«iLuEGo!» Una palabra, una
expresión, una actitud.Nunca había escuchado a nadie
utilizar «luego» para despedirse. Me
resultó arisco, seco y despectivo,
dicho con la velada indiferencia de
alguien a quien le daría igual no
volver a verte o no saber nada de ti.
Es el primer recuerdo que tengo
de él y aún hoy puedo oírlo.« ¡ Luego ! »
Cierro los ojos, pronuncio la
palabra y vuelvo a estar en la ltalia
de hace tantos años, caminando por
[a acera arbotada y viéndote saiir de]
taxi con una camisa azulada con un
estampado ondulado, con los cuellos
bien abiertos, las gafas de sol, un
gorro de paja y mucha piel a la vista.
De repente me da la mano, me
entrega su mochila, saca el equipaje
del maletero del taxi y me pregunta si
mi padre está en casa.Puede que todo comenzase
precisamente allí y en aquel instante:
la camisa, las mangas remangadas,
los pulpejos redondeados de su talón
que se escapan de las alpargatas
desgastadas, ansiosos por probar la
cálida gravilla del camino que lleva
a nuestra casa y preguntando con
cada zancada por dónde se va a laplaya.
El huésped de este verano. Otro
pelmazo.
Entonces, casi sin mediación yya de espaidas a] coche, agita e]
envés de la mano que le queda libre
y suelta un despreocupado «iluego!»
a otro pasajero que había en el cochecon quien probablemente hubiese
compartido el pago de la carrera
desde la estación. Ni siquiera dijo un
nombre o hizo una bromilla para
suavizar la abrupta despedida. Nada.
Le despachó con una palabra: brusca,
audaz y banca. No había forma de
que le hubiese podido molestar.
Observa, pensé yo, así es como
se despedirá de nosoüos cuando
llegue el momento. Con un brusco y
chapucero «iluego!».