Todo bello y sereno

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Fue hace mucho tiempo, la noche estaba cubierta de unas nubes espesas y llovía fuerte. Vos estabas en tu pieza, cuidando tranquilamente a tu querido pou, como hacías siempre antes de ir a dormir, pero esa noche... todo fue diferente.
La tormenta afuera creció y un rayo cayó tu casa, solo pudiste abrazar tu celular y decir -¡CON MI HIJO NO!-, antes de ser alcanzado/a por el mismo.
Miraste a todos lados, estabas en una casa y te resultaba familiar, sin embargo, no era tu casa.

–¿Dónde estoy?– Dijiste.

–"¿Dónde estoy?"– Escuchaste.

Parecía que alguien se burlaba de vos, alguien con una voz tan aguda, que era casi irreal.

–No es gracioso.

–"No es gracioso"

–¿¡Quién sos!?– (Comenzaste a caminar por la casa)

–"¿Quién sos?"– decía la voz.

Entonces, llegaste a una habitación con una almohada en el suelo, la reconocías, sabías donde estabas, pero tu mente no quería creerlo.

–¿Hi-hijo?

Mientras oías tu frase repetirse, veías como se asomaba de entre la sombra de la otra sala la boca que reproducía esos sonidos.

–"¿Hi-hijo?"

Ahí estaba él, esa masa alienígena a la que llamabas "hijo", era más hermoso en persona que detrás del celular. Se movía raro, caminaba como una babosa obesa al borde de su extinción, era gracioso y aterrador.
Caminaste hacia él y te sentiste en casa, el miedo desapareció, la angustia desapareció, ya no te sentías solo/a.

–¿Co-cómo es que estás... acá? ¿¡CÓMO ES QUE YO ESTOY ACÁ!?– exclamaste (el alien repetía todo).

–Sos, ¿¡REALMENTE VOS!?

Entonces fuiste a abrazarlo, se sentía como abrazar a una bolsa llena de gelatina. Te agradaba la sensación.
Luego de superar el shock del primer momento, saliste con tu hijo al jardín, pero lo notabas raro, él no dejaba de mirarte, y siempre que tenía la oportunidad, se te tiraba encima y, con su boca suave y gelatinosa, te besaba la cabeza. Te sentías querido/a, pero algo estaba mal.
Comenzaron a jugar a la pelota, cuando la masa saltaba para atajar, al caer, quedaba hecho puré en el piso, y volvía a armarse para seguir jugando. En un momento él dejó de jugar y no entendías por qué.
Pou hacía señas raras y tenía los ojos llorosos, parecía querer algo, pero no tenía extremidades para darse a entender. Luego de pensar, deduciste que tenía hambre, así que lo llevaste a la cocina a darle algo de comida.
Entonces lo sentaste en tus piernas como a un bebé y comenzaste a darle todo tipo de alimentos y bebidas, cuando se los metías en la boca, él lo disfrutaba mucho, saboreaba cada bocado, estaba feliz, no quería dejar de comer, pero comenzó a ponerse grande, aplastado, estaba engordando. Por ende paraste y lo bajaste de tus piernas, pero el alien se enojó, empezó a llorar, quería seguir, quería que lo atendieras, estaba deseando que sigas en contacto con él.
No supiste que hacer, no sabías como callarlo, él te estaba abrazando mientras lloraba, y cuando levantó la mirada con la intención de parar, viste sus ojos, te llamaban, su boca estaba babosa, entendiste todo, te saliste de control y... Se besaron. Podías sentir la corta, pero juguetona lengua de tu hijo en tu boca, sabías que estaba mal, pero estabas caliente. Pou no paraba, y vos intentabas desprenderte con muy poca intención de que pasara, pues, en el interior, querías seguir.
En un momento alejaste la cara, dijiste "¡no!", la masa repitió "¡no!", y algo se sintió dentro tuyo, no resististe, volviste al beso, esta vez con más pasión, comenzaste a tocarlo mientras tu boca se volvía gelatina, su espalda era suave y caliente, no querías que ese momento acabara nunca.

–¿Qué estoy haciendo?– Pensaste.

–"¿Qué estoy haciendo?"– Escuchaste.

Tu travesía con Pou (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora