Caídas

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Me encuentro en una terrible caída, estoy bajando a una velocidad desenfrenada, el roce del aire me desmorona...

Jamás pensé que hubiese tal abismo aquí. Mi cabeza está tan obstruida por este alud de incertidumbre que no puedo hilar pensamiento alguno sobre mi descenso. No importa la cantidad de veces que uno se disponga a divagar sobre las sensaciones y emociones que uno puede percibir mientras se hunde en lo más profundo de lo desconocido, nada se compara a vivirlo en carne propia. Todas nuestras vivencias más excepcionalmente encariñadas junto con las más secretamente reprimidas se disparan como misiles que explotan apenas son encañonados. ¿Qué tan cuerdo se debe estar para mantener una tranquilidad inquebrantable en un momento así? Tal vez solo basta con aceptar nuestra caída como parte del proceso, ¿Será así? Pongámonos en los diferentes escenarios, ¿Qué es lo peor que podría pasar?

Las pequeñas caídas, a pesar de lo que muchos digan, son indispensables para nuestro desarrollo. Son estas caídas las que nos dan ese aprendizaje sobre nuestro peso real, cuánto soportan nuestras piernas de verdad, cuán alto y lejos podemos saltar. A medida que caminamos por nuestros mundos, caemos también en que existe una infinita cantidad de tropiezos y charcos de lodo. Si no cayésemos nunca en aquel pequeño agujero o no nos embarráramos en ese pozo, no sabríamos lo que es la superación de las pequeñas murallas que debemos sobrepasar. Después de todo, el acto reflejo de caerse es componerse y levantarse, ¿No? Pues, creo que no es tan fácil.

Pasa que también son estas caídas las que nos hacen resistentes a ciertos tipos de piedra y suelo. Existen ciertos individuos que, a pesar de haber viajado por todo el mundo, de conocer a todas las personas existentes, y haber vivido mil años, nunca interiorizaron la ubicación de estos traspiés. El interés por aprender la longitud de las caídas y apreciar aquel fango que no los dejaba avanzar, era nulo. Esta torpeza al vivir ocurre por la separación de la caída y el proceso de superación, cuando en realidad, todo está empaquetado en la misma caja.

Las caídas son parte del proceso y debemos incorporarlos a él, no sumarlo indiferentemente y amontonarlo como una vivencia más. Si no hacemos la diferenciación de manera correcta, la caída pasa a ser algo típicamente malo. Típico porque se hace habitual y malo porque naturalmente caer seguido es dañino, no solo la caída lentamente empieza a liberar dolor, también se hace cada vez más larga y el fango se hace mucho más espeso y rocoso. Uno debe tomar la caída como algo normal, algo que en algunos casos debe pasar y en otros casos en los que podría pasar, y aunque no sea necesario, siempre pueden existir imprevistos. Debemos aprender de ella para poder evitar terribles riesgos asociados a caídas múltiples, tales como la producción de pequeños abismos que se agrandan con cada caída. Llegará un momento en que esos pequeños abismos tendrán suficiente espacio para que no te levantes más o tal vez, algo incluso peor, podrían matarte y de muchas maneras. Cuando uno se encuentra ante tal obra terrorífica, en la cual nos enfrentamos a estas caídas abismales, empezamos una cruzada en nuestros mundos, verdaderas escaramuzas internas dignas de las etapas más oscuras de la humanidad toman lugar en nuestro pecho.

Primeramente, mientras caemos, no queremos caer más. Pero no estamos considerando el tiempo de caída. Hay caídas tan pero tan grandes que llega un momento en que lo único que queremos es caer de una vez por todas. Tenemos la tendencia a pensar que solo el choque final nos liberará de la insufrible angustia que nos produce el caer. Todo el dolor y lágrimas derramadas se acabarán con el estallido de nuestros huesos contra ese rocoso suelo. ¿Realmente morimos? Es una posibilidad, pero a veces no es el fondo el que nos mata, también es la profundidad de la caída, el tiempo, y el mismo abismo. Un abismo altamente complejo forjado por una cantidad de incontables aristas mal administradas en nuestros caminos, a veces por culpa de ciertos destructores de mundos y muy comúnmente por malas decisiones nuestras. Estos verdaderos agujeros negros que nos atrapan nos arrebatan hasta las más atómicas partes de nuestros deseos de vivir y seamos claros al decir que alguien sin deseos de vivir, está muerto, es un muerto en vida. Sin embargo, existe una gran diferencia con aquellos cuerpos sin vida que son enterrados. Esta radica en que los últimos no pueden seguir viviendo, una persona muerta en vida puede volver a renacer, porque así como las grandes caídas pueden matar, también pueden dar vida. Así es, es la oportunidad perfecta y que muy pocos toman en cuenta o están tan sesgados que no la ven. Las pequeñas caídas hacen grandes saltadores, pero los abismos crean grandes escaladores. Estos fondos abisales son las grandes pruebas que debemos superar para seguir caminando por nuestros mundos, ellos son los verdaderos maestros del buen pie. Aquellos capaces de levantarse después de semejantes caídas, se ganan la libertad de poder hacer lo que ellos quieran con sus nuevas vidas, absoluta fiereza y hambre de demostrar la voluntad ardiente que llevan consigo. Ellos nos enseñan que la muerte no es mala, debemos aceptarla tal cual es. La muerte es parte de esta gran maquinaria que compone junto con la vida, en la cual son las partes esenciales con igual importancia. Dependen una de la otra, no hay vida sin la muerte y viceversa. Es la MUERTE la que nos hace querer y apreciar nuestras vidas. ¿Te imaginas una existencia que nunca termina? ¿Es correcto describir algo que nunca muere como algo VIVO? Justamente es porque morimos que queremos vivir, si la muerte no existiera, ¿Qué propósito tendría la vida?...

... aquí voy, a punto de tocar fondo... fue una gran caída... ¿Qué si tengo miedo?, creo que lo más apropiado es decir que siento paz, pues, pase lo que pase ¿Qué es lo mejor que podría pasar?

No lo olvides, la vida es grandiosa, ¡Aprovéchala!

CaídasWhere stories live. Discover now