Naufragio

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Pasan los segundos, minutos y quizá horas, no lo sé, pero sigo aquí, en este silencioso lugar. Me dejo envolver por el arte gótico que empaña cada rincón de esta lúgubre iglesia, donde sus formas engalanan cada uno de sus acabados. Un viejo órgano que se ubica hasta el fondo llama mi atención, mis ojos no se apartan de las tristes melodías que he creado en mi cabeza y mientras lo hago me dejo llevar un poco más por la fantasía al verme esbozando en él una épica sonata.

Leves sonidos de golpeteo advierten que ha comenzado a caer la lluvia, aparentemente tendré el tiempo suficiente para seguir con mis delirios; después de todo no tengo ni idea de hacia dónde ir y, junto a la lluvia me aborda la depresión, el volver a pensar en él, en mi madre, en mi soledad, aun cuando el último tramo del viaje me había servido para cerrar los ojos un momento y perderme en un ensueño temporario donde pude descansar de mis rutinarios pensamientos. Cómo puedo levantarme y seguir si estoy viviendo con esta jodida sensación, esa misma que me hace llorar día y noche, el pensar que ya no hay vida después de él, esa misma que me hizo aferrarme a esa historia de amor con tanta fuerza, esa misma que hizo abrir mi corazón sin pensar en que quizá terminara siendo una utopía. Por momentos intento olvidar todo dolor que cargo como lastre en mi espalda, pero regreso y me pierdo de nuevo en su juego; en que momento fue que imaginé un instante de felicidad, una vida sin esta tortuosa soledad. Así, continuo escribiendo la misma historia una y otra vez, donde lo único que deseo es que de cualquier forma este sufrimiento acabe. Es ineludible el doblegarme, dejar caer sobre mis rodillas un maltrecho cuerpo casi inerte y llorar hasta que la última lagrima abandone las cuencas de mis ojos, deslizándose sutilmente y mirándome con desdén mientras se pierde en la nada.

Pasa el tiempo sin afán alguno, la lluvia no se calma y empiezo a sentirme algo incomoda; mi boina y gabán no están cercanos a lo hermoso que fueron hace un tiempo atrás, ahora están sucios, rotos y no huelen bien. Con algo de pena abro mi poco agraciado maletín y saco una chaqueta de cuero, logrando así darle descanso a un gabán viejo y cansado; mientras lo hago, me aborda un pensamiento acompañado de una pregunta poco usual ¿qué pasaría si mi padre regresara a mi vida?, sin espera me digo, que absurdo, él nunca estuvo ahí para mí, cómo podría pensar en que aparecería de la nada a rescatarme, a mostrarme la vida que siempre quise tener, llevo las manos a mi rostro y lloro, es solo que he pasado tanto tiempo de mi existencia luchando en contra de la soledad lo cual ya no me hace estar segura de querer volver a enfrentar esto una vez más. La angustia provoca que muchos momentos vuelvan aparecer, momentos que quiero borrar, como la muerte de mi madre y como todos aquellos rotos en mi alma que jamás podré reparar, no importa cuanta fé ponga en un dios existente o por existir, seguramente no será suficiente para salvarme. Solo quiero poder borrar todos los momentos vividos hasta este punto, solo quiero regalarme un poco de paz, pero, cómo podría regalarme algo que está fuera de mis alcances, algo que escapa de mí, algo que me ve y se esconde, ¿cómo podría?.

Ver este inmaculado altar hace que recuerde a Sebastián, fue mi prometido casi toda la carrera universitaria, vivimos muchas cosas juntos, en algún momento pensamos en casarnos, tener hijos, tener un futuro donde ambos estuviéramos; pero, todo se fue por el caño, nunca supe por qué me dejó plantada en el altar, aunque para ser honesta nunca importó tanto; ese instante mientras las lágrimas de vergüenza cubrían mi rostro en una noche de abril, supe que mi corazón hacía mucho lo había dejado de amar, él solo se había convertido en mi refugio, en un amigo como pocos que aún tenía, alguien a quien necesitaba en mi vida pero no amaba. Hace mucho tiempo que no le recordaba, lo había casi olvidado por completo, y hoy, estoy aquí sentada frente a ese altar recordando nuevamente; es esto mi destino siempre, no hay de qué sorprenderse, mismo guion, todas las personas a las que amo, las que me importan, al final siempre tienen que dejarme hundida en el fondo del mar, naufragando como todo barco ido a la deriva, sin oportunidad, queriendo morir; deberías estar acostumbrada –me digo, y aun así, estos tenues recuerdos me hacen llorar, ¡que tonta soy!.

Dios, si existes ten piedad de mí, ten piedad por el alma de mi madre, ruego porque encuentre un camino de luz, aun cuando su trágica forma de morir esté rodeada por tantas sombras y confusiones. Jamás entendí bien que sucedió esa tarde, justo esa cuando regresaba del colegio y, cuando al abrir la puerta del baño, le vi, en esta tina cubierta de sangre, con extrañas marcas que cubrían todo su cuerpo. Todos terminaron por creer en que fue suicidio, pero jamás lo creí así, ahora solo levanto mis manos al cielo y pido por su alma a quien pueda escucharme.

Es inevitable sentir escalofríos al pensar en aquellas sombras que toda la vida me han perseguido, sombras que sentía bajar de los tormentosos cielos en noches como esta.

Ni siquiera sé por qué exactamente tuve que traer de vuelta este doloroso recuerdo, son solo momentos que quiero borrar. Levanto la mirada, como buscando otra razón para traer más pesadillas aprovechando los objetos del lugar, me centro en el altar, veo que hay unas bellas flores en lo que parece ser una corona, muy bella por cierto, quizá demasiado; me acerco para tomarla, al hacerlo, la encuentro más bella aun y, además, se ve muy bien sobre mi cabeza, las campanas suenan, creo que cerrarán. Salgo y, veo un carro estacionado, me acerco, le pregunto al conductor hacia dónde va, me dice que se dirige a la ciudad, suspiro y pienso dentro de mí, creo que es hora de regresar. 

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