Capítulo 01

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“Cuando miras largo tiempo a un abismo, el abismo también mira dentro de ti.” 

-Friedrick Nietzche. 

 
 
 
 
Me contemplé en el espejo algunos segundos más de lo previsto. Podía reconocer todo el odio en mis ojos grises, pues éstos se tornaron más oscuros que de costumbre. Bajo mi vista hasta mis manos y las observo mojarse con el agua que cae del grifo, la sangre casi desaparece. Pero aun así puede que el agua no ayude nada.

Mis manos estarán manchadas de sangre de por vida, pienso. Sintiendo un pequeño ardor en mis ojos.

Enjuago mis manos una vez más, con desesperación; en un intento fallido por hacer que vuelvan a ese color pálido que las caracteriza. Muerdo mi labio inferior con mis dientes, causándome más dolor del que ya tengo que soportar. Fueron segundos los que pasaron cuando pude sentir el sabor metálico de mi sangre inundar mi boca. Levanto mi vista de nuevo y observo mi decadente reflejo, los moretones se estaban volviendo de un verde horrible, la herida de la frente ya no sangraba, pero aun así dolía.

Recorro mi rostro hasta llegar a mi boca, un pequeño hilo de sangre cae desde mi labio hasta mi barbilla. Me había lastimado inconscientemente. Seguí bajando la mirada por el espejo, el sostén blanco se había convertido rojo en algún momento. Me había quitado la blusa con tal de no tener que soportar ese olor a óxido entremezclado con sudor que me causaba arcadas.

Dejo el grifo de lado, aun abierto, y deslizo las yemas de mis pálidos dedos por el frío mármol que conforma el cuarto de baño. Intento retener el llanto que amenaza con abordarme mordiendo mi labio de nuevo, pero se que mis ojos me traicionan. Incluso en este momento siento lágrimas de ira y rencor, lágrimas que juré no derramar. Mientras intento mantenerme en pie y no desmayarme en mitad de aquella tempestad, presté atención a los ruidos que percibía en la planta inferior. A pesar de que los ruidos macabros del bosque me distraían al igual que las copiosas gotas de lluvia que se estrellaban contra el techo, pude alcanzar a escuchar su pausada respiración y los lentos latidos de su corazón, los cuales poco a poco iban disminuyendo su ritmo.

Eso me hizo sentir mejor durante algunos segundos.

Se lo merecía.

Tuve mucha dificultad para entrar a la bañera, apoyé mis ensangrentadas manos en las blancas paredes para no perder el equilibrio y caer, mis desnudos pies cubiertos por aquel líquido notaron el suelo más resbaloso de lo normal, por lo que tuve que sentarme, extender la mano y abrir la llave para que el agua fluyera con rapidez. La sentí caer sobre mi cabello rojizo, humedeciéndolo. Las rojizas gotas, por la sangre, no tardaron en resbalar por la piel de mi frente, limpiando todo rastro de que alguna vez tuve una herida. El agua podía dejarme tan pura como un ángel, no obstante, las intensas punzadas de dolor que me carcomían por dentro serían las causantes de recordarme que jamás seria uno.

Apreté la mandíbula cuando me vi forzada  a realizar movimientos para borrar todo rastro de la sangre en mis brazos, movimientos que agrandaron la herida que cruzaba mi pecho y parte de mi vientre. Sí. Me estaba desangrando frente a mis ojos, pero no me importaba. No temía que el abrazo de la muerte me abarcara en este mismo instante.

Por mucho que odiara admitirlo, me había convertido en la presa después de haber sido el depredador.

Me obligué a frotar mi piel para eliminar cualquier rastro de aquel rojo escarlata como me fuese posible antes de cerrar la llave y volver a ponerme de pie. Un fuerte mareo me abarcó casi al mismo tiempo en que apoyaba mis, ahora, limpias manos en las manchadas paredes. Bajé mi vista al suelo un momento, necesitaba estabilizarme. El agua bajo mis pies no dejó de ser roja en ningún momento.

Para Siempre. (1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora