Parte única.

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1.
"Vives en un mundo de fantasías", era la frase que Lisa más escuchaba de todos, pero ella solo hacía caso omiso y seguía visitando, día tras día, la cafetería donde estaba ella, la chica de sus sueños.

Le había visto por primera vez cuando fue a la cafetería a dos cuadras de su instituto para recibir tutorías de Jisoo, quien había insistido con que si no iba reprobaría Ciencias y agregado que además el lugar donde la llevaba era muy agradable. Lisa accedió a regañadientes, y ahora se encontraba sumamente agradecida hacia su mejor amiga por haberle dirigido a la chica más linda del universo.

-Estás loca. -Solía decirle Jisoo cuando le pillaba garabateando corazoncitos en su cuaderno.

-Ella me tiene así -suspiraba Lisa en respuesta.

Los jueves, sábados y domingos eran los únicos días en los que Lisa no se pasaba por la cafetería. Un día tenía práctica de danza, y los otros dos ayudaba a mamá con el cuido de su hermano y las tareas de la casa, y le gustaba, porque eran esos los días donde se le veía inmersa en sus propios pensamientos, llenos de ella en su totalidad, y disfrutaba de la pequeña presión en su pecho al extrañarle. Los domingos lucía siempre feliz, colmada de las ansias por volverle a ver el día siguiente.

Desde la mesa más arrinconada, Lisa le observaba asomándose con disimulo por el menú que ya sabía de memoria. Así era cuando apenas entraba. El resto del tiempo fingía estar estudiando o haciendo tareas en su portátil y, mientras tanto, ella se mantenía inmutable y completamente ajena a su presencia en la caja, contando dinero y cobrando a los clientes. A veces, solo a veces, cuando el establecimiento se hallaba un poco vacío, se paseaba por las mesas para limpiarlas y acomodar sus sillas. Lisa adoraba la manera en que se pasaba mechones de cabello naranja tras su oreja y la sonrisilla apacible que siempre, siempre le acompañaba. También adoraba sus mejillas regordetas y la serenidad que transmitía en su andar. Era como una diosa.

Al lado izquierdo de su pecho, en su delantal, decía "gerente". Cuánto deseaba Lisa que en su lugar dijera su nombre. Sentía la necesidad de preguntarle al final de la tarde, cuando iba hasta la caja para pagar, no obstante, acababa solo entregándole el dinero y una sonrisa cortés que le era devuelta.

No era que Lisa fuese tímida, al contrario, era demasiado sociable y ruidosa todo el tiempo, no era fan de los silencios y siempre tenía algo qué decir. Esta parte de su personalidad era la responsable de su considerable popularidad en el instituto. Lisa era amiga de todos. Pero con la chica de la cafetería era diferente, aunque todavía no comprendía qué. Era como si, simplemente, su lengua y capacidad de hablar desapareciera al tenerle de frente.

Frustrada consigo misma, Lisa regresó a casa dando pisotadas y antes de dormir se dijo que, definitivamente, le preguntaría su nombre la próxima vez.

2.
El jueves pasó todo el rato de práctica ideando una forma para preguntarle su nombre sin que sonase extraña. Lastimosamente, sus neuronas no tenían el voltaje suficiente para responder a las preguntas que se hacía a sí misma y sentía, pues, ganas de llorar. ¿Debería solo preguntarle de manera casual, sin que se notara forzado o planeado, o pensar en una estrategia más bien oportunista? La primer opción sonaba más a algo que Lalisa Manoban haría, pero teniendo en cuenta de que esa Lalisa confiada y sinvergüenza desaparecía al tratarse del amor de su vida, la opción número dos crecía en potencial de suceso.

Frustrada una vez más, casi se le escapa un grito en media rutina.

Así que el viernes llegó y Lisa caminaba decidida hacia la cafetería después de llevar a su hermano a casa. Sus manos estaban en puño en los bolsillos de su abrigo hasta las pantorrillas, su ceño fruncido y los ojos desparramados en fuego. No tenía un plan siquiera, mas sí tenía la iniciativa y para ella era más que suficiente.

Clichés y la chica del café. (ChaeLisa) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora