Lo más grande que te puede suceder

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Natalia había llegado a París solo con una mochila a la espalda y el maletín con la vieja Underwood que había rescatado del desván de su casa. Por el polvo que había acumulado, llevaba allí olvidada mucho tiempo, así que nadie la echaría de menos. Igual que a ella.

Su familia nunca la había entendido, tenían una visión demasiado antigua del mundo. Su hermano pequeño, el varón heredero, era el niño dorado de la familia Lacunza, y ella, demasiado rebelde, demasiado salvaje y diferente al resto de chicas de su edad, no era más que un problema que esconder.

Así que les estaba haciendo un favor.

Una mañana, Natalia se levantó con una decisión drástica tomada. Cogió las tijeras de la costura y se deshizo de su larga melena, rebuscó en el armario de su hermano en busca de ropa que le sirviera, cogió una mochila y la máquina de escribir que tenía escondida en su cuarto, y se marchó de aquella enorme y fría casa.

La única persona a la que le dolía dejar atrás era a Elena, y así se lo hacía saber en la carta que le había dejado, pero no tenía ninguna duda de que su hermana, en cuanto tuviera edad suficiente, saldría también de aquel lugar e iría en su busca.

Había ahorrado algo de dinero vendiendo historias cortas, siempre con pseudónimo y distribuyéndolas con la ayuda de amigos, así que no se moriría de hambre los primeros meses en París, pero tampoco debía abusar, así que acabó por alquilar una pequeña habitación en un motel de Montmartre. No era gran cosa, estaba llena de humedades y la pintura de las paredes se desconchaba dejando entrever el hormigón, pero era suyo, su reino, al menos durante un tiempo.

Centró sus primeros días allí en intentar escribir pero, al parecer, su liberación había provocado que su inspiración echara a volar también. Llevaba tres días mirando fijamente un papel en blanco.

Hasta que un catalán que padecía narcolepsia atravesó el techo de su habitación.

+++

Natalia no sabe muy bien cómo ha llegado a estar sentada en un reservado del Moulin Rouge, vestida de esmoquin, rodeada de mujeres en paños menores, hombres adinerados deleitándose la vista con dichas mujeres, y acompañada del grupo de artistas más variopinto que había conocido jamás.

Miguel, el catalán narcoléptico, es actor. Joan es un músico callejero encantador, al cual Miki le pone ojitos de cordero. Y luego está Dave, la cabeza pensante, músico, actor, pintor, relaciones públicas y conocedor de gentes.

Al presentarse y explicarles su historia, Natalia se había ganado un lugar en el corazón de aquellos bohemios empedernidos. Cualquiera que desafiara las convenciones establecidas por la sociedad como ella lo había hecho, tendría siempre un lugar en aquella disfuncional familia. Eran hijos de la revolución, amantes del arte, de la libertad, y del amor por encima de todas las cosas.

A Carlos, el cuarto miembro del grupo, no le había gustado nada la idea propuesta por Dave de que Natalia colaborara escribiendo para ellos. Tenían que presentarle el libreto de una nueva obra a un productor y al parecer iban con retraso, así que el añadir otra escritora al elenco les facilitaría las cosas. El chico, que no era la primera vez que los amenazaba con abandonar el proyecto, se dio media vuelta y, de un portazo, dio por zanjada su colaboración.

Dos días después, Natalia entiende que todo aquello que ha vivido desde su llegada a París no ha sido más que el destino moviendo sus hilos para que ella estuviera justo en ese lugar, en ese momento, viendo descender del techo del cabaret más famoso de la ciudad de la luz a un ángel que brilla más que el mismísimo sol.

-Es nuestra estrella. –Le susurra Dave al oído. –Si queremos convencer a Guix, debes ganarte primero a Alba. Es la niña de sus ojos.

Una visión celestial es lo que es, ¿y su voz? La música que te recibe al llegar al paraíso.

La Vie BohèmeWhere stories live. Discover now