La historia de Julián

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En un país llamado Colombia, cerca de la cordillera de los Andes, habitaba una tribu indígena que llevaba muchísimos años instalada en esas tierras. Sus miembros eran personas sencillas que convivían pacíficamente, hasta que un día el grupo de los jóvenes se reunió en asamblea y tomó una terrible decisión: ¡expulsar del poblado a todos los ancianos!

Los arrogantes muchachos declararon que los viejecitos se habían convertido en un estorbo para el buen funcionamiento de la comunidad porque ya no tenían fuerzas para cargar los sacos de semillas y porque sus movimientos se habían vuelto tan torpes que necesitaban ayuda incluso para comer o asearse. Por estas razones, aseguraron, era necesario echarlos para siempre.

Tan solo un chico bueno y generoso llamado Julián creyó que se estaba cometiendo una gran injusticia y se rebeló contra los demás:

– ¡¿Estáis locos?!... ¡No podemos hacer esa barbaridad! Les debemos todo lo que somos, todo lo que poseemos. Ellos siempre nos han ayudado y ahora somos nosotros quienes debemos cuidarlos con amor y respeto.

Desgraciadamente ninguno se conmovió y Julián tuvo que contemplar horrorizado cómo los ancianos eran obligados a abandonar sus hogares.

– ¡Esto es horrible! Nadie se merece que le traten así.

Cuando los vio alejarse del pueblo con la cabeza agachada y arrastrando los pies, decidió que no podía quedarse de brazos cruzados. Sin pararse a pensar, echó a correr hasta alcanzarlos.

– ¡Esperen, por favor, esperen! Si me lo permiten iré con ustedes para que se sientan más seguros y ayudarles a buscar un buen lugar donde vivir.

El de más edad sonrió y aceptó la propuesta en su nombre y el de los demás.

– Claro que sí, Julián. Tú eres un buen muchacho y no un canalla. Agradecemos mucho tu compañía y toda la ayuda que nos puedas proporcionar.

– ¡Oh no, no me den las gracias! Siento que es mi deber, pero les aseguro que lo hago con gusto.

Julián se puso al frente y los dirigió hacia un cálido y hermoso valle rodeado de montañas. Tardaron varias horas, pero mereció la pena.

– ¡Este es el lugar elegido para montar el nuevo poblado! La tierra es fértil, ideal para cultivar. Además, está atravesado por un rio en el que podremos pescar a diario. ¿No les parece perfecto?

El más anciano reconoció que la elección era excelente.

– Tienes buen ojo, Julián . Ciertamente es un paraje maravilloso.

Julián respiró hondo y llenó sus pulmones de aire puro.

– ¿Pues a qué estamos esperando?... ¡Pongámonos manos a la obra!

Durante semanas el muchacho trabajó a un ritmo frenético, construyendo casas de barro, madera y paja durante el día, y fabricando artilugios de caza y pesca a la luz de la hoguera al caer la noche. Era el único que tenía fuerza física para realizar las tareas más duras, pero los ancianos, que poseían la sabiduría y experiencia de toda una vida, también ponían su granito de arena dirigiendo las obras.

Gracias a los buenos consejos de los mayores y al gran esfuerzo de Julián, el objetivo se consiguió antes de lo esperado. Mientras tanto, en la otra tribu, los jóvenes tomaron el mando y todo se descontroló, principalmente porque ignoraban cómo se hacían las cosas y no había ancianos a los que pedir consejo. Esto era muy grave sobre todo si alguien caía enfermo, pues los remedios a base de plantas medicinales solo los conocían los abuelos y allí no quedaba ni uno. Donde antes había paz y bienestar, ahora reinaba el caos.

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⏰ Last updated: Jan 06, 2020 ⏰

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