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Siempre que me preguntaba sobre el pasado yo contaba la misma vil mentira: "El olor de tu sangre me trajo a ti". Me pregunté muchas veces, ¿por qué has de decir esa versión? ¿Por qué tienes que adornarla para que sólo sea tu hambre la que te trajo a él?... A veces pienso que es mi manera de alejarlo de mí, y a su vez de unirme a él, con una infame excusa como su sangre.

Pienso que la casualidad nos atrajo, en el destino he dejado de creer desde hace muchos años. Alguna vez tuve un espíritu que creía en Dios, en la bondad, en el destino y en aquello que era justo. Ese espíritu falleció hace mucho tiempo en las ruinas de un castillo que nadie recuerda desde hace siglos.

Recuerdo que hacía frío, tanto frío como para que incluso yo deseara abrigarme. Apenas podía ver algo, y los llantos de un fantasma atrajeron mi atención. A la distancia algo leve podía escucharse. Gente se aproximaba a caballo, y el aroma del humo que trae consigo muerte se acercaba a gran velocidad. ¿Una guerra? No, demasiado pequeño. ¿Un saqueo? Podría ser. Pero me temo que era algo mucho peor. Pronto, por instinto comprendí que sería lo mejor irme. Seguí caminando, pero no en dirección opuesta, hasta que algo pequeño chillaba desesperadamente.

Ahí lo vi. Herido, sin cobijo alguno, las lágrimas parecían haberse congelado en sus aún enrojecidas mejillas que empezaban a palidecer. Tenía la cola entre sus piernas, sus piecitos temblaban y sus brazos intentaban darse cobijo inútilmente. Sentí algo en mi pecho, algo que poco tenía que ver con el deseo o el hambre. Era un cachorro, un cachorro que podría sin problemas dejar morir. La apatía contra los hombres lobo y los demilobo era grande en mí, ¿y qué si dejaba a ese pequeño morir? Quise verle con asco, quise decirme a mí mismo que no era más que un triste e insulso bocado, o carne para dejar a los buitres, moriría en unas horas sin ayuda, o aún más, le encontrarían los jinetes que poco a poco se acercaban.

Pero entonces, dos silabas escaparon de su boquita temblorosa, con una voz destrozada por gritos y sollozos: "Mami...". La pobre cría, al borde del precipicio, llamaba por su madre. Nuevas lágrimas que morían congeladas en su rostro brotaban de la desgraciada criatura. Sentí nuevamente, algo que oprimía mi pecho, que me hizo sentir lo que no había experimentado en siglos. La compasión me invadía, así como un impulso sin nombre, ¿era necedad o destino? ¿De pronto un alma buena y bondadosa existía en mí? No puedo asegurarlo, no pienso tan bien de mí. Sólo puedo asegurar que deseé un lazo.

Tomé a la pequeña criatura en mis brazos y esta se aferró instintivamente a mí en busca de cobijo y protección. Sus pequeños ojos estaban cerrados, acaricié su mejilla, suave, terna, y terriblemente helado... ¿Sobreviviría al frío? Sus heridas eran terribles. Acaricié sus orejas que temblaban desesperadamente. No estoy seguro de si quería calmarle y darle consuelo, o si lo hacía por mera curiosidad al pequeño que sostenía en mis brazos. Pobrecillo, ¿cuál habría sido su pecado para recibir tal castigo a temprana edad? Bufé, con una sonrisa, sabía perfectamente que nuestro pecado era el mismo, existir en este mundo que poco a poco era devorado por seres que habían dado la espalda a cualquier cosa no humana.

—Yo te daré cobijo y donde dormir esta noche —le susurré. Escuché que los cascos avanzaban, estaban a una distancia ya peligrosa. Me di la vuelta y huí con él en brazos.

Intenté encontrar a sus padres, intenté de todo... pero quienes habían causado ese horror, los cazadores, se habían asegurado de aniquilar a toda esa pequeña aldea. Ellos no eran de estas tierras. No estaban habitando casas, sino tiendas... eran más bien una caravana, ¿A dónde se dirigían? ¿Mi pequeño lobo tendría familia en otro lado? Prometí que encontraría las respuestas. Pero no pude.

La primera noche, el pequeño cachorro peló fieramente por su vida. Estaba desesperado por hacer que sobreviviera hasta el siguiente amanecer. Probé todo tipo de magia, todos los remedios que estaban en mi haber, pero no era suficiente. Hasta entonces no me había preocupado por tener reservas de magia o remedios para la salud de los cuerpos mortales, sólo contaba con algunas ideas. Me aterraba dejar la habitación, y a él también. Cuando salía de la habitación comenzaba a chillar, era un chillido que haría llorar a cualquiera, afligía escuchar tales gemidos de dolor y horror. Aun no lograba que abriera sus ojos, supongo que nuevamente su instinto actuaba para atarme a él y asegurar protección para sí mismo. Me quedé a su lado, le administraba las hiervas, y cada cierto tiempo cuidaba de sus heridas. Usando un conjuro sencillo hice aparecer algunos libros en la habitación y a su lado leía diferentes encantamientos. Cuando el pequeño ardió en fiebre entré en pánico. Pensé en convertirlo a uno de mi especie, pero eso sería arriesgado, tal vez su cuerpo rechazaría mi sangre y lo mataría de inmediato. Además, ¿quién era yo para decidir sobre la vida de ese pobre cachorro? La salvaría, pero no le condenaría, por más que... por más que deseara un compañero que caminase a mi lado por siempre, no quería atarle a mí de esa manera. Sin embargo, no soy alguien tan noble, le até a mí de otras muchas maneras.

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⏰ Última actualización: Feb 22, 2020 ⏰

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