Prólogo

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A veces, cuando mi cabeza está sumida en el insomnio, así acostumbrado a no poder dormir por mis alucinaciones, siento el olor espeso de la descomposición. La tierra ya no es fértil y las cuerdas vocales de los cristianos se desgarran con su cátedra del amor. Las cosas empeoraron mucho. Estoy lejos de mamá. Cada vez que el barco zarpa tiene como destino el sufrimiento de algún pequeño pueblo. 

Recuerdo cuando tenía 6 o 7 años de edad. La herrería de Gunnar necesitaba más materias primas para el ejército Islandés. Podía sentir el olor a comida en la metropólis del pueblo, casi tanto como el frío. Un pequeño pueblo en el norte de Islandia, una zona geográfica difícil de pisar para el hombre. Mercados muy precarios y mujeres hermosas. Los jóvenes jugaban con espadas de madera, anhelando algún día poder estar en el frente de batalla y fallecer yendo al Valhalla. Un paraíso en dónde el dios de la guerra, Odín, una vez fallecidos los guerreros en la batalla, reconocía su valor y los enviaba directo a su mundo, para así, vivir con una paz inimaginable. Los negocios de Gunnar con los vikingos daneses se hacían cada vez más estrechos y la paz estaba por verse en un ocaso interminable con respecto a Inglaterra.

¡Aren, pequeño mocoso! Gunnar había gritado con rabia. En mi búsqueda de hierro en las pequeñas minas del pueblo, había perdido el 30% de lo que me habían encomendado a entregar. Eventualmente se calmó. Ya no tenía edad de dejar espacio del estrés para su mente. Un hombre honorable. Casi un plebeyo, castaño, de cejas grandes, de una edad de 50 años aproximadamente. Uno de los pueblerinos de mayor edad en el pueblo. Suspiró. 

Olaf va a cortarme el pellejo si no entrego aquel hierro que te encomendé, pequeño. ¡Pero no te preocupes, enviaré a Raeghar a buscar lo necesario! así, Gunnar pronunció en un tono burlezco un nombre que odiaba. Raeghar.

Raeghar era un hombre musculoso, con una armadura casi destrozada por las incontables misiones encubierto que realizó para el ejército de Dinamarca, cuando la guerra aún no había llegado. Una melena casi como un león y una barba sucia. Un rostro arrugado y unos ojos muy pequeños. Una tez de piel casi marrón. Egocéntrico y calculador, inestable pero de un temperamento extraño. Nadie podía entenderlo. Los hechos hablan por sí solos, ¿no es así? Sí. Era llamado el hombre más fuerte del norte de Islandia. Tenía una relación de amor-odio con Gunnar, ya que tienen cierto parentesco familiar por sus ancestros.

Y así, hablando del rey de Roma, apareció. 

¿Por qué estás jugando con un niño, Gunnar?

Escuché esa voz que tanto me irrita. Raeghar había aparecido con dos de sus soldados portando unas lanzas. 

¡Al fin, alguien que puede ayudarme! ¡Alguien inteligente! ¡Alguien capaz! Gunnar de una manera eufórica, casi psicótico, exclamó hacia todo el pueblo. 

Ambos charlaron acerca de la búsqueda de minerales. Estuve cruzado de brazos con una cara que denotaba una gran molestia. De verdad que ese sujeto me molestaba. Quizá por envidia. De todos modos no era alguien tan fuerte. Nuestro pueblo nunca se destacó por tener un pueblo guerrero, a diferencia del oeste y el este. 

Apuesto que Olaf lo destrozaría. No me había dado cuenta, pero esas palabras salieron de mi boca por equivocación. 

¿Ah? ¿Olaf? No bromees. ¿Crees que soy una esclava como la cerda de tu madre, incapaz de siquiera tener libertad? No me jodas, vete de una vez antes de que quiera hacer lo que estoy pensando. 

Era obvio, Raeghar probablemente estaba pensando en atravesarme la garganta con su espada. Decidí esconderme pero no iba a dejar las cosas así. La rabia me estaba consumiendo por dentro. 

Raeghar junto a sus soldados caminó hacia la mina y en un tiempo ínfimo acumuló los minerales necesarios para Gunnar. Lo sé porque los seguí a escondidas. Pensaba eliminarlos con una piedra en mi mano. Una vez que la extracción se realizó, Raeghar y sus hombres caminaron hacia el puerto, algo que no entendía ya que Gunnar vivía mucho más lejos. Raeghar estaba cambiando el hierro por algún material parecido para engañar a Gunnar. ¿Siendo sinceros? No me sorprendió. Pero algo más sucedió. 

Una lanza cayó en la orilla del puerto. En su punta flameaba una bandera roja con un símbolo parecido al del ejército de Gales. Sé que no era así. Ahora lo sé. Raeghar se mostró valeroso ante el barco de guerra que se acercaba al pueblo. Confundido, me quedé congelado por la situación. Guerreros Galeses con múltiples marcas en su cuerpo, armas desgastadas y una ropa inusual para un ejército, diría que casi como los que usan los esclavos de aquel país tan remoto. Una vez bajaron, Raeghar los confrontó pidiendo explicaciones. 

Traté de escuchar la conversación más de cerca, mi corazón latía fuerte por la tensa situación, tenía miedo de estar implicado en ello y salir herido. Sabía que las intenciones de los guerreros Galeses no era hablar. Gales jamás había tenido relación con nuestro pueblo y, en épocas antiguas, acostumbraban a saquear pequeños pueblos. Pero claro: no le tomé importancia. Escuché el nombre de Olaf, y uno que había escuchado antes..'Thor'. ¿Thor? ¿Quién le pondría el nombre de un Dios a su hijo, que acto de imprudencia permitiría que...?

Entre mis largos pensamientos, un guerrero Gales desenfundó su espada y mutiló cada tendón del brazo izquierdo de Raeghar, arrancando cada parte de su piel en una explosión inmensa de sangre que navegaba por la espesa nieve del suelo. Antes de que el pueda gritar, sus hombres se acercaron para la batalla, pero justo antes de poder parpadear, un hacha de Gales arrancó las piernas de ambos, y en un movimiento en seco, partieron el cuerpo de uno de ellos al medio. Podía ver cada órgano saliendo de su cuerpo lentamente, como sus pulmones poco a poco caían destrozados al suelo y su cerebro cayó casi como una goma, pegándose a la nieve. Los guerreros Galeses destruyeron a los 3 hombres más fuertes de nuestro pueblo en un segundo. 

Me tapé la boca, entre lágrimas corrí hacia el pueblo con mi tapado de cuero, cada pelo rojizo de mi cuerpo se unía con mi transpiración. Mi respiración pesaba y mis palabras se oían cada vez más fuertes. ¡Huyan, huyan! ¡R-R-Rae..ghar, está muerto! ¡Por favor! ¡Escuchen! 

Nadie me oyó. Rieron sin parar. 

No sabían que les deparaba, una vez la masacre que se acercara cada vez más al pueblo.


ValhallaWhere stories live. Discover now