-Luis Rodríguez
Desde hace un tiempo me posé en un rincón de piedra: mirador de esquinas y en ellas las putas que se revuelcan con amantes de papel.
Antes de ser monumento, giraba el rostro y mi piel también era de papel. Solía ser amante de aquellas damas que agradan con el encanto hediondo a calles y orines de vagabundos que se duermen entre basura -porque en el frío de las esquinas hasta la basura abriga un corazón perdido. Mostré mi cuerpo blando al viento y éste me llevo a viajar en la espalda de gigantes. Miraba enormes magnolias en el cielo morir con el fuego del rey. A veces olvidaba que viajaba, me acostumbré a mirar el cielo y entonces no me percataba que los gigantes se movían: soñaba con jirones de una obra de arte que podía mirarme de frente en mis pensamientos. Adentré mi vida en la aventura de viajar despierto dentro de los sueños de las serpientes que me escupían muy abajo en el suelo que no si quiera me rosaba la atención de la pecueca; muertas viperinas por el pasar impasible de los gigantes. Fui en eternidad con el tiempo y conocí en su habitación a la locura quien era su secreto más preciado; ahí los vi descarnándose, despojándose de la vergüenza y comiendo su carne, el uno del otro, me enseñaron lo que era "hacer el amor". Me perdí en su acto sucio y como hambreado busqué mi secreto para buscar saciar el antojo que me provocó ese energúmeno momento. Llegué a esta esquina... de aquí no me moví... observé a mi rededor y no alcanzaba la miraba para contar todas las dañinas formas que tenía de romper el pacto con mi dios. No pensé en nada cuando la vi; plateada y con hermosos ojos que eclipsaban al sol, me cedí en sus grandiosas caderas y agité mi lengua como un perro jadeando: se la metí hasta crear música con el compás de mi corazón, mi ritmo bailaba perfecto con el tempo y sus cabellos azules se prendían con las luciérnagas que acompañaban la comparsa con su vuelo esplendoroso; yo babeaba y mi cuerpo también lo hacía, ella babeaba conmigo y nuestras bocas se juntaban en un desastre cósmico que mataba estrellas sin compasión alguna... Me cobró... era una puta, y mi dios se fue a su cartera después de todo aquello que me dio a cambio. De viajero me volví vigilante, el viento ya no soplaba en mi dirección y de la vergüenza me volví de piedra, ahora... ahora solo me queda la mirada: es lo único que me pide ella para hacerme el amor.