capitulo 1 - Rutina y vergüenza

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Desperté muy temprano, aun con la ropa del día anterior y la decepción propia de una vida entera.
Me desnudo y me ducho, me seco y me visto. Los desayunos sencillos eran mis favoritos. Completaban la rutina básica de las mañanas entre semana. Como desearía que esta no fuera una mañana entre semana. Como desearía que fuera un sábado, un fin de semana largo, ¡que fuera navidad! Aun así una cuenta que pagar era suficiente motivación como para soportar la vergüenza casi mortal que cargaba conmigo.
Tome un suéter holgado y unos pantalones que disimularan mi figura. No quería atraer absolutamente ninguna mirada. Arregle mi cabello. Aunque corto, tenerlo enmarañado atraería la atención, haría que seguramente alguna compañera de trabajo, ansiosa de regocijarse elaborando y compartiendo chismes escandalosos, susurrara sus indiscretos comentarios al verme pasar. Y mi increposa vergüenza me obligaría a acelerar mi paso como si admitiera la culpa antes sus infundadas patrañas.
Mis únicas metas profesionales en este momento eran evitar cruzar miradas con el causante de mi vergüenza el día anterior y evitar cruzar palabras con mi jefa, quien probablemente querría preguntarme por lo sucedido.
Pero todas mis metas se convirtieron en una causa perdida apenas cruce las puertas del colegio.

La directora Maston, mi jefa, estaba parada en medio del pasillo principal hablando con él, con César, el principal motivo de que no quisiera venir a trabajar esta mañana.

Su conversación se detuvo al verme cruzar la puerta. Tras una señal de la directora para que me acercara a donde estaban, apareció en mi pecho el incontenible deseo de que la tierra se abriera para tragarme ante el descaro de dar un paso más sobre ella.

Isabella Maston, nunca antes me había parecido más intimidante que ella fuera tan alta y hermosa. Parecía una estatua griega hecha en bronce a la que le pusieron los atavíos de una oficinista. Si yo fuera helenista, poco me haría dudar de que en realidad trabajaba para una divinidad. La directora más famosa del estado y no solo por estar a cargo de una de las escuelas primarias más prestigiosas que hay en el país, sino por la exagerada tendencia de parte de los periodistas de fotografiarla en los simposios educativos y de hacerle entrevistas para colocar espectaculares fotos suyas en el diario. Lo cual supongo que los ayuda a vender más periódicos.

Mi nombre salió de sus labios escarlatas junto con la temida pregunta.

-¿Señorita Barbieri, se encuentra bien? -Puso su mano en mi hombro y creo que fue su gentil agarre lo que me mantuvo en pie para poder responderle.

-Si... Estoy perfectamente. -La respuesta más evasiva en el mundo.

-La señora Díaz me conto que ayer estuviste de visita en la enfermería por varias horas, pero que te fuiste muy aprisa. Así que le pedí al señor Escarpia, quien te llevo hasta allá, que me dijera si sabía porque te habías desmayado.

-Le dije que lamentablemente no tenía idea de que te había sucedido.

Cesar Escarpia, un poco más alto que yo, aunque no se notaba cuando traía tacones. piel morena, sin imperfecciones, vestido con una franela de manga larga, azul celeste que le daba un apariencia refrescante, incluso relajada a pesar de seguir siendo formal. Aun así sus palabras me hicieron ponerme rígida y tensa. El voltear hacia el cuándo hablo no impidió que mantuviera mi mirada baja para no tener que verlo a los ojos. Por lo que termine fijándome en cosas que no me hicieron sentir menos calmada. Sus zapatos, elegantes y de talla bastante grande, fueron un detalle que me hicieron subir un poco mi mirada insolentemente curiosa por sus pantalones. Logrando dominar tal destello de vergonzosa lujuria, desvíe mi mirada nuevamente y vi en su muñeca el reloj que ayer tenía junto a mi cara. El recuerdo es insoportable. Cierro los ojos con fuerza durante un latido hasta que las palabras de la directora me traen de nuevo a la realidad.

-¿Amelia, podrías contarme que sucedió?

-No fue nada por lo que alarmarse, señorita Maston. De veras.

-Señorita Barbieri, no me tendrás contenta con una respuesta tan vaga. No puedo dejarte sola en un salón de clase lleno de niños pequeños con el riesgo de que te desmayes de pronto.

-En serio no hay de qué preocuparse directora. Era solo que estaba muy ocupada y no me dio tiempo almorzar...

-Señorita Barbieri, soy buena detectando las mentiras y usted es una mentirosa atroz. Así que le pido que me cuente si sabe porque se desmayó o la enviare a chequear de arriba abajo hasta que encuentren la causa.

Balbucee algo mientras mi mente y mis ojos divagaban entre cesar y la señorita Maston. Contar la verdad no era una opción. Preferiría que la guadaña de la parca rebanara mi garganta antes que dejar que semejante bochorno escapara de mi boca. Pero no encontraba ninguna forma de evitar la bala.

-Bueno, supongo que chequearme sería lo mejor... por si acaso.

-En ese caso, le pediré a la señorita Pérez que cuide de sus niños el día de hoy. Acompáñeme a mi despacho. -inclino su cabeza a hacia cesar. -Señor Escarpia. -Luego dio la vuelta y camino en dirección a su oficina y empecé a seguirla.

-directora, Amelia. -Dijo cesar muy estoico despidiéndose y retirándose al salón con sus niños.

La ProfesoraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora