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Ambos corrían por entre la espesa maleza que se presentaba al frente suyo con dureza y altanería, segura de que ellos no podrían vencer en sus territorios más hostiles. 

Los árboles, de gran tamaño miraban a los intrusos con desdén, y con molestia se meneaban haciendo un soplido con el viento que les apoyó en ahuyentar a ese par y sus cazadores.

—¡Tweek, corre más rápido!— gritó Craig con su ronca voz, mirando cómo su pareja que se encontraba herida comenzaba a manquear del dolor presente en su pierna anteriormente apresada por una cuerda con picos a modo de gancho. Cosa que rasgó su piel.

—N-no puedo— jadeó el contrario, comenzando a parar el paso. El rubio comenzó a jadear de manera pesada, dejando ver a luz de la luna la gran herida expuesta ante la vista del azabache que cerró los ojos con fuerza.

La piel estaba echa tirones, dejando ver expuesto el músculo a carne viva. Y si bien Tweek era un demonio, también tenía sentimientos y tenía sentir físico. Tenía fuerza, así como debilidades.

Y en ese momento, Craig se dio el tiempo de mirarle. Su piel estaba siendo aperlada por el sudor que bajaba por su frente y sien, haciendo de su cabello verse un tanto húmedo. Claro, aún con ello esos cuernos carmesí destacaban de su curiosa anatomía. 

Sus largas pestañas que evitaban que sus ojos fuesen invadidos por basura durante los largos vuelos que sus fuertes alas le ofrecían en su tiempo de gloria. Esos ojos de miel que le ofrecían más de un color, unos más allá del azul.

Sus mejillas siendo rosas por el esfuerzo sobre su cuerpo que, para su propio dolor ya no estaba en buenas condiciones. Estaba simplemente demacrado, y era por ello que quería sacarlo de aquel calvario según su especie bendecido.

Pero antes de darle un fin a ésta historia, debemos tener un inicio y un contexto. Bueno, todo inició de una manera realmente no muy distante a lo que se narraba con anterioridad.

Todo pasó en una noche, llena de fuego y gritos. Siendo en su mayoría los árboles las principales víctimas de aquella corrosiva llama que con su flameante danza puede hipnotizar a cualquiera. 

y entre todos los gritos humanos, se podía escuchar un suave llanto.

—Ma-mami— llamaba el pequeño mirando la escena con terror puro. Al frente suyo, su madre y padre eran amarrados en un asta de gran tamaño, pisando con sus patas de color negro y escamas la paja que yacía bajo ambos cuerpos que se dedicaban a mirarle y darle palabras que le asustaban aún más.

perdónanos, te amamos, no nos olvides, perdón...

Eran esas palabras las que se repetían una y otra vez de los labios de sus progenitores. Y todo lo que estaba sucediendo, era su culpa. Por curioso, por inútil, por no saber callar.

Por existir.

Sus padres siendo carceleros de una iglesia de gran prestigio habían cometido la osadía de tener relaciones, de tenerlo a él. Y pagaron su vida, por la de él, que fue descubierto mientras cual niño seguía una criatura jamás antes vista por él y su maravillosa vista nocturna.

No era ni una rata, ni una cucaracha. Era colorido, era algo diferente al gris al que estaba acostumbrado. Era un abanico de colores que se movía para volar como él en veces intentaba con sus alas aún muy pequeñas como para soportar su peso.

Era lo que tiempo después conocería como mariposa.

La siguió, se rió; y así fue como todo terminó. 

—¡AHH!— el atroz grito de su madre hizo que su cuerpo se alterase y en reacción buscase un refugio. Era una cría de demonio, no se le podía culpar.

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