Prólogo

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  El pequeño bebé soltó una risita, enseñando, de ese modo, sus dos diminutos dientes en la parte inferior de su dentadura.

  Sus manitas, inquietas —y curiosas desde luego—, comenzaron a palpar los granitos de arena húmeda debajo de él, produciéndole una sensación suave y tímidamente dulce, contra el resto de su piel descubierta.

   Paul miró por un breve instante, lo que su vista alcanzaba a divisar pese a la distancia; delante de el, se mostraba el breve oleaje del mar, el cual, llegaba a tocar las puntillas de sus pies; era apenas un roce, y el pequeño bebe podía sentir en su pecho, la adrenalina que le hacia acelerar su corazoncito.

  También, a un costado suyo, se encontraba el carrito llamativo de color rojo que le facilitaba reunir arena con las palitas que no le eran de mucha ayuda. Paul, sin embargo, no se negó la oportunidad de regocijarse con tan poco; realmente se sentía conmovido.

  Llevaba colocado un pañal, junto a la playerita de mar color azul marino, la cual hacía un estupendo trabajo al cubrirlo de los rayos ultravioletas —intensos para ese entonces — del Sol; su carita de bebe era cubuierta con una gran cantidad —innecesaria— de protector. 

  El chiquillo, aun siendo muy joven y frágil, sin mencionar lo pequeño respecto a su edad, era toda una obra creada por Dios —literalmente—, y como tal, un niño tan precioso parecido a un ser mitológico por la profunda belleza que emanaba, era digno de ser admirado como algo mucho mas allá que sólo sublime.

  Paul agitó sus manitas, risueño y atento a su entorno. Su boquita entreabierta, con pequeñas manchas de saliva a cada lado de sus pequeños labios rellenitos, era producto —y evidencia— de su limitada edad de dos añitos; mientras las mejillas regordetas con un peculiar color carmín, demostraban los efectos de cada expresión divertida, que su rostro se encargaba de plasmar.

  Su madre se encontraba dentro de la casa de playa, aparentemente ocupada por rebuscar la cámara. Había decidido grabar el primer instante en que su niño, tocara el agua por primera vez. Todo eso, para mostrarlo a su esposo luego del trabajo.

  Entonces, en un breve instante de curiosidad, el bebé comenzó a gatear, inquieto por el pequeño carrito que había sido llevado por una de las olas ligeras, que en varias ocasiones, habían llegado a mojar su pañal. 

  Con el único pensamiento de recuperarlo, Paul movió sus piernas con agilidad, tratando de que la molesta sensación en sus rodilla —provocado por el roce de la arena—, no afectara el movimiento continuo que se esmeraba por conservar. 

  Entonces, las escasas olas, comenzaron a mojar parte de su cuerpo, produciendole cosquillas entre las partes bajas de sus muslos y también un poco en las palmas de sus manos. La situación le resultó inevitablemente divertida, por lo que no tardó en soltar una carcajadita.

  Una vez que estuvo frente al carrito constructor —de plástico—, Paul por curiosidad, levantó su cabecita para admirar aún más la tonalidad mágica del agua, la cual parecia inclinarse sobre de él hasta formar un arco, parecido al que hacía la tina de su bañera personal. 

  Para desgracia del pequeño, el oleaje de la marea, comenzaba a ser más intenso del que supuso su madre, sería.

  Paul se incó sobre sus rodillas, más atento y —por alguna razón— más emocionado que antes. Rió, y por décimas de segundos, aplaudió con ambas manitas.

  Pronto, cuando la ola se vió encima suyo; unos brazos lo sostuvieron dejándolo fuera de aquel panorama. Paul miró extrañado, inclinando su rostro un poco al costado izquierdo; entonces sus ojitos hazel hicieron conexión con los de un hombre, adulto y castaño.

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⏰ Última actualización: Jan 06, 2021 ⏰

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