Prólogo

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Me vi sin el hombre al que quería, sin la mujer a la que amaba; engullido por la soledad quise reencontrarme con ellos al otro lado de la orilla, pero nunca conseguía cruzar del todo. Moría de pena, de profundas heridas que hacían brotar mi sangre y de órganos aplastados. Moría en vano. La culpa hervía y quemaba como el veneno resbalando por el esófago. La certeza de que lo podría haber evitado y la maldición de vivir en un presente sin ella. Porque, en cuanto se apagó ella, todo terminó para ambos. Yo ya me había perdido desde su último aliento.

Me vi cada vez más frágil y quebradizo, como un corrosivo metal oxidado, y me retorcí en la podredumbre de mi alma. Descompuesto y vacío, me llené de odio. De muerte. Arrebataba vidas a mi antojo, de un bocado. Pero en seguida dejé de verme egoísta por tener las manos manchadas de sangre. Regalaba aquello que más quería para mí: muerte. Me dejé mecer por el caos y aprendí a disfrutar de aquella vorágine en la que se había convertido mi vida. El dolor ajeno, el de mis víctimas, me hacía más compañía que los recuerdos que nunca podría recuperar.

Me vi, huérfano de sentimientos, reflejado en las pupilas inertes de todo aquel que intentase interrumpir mi descenso por la espiral de la destrucción.

Me vi como el villano de esta historia y me gustaron las vistas. 

Ryu; Encuentro (3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora