Encuentros a medianoche

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La espera siempre le ponía de los nervios

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La espera siempre le ponía de los nervios. Eran las 23:45 y, como cada noche, Berg Poot ya se encontraba sentado junto a una copa de vino en su sobrio apartamento. Lo único que rompía el silencio eran las manecillas del reloj que iban avanzando lentamente. Berg pensó que tenía que haber alguna analogía interesante entre el amor y el tiempo, pero estaba demasiado nervioso como para reflexionar.

Mientras esperaba a que llegara la medianoche, Berg solía pensar en momentos concretos de su vida y en cómo sería actualmente si hubiera tomado otras decisiones. ¿Habría cambiado algo? ¿Dónde estaría si no hubiera decidido salir de Sudáfrica cuando todo se puso feo? ¿Hubiera acabado viviendo en Portugal de todas formas? ¿Dónde estaría si hubiera seguido viéndose con Peter? No tenía mucho sentido, pero a Berg le consolaba pensar que en otros universos paralelos había otros Bergs viviendo otras vidas totalmente diferentes. Unas peores, otras mejores.

El ruido de la puerta de su vecino, Thomas Rotmensen, cerrándose al salir para pasear a su perra, Lily, lo sacó de sus pensamientos. Eso significaba que era medianoche, así que Berg esperó los diez minutos de rigor y también salió de su vivienda.

En la pasarela de madera del Algar Seco se pueden ver muchas estrellas, y a Berg le encantaba admirarlas en silencio cada noche mientras llegaba a las escaleras que bajan a las rocas.

Aunque en verano siempre había turistas paseando, el resto del año se podía disfrutar de un agradable silencio que sólo rompían las olas. Berg encendió uno de sus cigarrillos y avanzó por la pasarela con la misma euforia de cada noche. El corazón le latía a mil por hora y un agradable cosquilleo recorría su cuerpo, aunque llevaba haciendo lo mismo desde hacía varios años.

Berg llegó a la entrada de siempre y comprobó que Lily estaba atada a la baranda, contemplando también plácidamente las estrellas. La acarició con afecto y Lily le correspondió lamiéndole la mano. Berg encendió la linterna del móvil y empezó a bajar a través de la oscuridad.

Esa noche, las pequeñas cuevas naturales que se habían formado en la roca estaban muy concurridas. En todas ellas se podía adivinar la sombra de varias personas moviéndose y retorciéndose sobre sí mismas cada vez que pasaba una luz. Los jadeos y los suspiros se ahogaban con el rumor del mar.

Berg torció por una esquina puntiaguda en dirección a una de las últimas cuevas, cuando una mano lo agarró por el brazo. Enseguida notó la firmeza de la mano de Thomas, aunque en la oscuridad no podía verle la cara.

Siempre era Thomas el que elegía el sitio, y la cueva de hoy era pequeña y aislada, lo que les daría la intimidad de la que a veces no podían disfrutar, especialmente en verano.

—Hola, cariño...—dijo Berg, pero Thomas no contestó, sólo le besó en los labios con tanta pasión que Berg estuvo a punto de echarse a llorar.

Aunque pudiera parecer que todas las noches eran iguales, Berg estaba seguro de que aquella ocuparía un lugar especial en su memoria.   

Encuentros a medianocheWhere stories live. Discover now