala muerte como lo era nuestro ridículo trabajo, era autodespedirse.

  Después de aquello, un policía persiguió a George unas cuantas calles; ahí lo apresaron.

  George no traía los papeles del auto, porque obviamente era de papá. Su plan era pagar la posible multa, así que sin arremtir nada en contra del policía, bajo del auto.

  Registraron el vehículo en cuanto George insistió con que debía irse rápido para llegar a trabajo... Y entonces, el policía abrió el cofre trasero. Ahí, debajo de dos chaquetas de cuero negro, se encontraban tres kilos de cocaína junto a un par de paquetes de cigarro y varias botellas de vodka.

  George fue retenido.

  Me desesperó aún más verlo detrás de unas rejas que le impedían la libertad.

  George era huérfano, no tenía a nadie más aparte de mí... Y por mi culpa, estaba en ése lugar repugnante.

  Antes de irme de la comisaría, me informó la suma total de su fianza; era una cantidad exorbitante que yo jamás podría llegar a tener ni trabajando horas extra durante dos años en el empleo que tenía como mesero de tiempo medio.

  Recuerdo haberle visto los ojos llorosos, recuerdo sus manos temblando delante de mí. Nunca lo vi tan nervioso como aquella noche.

  —Te sacaré de aquí en menos de un mes, George. —le susurré, tomándolo de la mano.

  Cuánto anhelé abrazarlo. Joder... Detesté las rejas de cobre extendidas entre nuestros cuerpos.

  Y lo que más me destrozó, fue observar una sonrisa asomarse por su rostro... A pesar de todo, él me sonrió con tranquilidad.

  —Lo sé, Paul. —respondió firme, aunque su voz sonaba cortada. —Por favor, no te culpes por esto.

  Y entonces comencé a llorar.

  Al principio traté de negociar aquella cantidad con Brian, mi jefe. Le propuse ser su asistente en negocios internacionales, ya que él tenía una profesión y la ejercía —el bar era sólo una inversión—. Se negó, argumentando que no tenía experiencia laboral ni carrera en el ámbito.

Modélame, Paul |McLennon♡OS|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora