Cap. 2: El Apocalipsis

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En un abrir y cerrar de ojos, cuando Cristo vuelva, se oirá el último toque de la trompeta, y los muertos volverán a vivir para no morir jamás. Y nosotros seremos transformados.

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Los pasos cadecían de sonido en el profundo eco de la lluvia sobre el tejado. Subieron unas escaleras de madera, bastante viejas, que rechinaban al pisarlas. El padre Josh debatía en su mente la procedencia de esa mujer, tan decidida a ser debota a Dios. 

Cuando llegaron al primer piso un gran pasillo, vacío e insípido como un pasillo de hospital, les dio la bienvenida. Al ser un piso más arriba lograbas escuchar con más precisión la tormenta que se avecinaba. Amnesia miraba de un lado para otro, asombrada por la estructura tan antigua y cuadros de Santos colgados a lo largo de la pared, uno en cada puerta, bordados con hilo negro sobre un lienzo blanco. Dedució que eran las habitaciones de las monjas. El Padre abrió una con un cuadro de San Jorge colgado en ella. Se preguntó dónde estarían las monjas a estas horas de la noche, la cama no estába ni deshecha.

—Te daré algo para que te cubras. —Dijo adentrándose en la pequeña habitación—. Tu ropa está muy mojada aún, si la Madre Superiora te acepta ya podrás ponerte los habitos.

Giró la cabeza en su dirección para sonreírle, pero estaba hipnotizada con el cuadro. Sangre sobresalía del fiero drágon, la lanza atravesaba su pecho, San Jorge parecía contento al matarle. Acarició la tela blanca donde se suponía que la sangre emanaba, y un fuerte pinchazo la sorprendió. Un leve dolor recorrió toda su mano. Un hilo de sangre dibujaba figuras sin sentido por su dedo índice.

—Ten. —Sostuvo una toalla blanca para que ella la tomara—.

—Gracias.

Observó como el rojo teñía la toalla cuando la tomó. Se tapó toda la espalda con ella, sintió el calor de la prenda de inmediato, los músculos se relajaron al entrar en calor. Volvieron a cerrar la puerta y se dirigieron, de nuevo, al final del pasillo. Entraron en la puerta más grande, de roble pulido y barnizada con negro carbón, algo gótico para pertenecer a la iglesia.

Una mujer de avanzada edad alzó la vista del papel sobre la mesa, llena de arrugas en la piel pero unos hermosos ojos zafiro que no pasaban inadvertidos, aunque para no resaltar la mujer se cubría el pelo. La habitación no era muy grande, nada más que un escritorio ordenado con una lámpara de queroseno antigua para iluminar la habitación, una silla, donde estaba sentada la anciana, y una ventana por la cual entraba toda la luz que podía dar el cielo nublado, pequeñas gotas resbalando por el vidrio robaron la atención de Amnesia por unos segundos.

—Padre. —Le saludó con una sonrisa. Su voz era melodiosa, aguda y fina, no parecía que fuera de una mujer tan mayor—.

Amnesia se sintió cohibida, esa mujer desprendía una aura de autoridad bastante notoria a pesar de su gran sonrisa y sus ojos amables.

—Siento molestarla a estas horas, Hermana.

—No es molestia. —Se levantó de la silla con gran esfuerzo—. ¿Y esta muchacha quién es?

Dio unos pasos hacia ellos y se apoyó ligeramente en el escritorio. Iba gacha, un problema de espalda le impedía quedarse completamente recta, con unos labios gruesos y la cara pálida, sin ninguna imperfección excepto las arrugas por la edad. Irradiaba la belleza que algún dia tuvo en su juventud.

—De eso quería hablarle. —Le deolvió la sonrisa—. Ella es Amnesia.

La mirada de la mujer pasó a ella, observando su pelo rojizo húmedo, apegado a su piel, y su ropa ligeramente manchada de sangre. Se mordió el labio nerviosa y miró al suelo, decidió no saludar.

Perdóname, Padre.©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora