La Posada de los Enanos

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Hola a todos, soy Harromir, el tabernero de la posada de los enanos. Amo mi trabajo, la posada es el lugar de reunión de mi pueblo, donde los enanos se reúnen para reír, brindar, gritar... En cierto modo para todos ellos la taberna es el único lugar donde pueden desconectar de sus ajetreadas y durísimas vidas, y a mí, siempre me ha enorgullecido ser, en cierto modo, el artífice de esto.

Así que allí estaba yo un día más, sirviendo pintas de cerveza sin parar y mis compañeros enanos bebiendo y riendo como cada noche. Los enanos son raudos, temperamentales e inconscientes, pero aman la diversión y a los suyos por encima de cualquier cosa, y es por eso, que además de ser su tabernero, me enorgullezco de ser uno de ellos.

Pero aquella noche... Ocurriría algo que nunca olvidaré... En pleno jolgorio enano se abrió la puerta de la taberna, y lo que antes eran cánticos festivos se transformaron en un silencio sepulcral, era tal la tensión que se podía cortar con el filo de una daga. Y es que no era para menos, la persona que asomó tras la puerta no era ni más ni menos que Balrodur, el temido comandante del ejército de Jasporter, acompañado de cuatro de sus soldados. Des de que el ejército de Jasporter llegó a estas tierras nuestras mujeres no pueden salir a la calle sin miedo, nuestros niños ya no pueden jugar en los prados, y a nuestros hombres les cuesta cada vez más traer el pan a casa. Los enanos somos inconscientes, pero no estúpidos, desde que llegó el ejército no pudimos hacer más que acatar su doctrina y sus leyes, sin derramar ni una sola gota de sangre enana de manera innecesaria.

En el silencio absoluto en el que estaba sumido la taberna Balrodur dijo:
- Cinco pintas de cerveza, escoria enana.
Así que empecé a llenar cinco pintas de la mejor cerveza enana que tenía en mi taberna. Mientras esto ocurría Balrodur y sus cinco secuaces se dirigieron a una mesa ocupada por cinco de los míos.
- ¡Fuera! ¡Ya! - Les gritó Balrodur apoyándose en la mesa en la que bebían los cinco enanos.
Unos segundos más tarde cuatro enanos se bajaron del banco en el que estaban disfrutando de la noche y abandonaron a toda prisa mi taberna. Pero uno de ellos se quedó allí, sentado, sin hacer una sola mueca con su cara, bebiendo su pinta de cerveza, y acompañado de su fiel hacha apoyada en la pared. Era Harmengul, el que un día lideró a los enanos más fieros en batallas realmente encarnizadas, y hoy, ya era un simple mito relegado a que sus historias sean contadas a los más pequeños del hogar en las frías noches de invierno para que puedan coger el sueño.
- Vaya, parece que tenemos un enano sordo. - Dijo Balrodur provocando una leve risa entre sus soldados.
- He dicho que te vayas. - Repitió Balrodur apretando sus dientes.
- Yo de aquí no me muevo. - Dijo Harmengul sin siquiera levantar la mirada de su pinta de cerveza.
- Oh vaya, un enanito rebelde. - Espetó en tono irónico Balrodur.
Harto de Harmengul, Balrodur, profirió un tremendo grito dirigido a sus soldados.
- Matad...
Y antes de que acabara la frase, el hacha de Harmengul voló del sucio suelo de la taberna al cráneo del ya excomandante del ejército Jasporter, manchando todo el techo de sesos y haciendo que el cuerpo cayera de inmediato al suelo completamente despojado de vida.

Tras esto hubieron dos segundos de un silencio más profundo que el primero, dos segundos que parecieron horas, y en los que parecía que el tiempo se había parado, nadie movió ni un triste músculo durante esta breve pero intensa pausa.
Al término de estos dos largos segundos, los soldados de Jasporter se dispusieron a desenfundar sus espadas, pero antes de que esto pudiese ocurrir, antes de que Harmengul recibiera siquiera un rasguño, una decena de enanos se abalanzaron con sus puños y hachas hacia los cinco soldados, que no tuvieron tiempo ni de gritar antes de que los enanos de la taberna les arrancaran sus vidas.

Nadie sabía lo que ocurriría a continuación, lo único que sé, es que la Gran Rebelión de los enanos empezó allí, en mi humilde y mohosa posada.

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