Prólogo

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Tierras Altas de Escocia. Siglo XVIII

Clan McGillivray

Arya mezclaba y machaba al mismo tiempo dentro de un pequeño cuenco de barro diferentes hierbas.

El día era soleado y una pequeña brisa entraba a través de la pequeña y única ventana que tenía su austera pero limpia cabaña.

Era cierto que necesitaba poco para ser feliz. Sus hierbas, cuidar del pequeño huerto que tenía en la parte trasera de su casa, el cual adoraba cuidar, ir a nadar al lago que había a poca distancia a primera hora de la mañana para despejarse, y muy de vez en cuando, salir a pasear por el bosque, el cual la proveía de todo lo que necesitaba para hacer sus curaciones.

No. No se le podía llamar en sí «curandera», ya que no lo era aunque tuviera nociones. Lo poco que aprendió se lo enseñó su abuela Finoa. Ella sí que lo era. Y no solo eso, se decía, aunque ella nunca pudo asegurarlo, que su abuela era descendiente directa de los antiguos druidas y que en su interior habitaba una inmensa magia ancestral.

Hacía diez años que su abuela había fallecido, los mismos que llevaba ella viviendo allí, cerca de las tierras del clan McGillivray y en la misma cabaña que habitó Finoa durante casi toda su vida.

Arya llegó pocos años después de que un raro suceso revolucionara a los habitantes de aquel clan. Se hablaba de que tanto el laird como su amante, habían desaparecido inesperadamente y no se sabía su paradero. Y que, desde el momento en que el laird desapareció y ya que no tenía descendencia, su mejor amigo, Kirk, tomó el mando del clan. Un clan que poco a poco y sin saber porqué ha ido teniendo problemas.

Primero empezaron a escasear las cosechas, luego la gente empezó a enfermar sin motivo, los animales fueron falleciendo y actualmente, el clan estaba muy empobrecido.

Arya cerró los ojos y suspiró.

—Ojalá estuvieras conmigo, abuelita, estoy segura de que tú sabrías qué está pasando —susurró al mismo tiempo que se imaginaba en su mente a Finoa, la mujer que la cuidó, ya que sus padres no quisieron saber nada de ella desde el mismo momento en que nació y nunca llegó a saber el motivo.

De repente, un escalofrío la recorrió de arriba abajo por completo, abrió los ojos y recorrió toda la estancia con la mirada. Sintió cómo se le erizaba la piel de la nuca y de los brazos y se los frotó con vigor.

¿Por qué estaba sintiendo eso de repente? ¿De dónde venía ese frío que había sentido y que no le había agradado en absoluto?

Dejó la tarea que estaba haciendo, se levantó y se acostó en el jergón que había en un lateral. Suspiró, colocó sus brazos detrás de la cabeza y se quedó mirando fijamente el techo. Finalmente, cerró los ojos, y al sentir como el sueño la estaba reclamando de golpe y sin esperárselo, se dejó llevar por él.

«Ayúdalos, haz que vuelvan niña».

—¿Abuela? —Preguntó al encontrarse de repente sola en un bosque que no conocía de nada—. Finoa, ¿eres tú?

«Ayúda a tu clan. Debes hacerlos regresar».

Arya giró sobre sí misma un par de veces. Miró a su alrededor, pero, a excepción de esa voz que hacía eco en todo el bosque, no veía nada más.

—¿A quién? ¿Quiénes deben regresar? ¡No te entiendo, abuela!

«Cabaña. Mira en el baúl. Mi libro. Hechizo del tiempo, niña. Úsalo y tráelos. Habla con el niño y que vuelvan. Buscad la Claymore».

—Abuela... —susurró con pena al sentir que la voz se alejaba de ella—. Abuela, guíame, por favor. ¡No sé lo que tengo que hacer!

«El niño, habla con el niño. Corre, el clan está en grave peligro. Date prisa, mi niña».

Indómito (Bilogía Indomable 2)Where stories live. Discover now