Había una vez, en lo profundo del bosque en un árbol muy alto había un agujero
donde vivía una familia de saltamontes. La señora saltamontes tenía tres crías (Iker, Pablo y Santos) que estaban hambrientas. Su mamá decide mostrarles el mundo:
–Ésta es la hierba– les dice su mamá. A los hijitos les encantó, rodaron, retozaron y hasta probaron el sabor de la hierba.
Una noche, la señora saltamontes sale con sus crías a buscar comida. Sus ojos brillan
como lucecitas. Pero mamá sólo ve a dos pares de ojos.
¡Ay! ¡Santos el más pequeño, se ha perdido!¡Pronto ve a buscarlo! Antes de que esa enorme rana lo encuentre.
Santos se había detenido a saludar a una pequeña cucaracha, quería preguntarle porqué tiene largas alas y el motivo del porque vuela.
–¡Qué curioso eres, hijo! – le dice su mamá. Santos ven conmigo.
–Ésta es el agua– le dijo la madre.
En ella vieron sabrosas hierbas verdes. Santo se entusiasma, se acerca y resbala. Cae al agua.
¡Qué inquieto eres Santos!
¿Por qué haces siempre lo que no debes?
Un día mamá duerme la siesta y una rana se aproxima sin hacer ruido. Santos
piensa rápidamente. Al instante corre en busca de ayuda.
–¡Pronto, pronto! dice a su amiga la cucaracha.
Y cuando la rana está a punto de saltar sobre Santos, la rana da de repente
un salto mal y se aleja con un profundo dolor. La mamá despierta y pregunta por
Santos.
¿Se lo llevó la rana?
No, ahí está, con su amiga cucaracha. (respondio Pablo)
¡Qué orgullosa estaba la señora saltamontes!
¡Qué orgullosos están los pequeños saltamontes!
Pero quien más orgulloso estaba era el pequeño Santos ¡Por fin hizo lo que debía!