Hoy te vas, pero no intentes regresar mañana, porque si lo haces -puedo jurarlo- no me vas a encontrar.
¿Qué te puedo decir? Siento una obstrucción en el pecho, un nudo en la garganta, que no me permite respirar bien. Siento frío y no es precisamente por el clima. No es esa clase de frío que se manifiesta con fuertes brisas, es el frío de tu ausencia que no quiero sentir más. En dos días te habrás ido para siempre (no sé cuánto tiempo es eso) y lo único que puedo pedirte es que no regreses jamás (tampoco sé cuánto tiempo es "jamás", pero se escucha bien). Y lo único que puedo decirte es que no te estaré esperando. Y no, no es porque mañana se me antojará enamorarme de alguien más o porque tenga a alguien en mente -como quizá tú sí lo tengas-, así no funcionan las cosas para mí; es porque esta vez sabré irme y no regresar de la misma forma en que deseo que lo hagas tú, es porque esta vez quien se marcha no soy yo y espero que adonde sea que te vayas, sea un lugar cuyos alrededores desconozcas para que de esa forma puedas perderte y no hallar camino de regreso.