En la comodidad de su hogar yacen entre las sábanas el detective consultor y el querido doctor. Ambos, Watson y Holmes en sus respectivas habitaciones y camas sin poder conciliar el sueño. Había algo que inquietaba a Sherlock, John se dió cuenta de ello y prefirió no decir nada, ahora él también daba vueltas en la cama. La quietud pronto se vió interrumpida por los gritos del de cabellos oscuros, con desesperación, clamaba la presencia de su querido amigo en su habitación. John de inmediato corrió hacia él, listo para socorrerle en todo.
Al abrir la puerta, se encontró con Holmes cubierto casi de pies a cabeza por el edredón.
—¿Qué sucede? —con agitación, Watson pregunta.
Holmes responde: —Creo que tengo fiebre.
Estático y con ganas de asfixiar a su compañero de piso John respira varias veces hasta que logra tranquilizarse y su agitado corazón calmarse. Pensó, pues, que sus gritos eran de un intenso sufrir.
—Yo pensé... —respira hondo— Sherlock, creí que era algo grave.
—La fiebre es grave, puede matar.
Dice muy serio y John no puede más que suspirar, asiente con la cabeza y dice:
—¿Qué puedo hacer por ti?
Comienza entonces el de cabellos oscuros a quitarse de encima el edredón, se recorre en la cama dejando un espacio y con la mano da golpes donde dejó vacío.
—Recuéstate junto a mí.
El doctor lo ve fijamente por unos segundos, luego camina y finalmente ocupa el lugar que Holmes hizo para él. Ambos se cubren (pues la noche es fría) y puede sentir la piel ajena, suave y helada.
—Sabes, Sherlock, no tienes que mentir con tener temperatura sí quieres que duerma contigo, dilo y ya.
—Pero John —toma su rostro con una mano para verle fijamente—, claro que tengo fiebre, por ti.
Sus ojitos brillan y el sonríe: —Gran bobo —dice, y una risita abandona los labios del soldado.
No necesitaron de mucho, más que la quietud de la noche para demostrarse su gran querer.
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You know, cualquier cosa que noten mal son libres de corregirme. ¡Gracias! 💛
