El despacho

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Yolanda entró al despacho con un ansía indescriptible. En aquel momento sentía un torbellino de emociones. Miedo, ansiedad, expectación, curiosidad y anhelo eran sólo algunas de ellas. La puerta, austera y elegante, se abrió sin emitir sonido alguno, dejándole ver, por primera vez, el despacho de Magallanes. En el centro había una gran y elegante mesa de roble, que servía como escritorio, sobre la que descansaban varios documentos de todo tipo: desde un título en psicología hasta simples post-it con garabatos incomprensibles. Las paredes laterales quedaban totalmente ocultas por dos grandes librerías, llenas de cuencos de cerámica, estatuillas, más archivos, y sobretodo, libros. Era ingente, casi indecente pensó Yolanda, la cantidad de libros que había en aquel despacho. Y entre todos ellos había una colección muy especial, una que sobresalía por encima de los demás. Éstos tenían una tapa dura con un color azulado increíblemente magnético a la vista. Y sobre ésta había estilizadas letras blancas con un fino contorno dorado, que componían en todas ellas: "Dr. H. Magallanes". Una vez uno se acostumbraba al brillo de aquellos tomos, se podía parar a observar los demás elementos que conformaban aquella imponente habitación. Al lado del escritorio había un paragüero negro de metal en el que había escrita la palabra "Bienvenido". Daba la sensación al observarlo que una tormenta bíblica se preparaba para azotar la tierra, junto a su ático y sótano. El paragüero estaba en el lado izquierdo del escritorio y en el derecho descansaba un reposapies milenario de hueso blanco como el marfil, coronado por un esponjoso cojín, sobre el que reposaban unos pies engalanados con unos mocasines impolutos.

"Pasa" Dijo Magallanes, sin alzar la mirada, pues estaba demasiado concentrado en su cuadernillo. Un cuadernillo viejo, malogrado, grande y grueso como sólo la biblia podría aspirar a ser, en el que se veían sobresalir todo tipo de hojas multicolor, formando un arcoiris que contrastaba con la cara seca y regia de Magallanes. Éste escribía tan rápido y con tanta gracilidad que, o se sabía de memoria todo lo que tenía que escribir o pensaba a la velocidad en la que aletea un colibrí. Dicho cuadernillo parecía, aunque en si mismo no fuese la gran cosa, ejercer un influjo extraño en aquel que lo observaba. Parecía como si fuese imposible escapar de entre sus incontables páginas. Como si el cuadernillo disfrutase robándole la mente a aquellos que osaban ojearlo, aunque sólo fuese un vez. Y aunque Magallanes estaba absorto entre sus páginas, al verlo no daba la sensación de que estuviese perdido. No. Parecía como si tuviese el control absoluto e indiscutible de todo lo que allí dentro pasaba. Su seguridad, su porte, como fruncía las cejas, como reía con endiablada satisfacción, como se sabía de memoria la página que necesitaba para consultar aquel dato que se le estaba escapando. Y lo peor no era el hecho de que Magallanes estuviese tan cómodo entre las hojas del cuadernillo. Lo peor es que parecía magnificar, hasta un nivel indescriptible, la fuerza gravitacional que ya poseía de por sí el cuadernillo. Era imposible no verse atraído, de forma involuntaria, hacía aquella perversa conjunción de hombre y papel, hacía el centro del agujero negro, sintiendo como a cada instante la presión era mayor, deformando la materia a su alrededor sin piedad alguna...

"Siéntate Yolanda" Dijo Magallanes, cerrando de golpe el cuadernillo.

Yolanda, algo aturdida por la onda expansiva, provocada por el sellado del cuaderno, estuvo varios segundos a reaccionar. Pero enseguida se recompuso y se sentó en una silla increíblemente lujosa, construida con madera de ébano y terciopelo negro. Tan lujosa que hasta parecía mejor que el imponente sillón de magallanes, cuya forma recordaba a la de un trono.

Magallanes se irguió por completo y entrelazó los dedos. Yolanda se puso las manos sobre las rodillas y compuso una sonrisa débil. Era una adolescente promedio de diecisiete años: cabello largo, negro, estatura media, complexión delgada... Aunque como con todo el mundo, al mirar con mas detenimiento se podían observar otros rasgos no tan comunes. El pelo lo tenía liso de la raíz hasta la mitad del pelo, entonces ahí se le rizada muy ligeramente, pero a la vez de una forma notable y elegante. Tenía los ojos brunos, algo hundidos pero muy grandes para su cara, lo que los hacía destacar. Sus pómulos eran algo prominentes y sus labios más bien pequeños y de un color rosa pálido genérico. La nariz sin embargo, no era muy discreta, y sin duda, Yolanda había sido víctima de más de algún abuso por culpa de su tamaño. En cuanto al cuerpo, la ropa invernal no dejaba ver mucho más que una silueta uniforme, desprovista de curvas más allá de unos anchos muslos, desproporcionados para los cincuenta quilos que debía pesar aquella chica.

Magallanes dejó de auscultar el físico de Yolanda y se preparó para la parte verdaderamente interesante. Entrecruzó las piernas, achinó ligeramente los ojos y se recostó sobre su sillón.

Yolanda por su parte volvió a reír con nerviosismo. Quizás no era la adolescente más atractiva, pero tenía ese toque de inocencia que tanto encanto les otorga a algunas mujeres a ojos de algunos hombres.

-¿De qué quería hablar conmigo?

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⏰ Last updated: Jan 05, 2020 ⏰

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