Desde que la pequeña Edith encuentra a la muñeca Maddie dentro de la habitación de Amadine Tussaud, la antigua dueña de la casa, una extraña obsesión por la muñeca nace en ella, al mismo tiempo que comienzan a suceder trágicos y terroríficos acontecimientos dentro de la familia. Al final, todo resulta ser el plan profético de Amadine, quien aún después de muerta, planea un sangriento sacrificio para poder volver a la vida.
"Me dijo cosas tan secretas,
Que tú no puedes oír,
Me confesó algunos pecados,
Que prefiero no decir..."Mi muñeca me habló (canción)
Dicen que cuando los niños traviesos están en silencio por mucho tiempo, es porque algo muy malo están haciendo y eso fue lo resonó en la cabeza de Axel cuando se percató de que su hija, Edith, no se escuchaba correr ni gritar por los pasillos vacíos y silenciosos de la casa nueva.
_ ¡Edith! ¿Qué estás haciendo? –Preguntó y en la casa sonó un eco que se estiró entre las habitaciones
Pero ella no respondió. Axel estaba desempacando algunos adornos de vidrio y cerámica de Maia y poniéndolos sobre el estante de roble que le regaló su madre como obsequio de bodas, pero al no ver a Edith por ningún lado, dejó de hacerlo y buscó con la mirada hacia las proximidades de la casa que estaban dentro de su campo visual. Nuevamente no vio a nadie.
_ ¡Maia! –Le gritó a su esposa que estaba en el segundo piso ¿Está Edith contigo?
Ella bajó la escalera con apuro, sus talones sonaron en eco al golpearse con los escalones.
_ ¿Edith? –Dijo No, pensé que estaba contigo. Ahora que me lo dices, no la he escuchado desde que comenzamos a ordenar esto último. –Giró la cabeza hacia afuera y dirigió su mirada al porche, sobre los tablones fríos de madera, había unas hojas de otoño coladas sobre la alfombra en la puerta principal, pero Edith no estaba allí. Hacía tres días que se habían mudado y ese había sido el lugar que había elegido para jugar a "tomar el té" con sus dos peluches grandes. Mi amor, ¿estás ahí?
Caminó hasta allí, pero no la vio. El frente era grande, entre el porche y la verja había un gran cuadrado verde en el que florecían tristemente pequeñas florecitas de color amarillo apagado, siete higueras medianas y un enorme sauce llorón que en conjunto le daban a la casa un toque tétrico y melancólico. En el sauce, colgaba un hamaca hecha con dos cuerdas sucias y una madera gruesa e hinchada por la humedad, Edith se había hamacado varias veces allí, pero en ese momento, los ojos de su madre sólo percibían un columpio vacío y estático como un recuerdo congelado.
_ ¿No la ves, cariño? –dijo Axel desde adentro
_ No, no está aquí. ¡Edith! –Gritó de nuevo
En eso, mientras el llamado de la niña se iba perdiendo entre las ásperas ramas de las higueras, Axel logró escuchar un tímido murmullo que venía desde una de las habitaciones. Dio media vuelta y se dirigió hasta allí, al verlo, Maia lo siguió.
_ ¿Edith? –Dijo viendo la habitación entreabierta ¿A caso no te dije que no vayas a esa habitación?
_ ¡Guarda silencio, papá te va a escuchar! –exclamó ella un segundo antes de que su padre se asomara por la puerta y se llevara una sorpresa.
Aunque Edith los había desobedecido, ella parecía estar bien. Estaba sentada a los pies de la cama de dos plazas sobre el piso polvoriento y rechinante, frente a ella, había un cuadrado de terciopelo color rojo y finalmente, sobre éste yacía sentada una vieja y macabra muñeca.
_ Niña, ¿qué estás haciendo? ¿No escuchas que te estamos llamando? Te dijimos que no entres aquí, estas cosas son de la antigua dueña del lugar.
Entró a la habitación junto con Maia que acababa de llegar al lugar, era la segunda vez que lo hacían y no dudaban en tirar a la basura todos los muebles de la señora Amadine Tussaud, quién hacía ya diez años, se había suicidado precisamente en esa habitación por razones desconocidas.
_ Lo siento, es que estoy jugando con mi nueva amiga, Maddie.
Los ojos de sus padres se posaron como flechas despiadadas sobre la muñeca sentada sobre el terciopelo. En seguida, Maia se acercó para tomar la muñeca.
_ Oh, Edith. ¿De dónde la has sacado? –preguntó levantándola, notando lo horrible del aspecto de la muñeca.
_ La encontré en ésa caja. –dijo señalando con el dedo al baúl abierto en el rincón de la habitación Lo abrí y estaba ella, sonriendo alegre de haber encontrado una amiga, me ha contado muchas cosas y ahora es mi mejor amiga.
_ ¿Contado? ¿Es parlanchina? –Preguntó su madre separando las dos cintas de velcro que su espalda para encontrar un parlante, pero no había nada
_ No lo creo –agregó Axel, mira lo que es. Probablemente tiene más de cincuenta años.
La muñeca estaba muy bien cuidada, pero por la supuesta antigüedad que mostraba su apariencia, lucía espeluznante. Tenía décadas dibujadas en su rostro de goma dura, pintado a mano los detalles de sus ojos, pestañas, cejas, labios y pecas. Tenía una mirada penetrante y profunda, que junto con el peculiar gesto de su cara y su sonrisita pícara daba la sensación de una niña curiosa y burlona que había descubierto algo y se jactaba por eso. Su pelo, sin duda y como todas las muñecas de su supuesta época, era real, de color castaño oscuro que le caía hasta la cintura y que podría estar reluciente si las cortinas pesadas, de color gris no hubieran impedido la entrada de los opacos rayos de luz del sol de otoño en la habitación. Llevaba puesto un desgastado vestido de novia de color lino, sobrecargado con tul y armado con seda y organza descolorida, acompañado con dos zapatitos negros que desencajaban con todo su vestuario.
_ Mami, ¿me la puedo quedar? –Preguntó Edith
_ Ay, no lo sé. Mejor te compro una nueva mañana –le contestó ella, desaprobando la idea de quedarse con ese horrible vejestorio
_ ¡Yo quiero a Maddie, no quiero una muñeca nueva! –exclamó dramatizando la situación, sobresaltándose violentamente.
Maia apartó la vista de la muñeca y se fijó en su hija, nunca había reaccionado así en sus seis años de vida.
_ Está bien, está bien. Te la puedes quedar, pero no grites así. A mamá y papá no le gusta que nos grites. ¿De acuerdo?
Ella asintió con la cabeza y le arrebató con ligereza la muñeca para retirarse de la habitación.
Al irse, Maia se dirigió hacia Axel, todavía pensando en el comportamiento de Edith.
_ ¿Viste cómo me gritó? Eso no es típico en ella.
Axel se acercó hacia ella y la envolvió en sus brazos.
_ Probablemente sea el estrés por el cambio de casa. Está en pleno crecimiento, no podemos exigirle mucho. –Le dio un beso que duró un par de segundos Y ahora que estamos hablando del tema, yo también me siento muy estresado y con ganas de...
_ Axel, ahora no. –Interrumpió, apartándose de él, camino unos cuantos pasos por el dormitorio y le habló sin mirarlo Ya ha pasado más de un año y sigues sin comprenderme. Entiende que no es fácil para mí.
Se fue hacia las ventanas y corrió levemente las dos cortinas para dejar pasar un poco de luz, quería evitar a toda costa tener otra discusión relacionada con su frigidez.
_ ¿No es fácil para ti? –le dijo en un grito bajo Eso fue lo más egoísta que has dicho en los últimos años, ¿qué se supone que haga yo, que me masturbe hasta la vejez esperando en vano que mi mujer recobre su libido sexual? De verdad que me impresionas.
_ ¡Yo no pedí esto! –exclamó y se escuchó desde afuera, pero Edith estaba muy ocupada hablándole en el oído a Maddie y poniendo su oreja en la boca de la muñeca
_ ¡Yo tampoco! Y espero que lo consideres. Piensa un segundo en mí y verás que tengo razón. exclamó él
Sin palabras, decidieron terminar con la discusión en ese instante. Ambos sabían que Edith había escuchado los gritos, tal y como lo había hecho los últimos meses, pero por lo menos se consolaban con su inocencia que no la dejaba comprender nada de lo que decían.
Como si nada, siguieron examinando la habitación de Amadine, una antigua residente del pueblo, según los agentes de bienes raíces, una solterona antisocial que no salía de su casa si no era necesario y fiel seguidora de una religión africana de la cual no se tenían datos. Con esa información, pudieron comprender por qué en los roperos se escondían grandes cajas de velones de colores blancos, negros y rojos, junto con frasquitos con colonias, esencias y otros tipos de sustancias caseras que al destaparlos, despedían un olor asqueroso. También, entre la colección de posesiones de la señora Tussaud, había inciensos, sahumerios y materiales extraños que posiblemente usaba para ofrendas o trabajos especiales.
A la tarde, todo eso fue tirado a la basura, incluido los muebles. Ninguno de los dos era supersticioso ni nada por el estilo, pero pensaban que era correcto apartar todas aquellas cosas relacionadas con la extraña Amadine y sus prácticas diabólicas, pero nunca pensaron la furia que desataría ello.
Cuando las acciones del hombre son manejados por el deseo de la carne, la mente muere. Era justo lo que le había sucedido a Axel, que aprovechando el turno nocturno de Edith en el hospital, llevó una amiga a su habitación.
Edith dormía tranquilamente abrazada a Maddie. Luego, durmió sola.
Axel pasó de la mano de su amiga, Deborah, una rubia voluptuosa que había visto en internet y prometía dar un intenso momento de placer si de por medio había un moderado monto de dinero. Atravesaron el living rápidamente por si por esas ruines casualidades Edith se despertaba y los veía, pero no, estaba sumergida en un sueño profundo, sola hasta hace unos segundos.
Subieron las escaleras, los pies golpeándose sigilosamente en los escalones parecían el galope de un caballo. Al atravesar el pasillo corto, ingresaron a la habitación.
Axel, la tomó de la cintura y le besó el cuello, luego sus manos enfurecidas apretaron sus senos y luego sus nalgas. La desvistió rápidamente mientras ella le bajaba el cierre de su jean y sacaba su pene erecto. Una acción llevó a la otra y cuando quiso acordar, Axel estaba sobre Deborah, penetrándola con fuerza, vigor e ira en el piso de la habitación. Los gemidos aminorados se retumbaban en las paredes pero no las atravesaban. Después, todo terminó. Y volvió a empezar, una vez más.
Creyeron que la puerta estaba cerrada, pero en realidad estaba entreabierta y a través de la fina pero agraciada rendija se proyectaba la visión fantasmal de un ojo de plástico tan curioso, como diabólico.
Maia volvió a las tres de la mañana, antes de hacer nada, fue hacia la habitación de su hija para verificar que se encontraba bien. La vio plácidamente dormida, su rostro perfecto otorgaba ternura a quien lo veía. Fue hasta ella y le dio un beso en la mejilla, la arropó y acomodó a Maddie, quien descansaba sobre su brazo pero mantenía su cara pícara.
Subió las escaleras y vio a Axel dormido en la cama, por un momento, pareció darle la misma ternura que Edith y por primera vez pensó en lo difícil que era su lugar como esposo, padre y hombre de la familia; "si hubiese sido otro hombre, seguramente ya me habría votado o se buscaría a una amante para que le dé el placer que no le puedo dar", pensó valorándolo y poniéndolo en el pedestal de "El hombre perfecto".
_ Ya todo mejorará, amor. Estoy dispuesta a buscar ayuda médica.
El sol se comenzó a asomar por el horizonte medio campestre cerca de las seis y media de la mañana, corría un viento fuerte, atónito y tormentoso. Maia decidió dejar en la cama a Edith, se podría enfermar si la llevaba a la escuela con una helada como la que cruzaba sobre ellos.
Tres horas más tarde, todos desayunaban cereales y tostadas con mermelada en la mesa del comedor.
Edith había protestado para que Maddie se siente a su lado y como su madre no soportaba sus tenaces insistencias, terminó cediendo a la voluntad de su hija; aunque le recordó que no es de buena educación poner muñecos en la mesa.
_ ¡Maddie no es un muñeco, es mi amiga! –le gritó
_ ¡Hey! Ya basta, niña. Tu madre ya te ha dicho que no le gusta que le grites de ese modo. –Dijo Axel tragando los cereales mojados en leche
Edith se puso de pie, tomó con determinación su tazón de leche y se lo lanzó con fuerza a su padre. El plástico rebotó en su frente y lo empapó de leche.
_ ¡Y a mí no me gusta que hablen así de Maddie! ¿Entendiste? ¡Maldito infiel!
Todo el mundo parecía haber entrado en alguna especie de shock al ver la reacción de Edith. Sus padres habían quedado mudos, no entendían de dónde su hija había sacado tanta agresividad y cómo había aprendido las palabrotas que acababa de decir.
_ Ed... Edith... dijo Maia soltando la caja de cereales al piso ¿Cómo te atreviste? Te desconozco...
En el momento que Maia iba a emitir la siguiente pregunta, Axel se levantó poseído por una ira indescriptible, necesitaba poner en su lugar a su hija que de un día para el otro, actuaba con rebeldía, gritos, insultos y agresiones. Le tomó fuerte del brazo y alzó la otra mano para pegarle una palmada.
_ Si me pegas, contaré tu secreto, hijo de puta. –espetó la niña con una sonrisa vil
La soltó en seguida y junto con su esposa, le dirigieron una mirada fruncida y confundida.
_ ¿De qué hablas, Edith? –Preguntó Maia
La niña tomó a Maddie en la falda y sonrió hacia su padre.
_ ¿Hay algo que quieras confesarle a tu esposa, Axel?
Silencio. Caminó hacia el lavabo, se lavó la cara y se sacó la remera mojada de leche. Intentaba disimular el hecho, pero apenas podía.
_ ¿De qué están hablando? –insistió Maia sintiendo en su pecho el fuerte latido de su corazón ¿Quién te enseño esas malas palabras? ¡Por Dios! ¡¿Qué es lo que les está pasando?!
_ A mi nada, mami. Pregúntale a tu esposo sobre Deborah y te lo dirá. Bueno... pensándolo bien y según lo que me dijo Maddie hoy a la mañana, la idea de él era ocultártelo, entonces te lo diré. Papá trajo una mujer a la casa, más bien una puta, ya sabes, de esas que cobran por sexo. Su nombre era Deborah, la llevo a tu habitación y la cogió dos veces en el piso. La muy puta gemía como los demonios.
Maia quedó sin respiración, su hija se había convertido en una completa desconocida para ella.
_ ¡Por Dios, Edith! ¡¿Qué estás diciendo?! ¿Qué te está pasando hoy? –Interrogó Axel desesperado acercándose a ella y tomándole con ambas manos su carita
_ No te hagas el disimulado le recalcó la niña, estoy diciendo la verdad. Mamá, por si no nos crees, Maddie sacó algunas fotografías con la cámara, la que está arriba de la heladera.
Hubo un momento. Luego otro. Los pensamientos gritaban enfurecidos dentro de una llamarada de desconcierto y desesperación en las cabezas de sus padres. Axel estaba envuelto en un fuego interior que lo hacía sudar como burro y sentía como si su corazón quisiera salir de pecho y detenerse destrozado en el piso.
Maia, confundida, aturdida e indecisa, comenzó a caminar hacia la heladera, del otro lado de la cocina y tomó la cámara digital de la familia. Axel las miraba a ambas, creyendo y queriendo que todo fuera una pesadilla.
La mujer encendió la cámara y desde el comedor se escuchó un grito despavorido y el impacto de sus rodillas en las maderas del piso.
Ambos corrieron hacia allí, Axel la abrazó y tomó la cámara. Ahora, su corazón se había convertido en un trozo de hielo blando y enfermo que estaba por detenerse. Se le formó un nudo en la garganta seguido de tres arcadas que lo hicieron tambalearse y caerse de rodillas junto a su esposa que justo se levantaba. Otra vez, el deseo y los pensamientos oscuros predominaron sobre la mente y la razón. Podría haber jurado que todos los cuchillos estaban en la otra mesada, pero por alguna razón, uno de ellos había aparecido cerca de la mano nerviosa y huesuda de la mujer desesperada. Un tajo. Una mejilla cortada. La madera reluciente manchada de sangre. Un grito, luego dos. Luego tres. Ira. Miedo.
Un arduo trajinar le esperó en el hospital. Catorce puntos de sutura desde la unión izquierda de los labios hasta el lado opuesto del lagrimal. No se presentaron cargos, por supuesto que no.
"¿Cómo es posible que una niña de cinco años pueda llegar a tal altura para tomar la cámara de fotos?" se preguntaba Maia mientras le acariciaba el cabello a su hija. Esa noche, se acostaron las tres juntas, pero una sola dormía, otra lloraba y la otra se regocijaba detrás de un rostro inmóvil.
La comunicación matrimonial fue recobrada a la semana y media, pero no eran tan agradables como antes. Cualquier tipo de discusión anterior al día del suceso les había parecido una estupidez, emitían frases cortas y sin sentimientos, principalmente ella, quien ya no le miraba a los ojos. Axel sin embargo, sentía un profundo arrepentimiento, tan intenso que se asemejaba al sentimiento de estarse pudriendo lentamente desde el interior.
La única tranquilidad que tenían, era que la insólita rebeldía de Edith había desaparecido. Había sido dos días muy extraños, en los que Edith había mostrado su lado más oscuro, había insultado, agredido y hablado con un vocabulario tan sucio como un chiquero de chanchos, pero por suerte, todo había vuelto a la normalidad, o casi todo.
A parte la escasa comunicación, el cambio de dormitorio de Maia hacia el cuarto de su hija y la espantosa cicatriz en el rostro de Axel, había algo más que marcaba el sorpresivo cambio de estilo de vida de la familia y era la profunda y casi enfermiza obsesión de Edith por la muñeca de Amadine Tussaud, iba con ella hasta a la escuela y al llegar pasaba todo el día en su cuarto, en el porche o en la hamaca del sauce llorón hablándole como si fuera una persona viva con oídos de carne.
La tarde del día era tan dormida y melancólica como la estación otoñal. Maia estaba sentada en uno de los sofás nuevos leyendo un aburrido libro de inteligencia emocional, Axel estaba dando clases en la escuela, en un par de horas llegaría a casa. En eso, Maia escuchó unos pasitos ligeros, caminar por el pasillo cercano, se sobresaltó banalmente al ver que era su hija acercándose a ella. Creyó que probablemente se aburrió de dibujar con crayolas en su habitación, "...o de hablarle a una muñeca de goma.", se dijo.
_ Mami –dijo ella recostándose en su regazo, no quiero que duermas más conmigo.
A ella le sorprendió la frase de su pequeña.
_ ¿Por qué, amor? –Le dijo Recuerda que mamá está enojada con tu papá por lo que has descubierto sobre él ¿Lo recuerdas, amor? Nunca hemos conversado sobre eso.
Ella bajó la cabeza para que su mamá le acaricie sus rizos cortos y cerrados. Después, la movió de un lado a otro para negar que existiera recuerdo alguno en su mente.
Su madre no lo entendió en absoluto. ¿De verdad no lo recordaba o estaba evadiendo el tema? Justamente, en el libro que tenía en su mano hacía unos minutos había leído un párrafo que afirmaba que ciertas veces la mente era selectiva y para el bien de la persona, a veces suprimía aquellos recuerdos traumáticos para que no nazcan secuelas de ellos, quizás eso era lo que le ocurría a Edith, pero sólo era una de las tantas suposiciones que Maia tenía pendientes por resolver pero que no quería adentrarse, quizás por miedo a enloquecer.
_ Está bien, hija. Entonces no hablaremos –le contestó pronunciando con sus dedos los rulos negros de la pequeña. Si te molesto en tu dormitorio entonces no tendré remedio que irme al que está vacío.
_ ¿Al de Amadine Tussaud? –Preguntó, nuevamente sorprendiendo a su madre
_ Sí, contestó ella. –Suponiendo que Edith había escuchado dicho nombre salir de la boca de su padre
Diez minutos después, el trapeador empapaba los pisos empolvados de la habitación vacía. Tendría que esperar a Axel para que la ayude a mover la cama de una plaza que tenía dejada en el fondo, aunque últimamente odiaba la idea de pedirle ayuda o favores.
A la noche, mientras la cena se preparaba casi sola, el dormitorio de Amadine, había cobrado vida. El piso estaba tan reluciente como si estuviera nuevo, aunque era necesario cambiar el empapelado de las paredes que le daba un aspecto antiguo y percudido al estar descascarado sobre la madera.
El sol cayó rápido y pesado como una gigantesca bola de metal, la luna se mostró llena y dorada.
Comieron sin formular una sola palabra, escuchando una inquietante melodía que Edith cantaba con la boca cerrada. De repente, habló:
_ Mami, perdóname por echarte de mi habitación. Maddie y yo necesitamos estar solas. Ella también se disculpa por haberte mandado a la habitación de la señora Tussaud.
Sus padres la miraron pero no prorrumpieron una sola palabra. Estaban impresionados con la habilidad de su hija en disociar sus pensamientos y repartirlos entre ella y aquél ídolo que parecía haberla hipnotizado desde el momento en que la encontró. Aun así, no dijeron nada; toda oración ficticia de Edith que hacía revivir teatralmente a Maddie, los hacía acordar al momento en que su forma de vida cambió de improvisto. Todavía ninguno pensaba cómo superaría esa dura etapa, ni siquiera lograban resolver cómo mantenerla.
_ La cena está deliciosa, cariño. –Dijo Axel sonriéndole a Maia
Edith los observó callada, esperando algún tipo de reacción, y la encontró. Maia apartó la vista de sus espaguetis para apuntarla a su esposo, a quien le proyectó una expresión nula. Luego, no pudo contener una carcajada cargada de rabia y para no seguir con el tema, se levantó de la mesa y se fue a su cuarto con prisa. Desde el comedor se escuchó el portazo.
_ Disculpa a mamá, pequeña. –Le dijo a Edith pronto me podrá perdonar. Todo el a mundo comete errores, ¿sabes? Y a veces con ellos lastimas a la gente que amas. Eres muy pequeña para entenderlo... pero a alguien se lo debo decir.
Sus ojos azules se cristalizaron en lágrimas y uno de ellos soltó una que se resbaló por su mejilla.
Tres de la mañana. La casa se volvió muda. Toda la familia descansaba en el mundo onírico, cada uno en su habitación. En eso, Edith, que siempre dormía acompañada, nuevamente quedó sola.
Una niña de plástico corría libremente por la caza oscura, cuyos únicos rayos que la iluminaban de forma vaga, eran los de la luna imponente pero aun así, débil e impotente.
Algo logró interrumpir el descanso de Maia, era un llamado, una voz:
_ Maddie es Amadine... Maddie es Amadine... Maddie es Amadine... ¡Maddie es Amadine! –Sonó fuerte dentro de su cabeza y le causó un sobresalto que la hizo despertarse cubierta en sudor frío
Se sentó en su cama de golpe, como si hubiese sido revivida con un desfibrilador. Sentía el corazón latir rápidamente, como el de una rata.
Entre la luminosidad opaca de la luna, pudo distinguir fácilmente que la puerta de su habitación estaba abierta. Frunció el ceño y luego su corazón estalló de miedo. Iba a gritar, pero su lengua pareció devolverle el grito a su interior. La muñeca, Maddie, estaba allí, parada a los pies de la cama, congelada pero persistente, como la misma luna.
"Esto debe ser una broma de Edith", quiso suponer cuando notó que una mano de la muñeca estaba levantada y su dedo índice señalaba precisamente hacia la pared.
Como un acto reflejo o por la misma situación de subordinación que le imponía el miedo en ese momento, giró su cabeza hacia donde le señalaba el dedo y descubrió que justo en ése lugar, había una abertura en el empapelado color verde oliva. Frunció el ceño nuevamente, tomó valor y se puso pie. Por algún motivo, su postura ante aquel insólito hecho era firme, quizás era porque nunca le había tenido miedo a este tipo de cosas o tal vez porque una parte de ella, seguía creyendo que estaba dentro del sueño. Respiró hondo y metió la mano en aquel tajo que casi pasa desapercibido para su adormecida visión. Al meter la mano, se percató que en aquel espacio, el papel no estaba pegado y probablemente lo habían hecho a propósito. Finalmente, no fue muy difícil retirar lo que había allí.
El color denotaba el paso de los años, en un tiempo fue un sobre blanco e impecable. Olvidándose de que la muñeca estaba detrás de ella, rompió el sello que lo bloqueaba, una fina lámina adhesiva con la palabra "Tussaud". Sacó la hoja dura que estaba doblada en cuatro y la leyó: