Parte 1: Atrincherado en Saigón

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Querida madre:

Se que posiblemente esta carta jamás llegará a tus manos, pero aún así he querido escribirla, supongo que me ayudará a desahogar los horrores que he visto últimamente. ¡Oh, madre! Todo ha sido tan espantoso los últimos días. Primero la guerra, después las cosas se volvieron tan confusas que empezamos a dispararle a nuestros hombres, pero ya iré explicando todo a su tiempo.

Llegué a Vietnam junto con los dos mil quinientos marinos a la playa roja del sur de Vietnam, justo después que nuestro país entró de lleno a la guerra, justificadamente por el hundimiento del destructor Maddox en aguas internacionales, muy cerca de Vietnam del norte. Todo comenzó bien, teníamos las mejores armas, apoyo aéreo y muchas ganas de pelear por nuestro país, pero todo eso cambió.

Atacaron el campamento en el que me encontraba por la noche, las detonaciones de las armas largas interrumpieron mi sueño. Nos vimos obligados a responder el fuego casi a ciegas, los enemigos saben esconderse bien, parecía que luchábamos contra fantasmas. Los disparos venían en todas direcciones, lo único que lográbamos ver era el efímero aliento de dragón que salían de los rifles Ak47 enemigos. Para empeorarlo todo, mi rifle se encasquillaba constantemente. Estaba frente al enemigo y no podía disparar, no podía defenderme, era aterrador.

Ahora, en la tranquilidad de mi refugio, creo que el enfrentamiento duró menos de lo que pensé en su momento, aunque para ser honesto, el tiempo pasa más lento cuando intentas evitar las balas impactando tu cuerpo. Perdí a muchos compañeros. Fue muy duro, apenas se retiró el enemigo, tuvimos que amontonar los cuerpos de los caídos por varias horas, cuerpos de buenas personas, todos ellos recién salidos del bachillerato. Eramos unos niños jugando a ser héroes, al menos hasta ese momento. He llorado todas las noches desde entonces.

Lamentablemente eso no ha sido lo peor de todo. A partir de ese día las cosas fueron cayendo en picada. Algunos de los caídos volvieron a la vida, no te imaginas la impresión que eso te deja.

Se que sonará a que estoy un poco loco y quizá lo esté. Un día llegaron los cadáveres de algunos soldados que habían sido emboscados, estaban hechos trizas, en algunos había tantas herida de bala que no las podía contar. Había sido una masacre en la que solamente quedaron un par de hombres vivos.

Llevamos los restos al lugar en el que solíamos hacerlo. Fue entonces que sucedió lo más terrible que puedes ver en la guerra, debo decirte que después de ver la muerte frente a mis ojos en tantas ocasiones comenzaba a tener alucinaciones, pero fue peor saber que en realidad estaba pasando. Los cuerpos inertes se movían, tenían heridas de bala que ahora se evidenciaba por sangre seca y acartonada en el uniforme. En ocasiones, algunos de ellos habían perdido alguna extremidad, tal vez por efecto de algún explosivo. Aún así, esos jóvenes retornaron de la muerte.

He tenido que parar de escribir por un momento para tranquilizarme un poco, tan sólo traer de vuelta la imagen a mi mente me ha puesto a sollozar. Ha sido perturbador, muy perturbador, pero no es nada comparado con lo que vino después.

Creímos que había habido una equivocación al dar por muertos a aquellos soldados, pero la cantidad y el tipo de heridas que tenían eran evidentemente mortales. Incluso cargué los cadáveres, estoy seguro que carecían de vida, pero nada de eso los detuvo para regresar. He tenido que parar de nuevo, el recuerdo es insoportable.

Al examinar la situación hemos decidido creer que era algún tipo de enfermedad, una parte de nosotros sabía que lo que estaba sucediendo era totalmente antinatural, pero queríamos darle una explicación. Así que al momento de culpar han decidido culpar a los mosquitos, había muchos de ellos, era creíble. Según un médico estudioso lo que sucedía con los soldados era un tipo de apariencia muerta, algo muy común en las costas del Caribe, aunque eso no explicaba como sobrevivían con heridas tan graves. ¡Cielos! ¡¿Pero que estábamos pensando?! Un mosquito jamás traería de vuelta a la vida a un muerto. Debimos actuar muy distinto.

Como sea, ya es tarde y todo se ha ido al traste. No queda nadie más que yo sepa, solamente yo y no creo que les tome mucho a esos seres encontrarme. Hay miles allá afuera y un sonido tan pequeño como un tropezón podría revelar mi ubicación. Ya es de noche. Debo apurarme a terminar estas líneas, pues siento que mi fin está cerca.  

Como iba contando, los médicos intentaron curar a los retornados, el hospital de campaña estaba a rebosar. El general dio la orden de detener cualquier actividad fuera del campamento. Toda la atención estaba en el tema de los muertos vivientes, la tensión se palpaba en el ambiente. Muchos los miraban con reserva, si era una enfermedad, entonces nadie quería contagiarse. Tuvimos que duplicar la seguridad para evitar enfrentamientos internos, nos volvimos vulnerables.

Comenzaron a rondar todo tipo de rumores, los más religiosos hablaban sobre el libro del apocalipsis o sobre Sodoma y Gamorra y el castigo de Dios; los más escépticos culpaban al agente naranja, según nos decían, era un defoliador del follaje para limpiar el camino a nuestras tropas, pero ahora no estábamos tan seguros; otros mencionaban leyendas nativas sobre entes malignos del bosque que poseían a los soldados caídos para acabar con la guerra, al parecer no les gustaba la destrucción que causábamos en las batallas.

Nunca supimos la verdad, no nos dio tiempo. Una mañana los retornados se volvieron agresivos y atacaron a otros soldados, hubo varios muertos antes de poder someterlos. Se volvió incontrolable, el caos en las filas llegó a su límite. Los muertos resultados en los enfrentamientos cuerpo a cuerpo con los retornados se volvían uno de ellos, se creo una bola de nieve que no pudimos parar.

Nos superaron en número y el general a cargo dio la orden de retirarnos a la capital de Vietnam del Sur, Saigón. En poco tiempo una horda de retornados atacó la ciudad. Los primeros en ser evacuados fueron los civiles, para cuando era nuestro turno ya no quedaba nadie más que yo. Mientras escribo esto me asomo por la ventana de mi refugio, al parecer es la casa de algún nativo con cierto apego a las bebidas embriagantes.

He iniciado a tomar una de las botellas, no creo que al dueño le importe mucho, por lo que me concierne, debe ser una de esas cosas que intenta encontrarme.

No me queda mucha munición, una treintena de cartuchos para el rifle M16 y unos cuatro cartuchos de la pistola reglamentaria M1911, además de ello cuento con un cuchillo de caza. El cuestión de tiempo para que se me acaben las reservas y entonces estaré obligado a salir. Aún no tengo un plan.

Creo que descansaré un poco, necesito recargar energía para enfrentarme a los retornados, lo último que quiero es morir de cansancio. Quizá pueda dormir mejor si bebo un poco más, conciliar el sueño se ha vuelto más complicado cada vez, supongo que es efecto de los horrores de los que he sido testigo últimamente. Se me ha escapado una risita histérica, a pesar de las circunstancias hay algo que me causa gracia. Lo bueno de no poder dormir en medio de todo esto es que no tengo pesadillas, lo malo es que vivo la pesadilla de mi vida y no hay manera de despertarme de ella. ¿Será acaso que es lo que sucede cuando tu peor pesadilla se vuelve realidad?

Escucho algo allá afuera. Los retornados se mueven, parece que siguen algo o a alguien. ¡Santo cielo! Hay más supervivientes, no más de un escuadrón. Es mi boleto de salida, si caigo, por lo menos no será solo.

Carta de un soldado - Los zombies de VietnamWhere stories live. Discover now