Esta es la historia de un gato presumido y tonto, que se jactaba a diario de su hermosura. El gato vivía en el medio de un jardín, rodeado de otros gatos más pequeños, y para nada tan bellos como él. ¡Soy en verdad, algo digno de contemplar, y no hay nadie en este jardín que supere mi encanto! – repetía el gato en las mañanas, en las tardes y en las noches.
Al llegar la primavera, los gatos comenzaron a pasear a ponerse más bellos, su pelaje más hermoso. Cada día se cuidaban más. Mientras tanto, el gato, que no podía dar sus frutos, se lamentaba angustiado: "Mi belleza no estará completa hasta que mis generaciones no llegue, no tendré frutos hermosos como yo". Entonces, se dedicó a observar a los demás gatos y a imitarlos en todo lo que hicieran para tener sus generaciones. Finalmente, el gato tuvo lo que pidió, y en lo alto de los tejados, encontró una hermosa parejita la cual obtuvo sus frutos.
"Le daré de comer día y noche para que sea el más grande y hermoso de todos los gatos" exclamaba el padre gato orgulloso de su creación. Sin embargo, de tanto que llegó a crecer aquel hijo gato, no hizo más que a un gato inútil sin ninguna capacidad de lograr algo porque todo le dio en sus manos para que nunca sufriera. Con el paso de los días se dio cuenta el padre gato lo cuan equivocado estaba.
Algunas personas son como los gatos, que su ambición es tan grande que les lleva a perder todo cuanto tuvieron, pues no hay nada tan fatal como la vanidad, y debemos evitar ser engreídos con las personas que nos rodean.