Tiempo

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Es curioso volver a escribir sobre mí luego de tanto tiempo, pero sentí ganas de expresar en palabras el proceso por el que he pasado.
Será hace ya unos ocho meses que toqué fondo. Mi vida había llegado a su punto más bajo, y tengo marcado el mes de Mayo en mi memoria.
Recuerdo que me dolía el alma, me cuesta expresar con palabras esto, pero en varias ocasiones sentía tanta angustia, tanta tristeza que me veía obligada a arrodillarme en una esquina de mi habitación con las manos en mi pecho, sollozando y rogándole al mundo que terminaran con ese dolor.
Antes de eso pedí ayuda muchas veces, de muchas formas. No me escucharon.
Habían momentos en los que desesperadamente llevaba mis manos a mi cuello en la soledad de mi pieza, apretándolo y rogándole al universo que me matara. Pensé en muchas maneras de morir, lo único que sabía era que no quería sufrir más.
Por este mismo asunto había comenzado a faltar a clases desde finales del año anterior, por noviembre de 2018. El llanto me entraba a cuadras del colegio y mis padres no tenían opción que llevarme de vuelta a mi casa.
Otras veces me encerraba en un cubículo del baño a llorar y golpear mi cabeza una y otra vez contra las paredes.
Creo que está de más decir que las cosas sólo iban de mal en peor.
Volviendo a Mayo (y los meses consecutivos), yo ya no salía de mi cama. Tampoco comía; podía pasar fácilmente tres días enteros ingiriendo cantidades ridículas de alimento.
No dormía en la noche, pero en el día era lo único que hacía.
Llegaba del colegio y me iba directo a dormir.
En promedio llegué a dormir seis horas seguidas por varias semanas en el día.
En las noches me imaginaba formas de acabar con mi vida.
No se lo dije a nadie por miedo a que, de decidirme, lo intentaran evitar.
Juro que traté de estar bien, pero cuando por razones familiares me dejaron de permitir ir a mi psicóloga toqué el fondo de los fondos.
Ella estuvo meses insistiéndoles a mis papás que yo tenía una depresión, y que debía iniciar un tratamiento rápido.
No le hicieron caso.
Y recaí en la tricotilomanía. Me faltaba todo un sector de pelo en la cabeza.
Yo ya no podía más, y una noche en la que estaba decidida a que, si la situación no mejoraba acabaría con todo definitivamente, recurrí a mi último y más preciado recurso.
Le recé a Dios, a mi ángel de la guarda, a mis abuelas desde el cielo, a mis bisabuelos, les imploré por ayuda, porque yo ya no podía más.
Me dolía el pecho con fuerza, y deposité toda mi fe en mis guardianes.
Sonará extraño, personal día siguiente desperté y bajé. Mi mamá estaba sentada en la cama, me observó y me dijo:

— Hija, decidimos que te llevaremos a una psiquiatra. Ya tomamos la hora. Tú no estás bien, y me di cuenta de que necesitamos ayuda.

Se podría decir que mi vida cambió por completo. Empecé una terapia con medicamentos, y sentí que la vida me volvía al cuerpo.

Repentinamente me entraron ganas de hacer cosas, de salir, de comer, de reír.

Ya no lloraba todos los días, y la felicidad que sentía era verdadera.

No tengo palabras para expresar la gratitud que sentí hacia el universo. El dolor en mi pecho fue remplazado por una calidez, un amor a la vida inmenso.

Por primera vez en años estuve feliz de vivir. Feliz de respirar, y atesoré todos los momentos vividos.

Mi corazón saltaba en mi pecho cada vez que alguien me decía "luces distinta" "tus ojos brillan". Mi mamá llegaba a llorar de la felicidad porque la alegría rebosaba en mis ojos. Y yo me sentía bien, mejor que nunca.

Mi conclusión es que la vida es hermosa, y ya.

Welcome to my worldDonde viven las historias. Descúbrelo ahora