Capítulo 39

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Abrí la puerta en cuanto llamaron a ella. Flaqueé un poco al caminar, producto de la repentina interrupción de mi sueño. Últimamente no hacía más que dormir o beber como consuelo a las decepciones o a mis propios tormentos.

Bostecé, me alboroté un poco el cabello y recibí en la entrada de mi apartamento a un par de esperados visitantes: Sol-gi y su bebé cuyo nombre apenas logré recordar. Su amplia sonrisa y la calidez de su saludo me contagiaron los ánimos, logrando así que respondiera con el mismo entusiasmo.

Entró cargando su portabebés, yo le ayudé con su bolso. Vi al pequeño dormitando con profundidad; ni siquiera los movimientos de su madre o nuestras voces fueron capaces de despertarlo. Me sentí aliviado al ver que no tendría que lidiar con lloriqueos por las próximas horas.

Sol buscó a su hermano con la vista, pero no corrió con la suerte de encontrarlo. Arqueó una ceja, preguntó por él sin dejar de curvar los labios.

Tuve que contarle la verdad, una que al final no venía siendo definitiva ante mi poco conocimiento sobre el trabajo de Moon. No iba a estar conmigo sino hasta dentro de unas horas porque tenía una presentación imprevista. Aunque se lamentó por eso, no manifestó ningún tipo de extrañeza. Incluso comentó a la brevedad que se esperaba que sucediera algo como eso.

Igual que Jonah, intentó esconder su pena por mí y animarme con que llegaría más tarde, justo como prometió. Sol-gi y yo confiábamos en que su hermano cumpliría con sus responsabilidades laborales y personales sin ningún otro contratiempo. Me agradaba su optimismo; hacía tiempo que no lidiaba con alguien igual.

—Lamento que tengas que cuidar a Jun-ho sin ayuda. —Rebuscó en el interior de su bolso, que dejé sobre la mesa—. No pensé que mi hermano desaparecería.

Alcé los hombros, despreocupado. Quise darle a entender que aquel imprevisto daba igual, aunque no fuese así. Si le mostraba confianza ella también la sentiría al dejarme a cargo a su único hijo.

Fui a la cocina por agua para los dos. Traer un portabebés tan pesado y a un niño hasta el último piso seguro que fue una tarea agotadora. La invité a sentarse en una de mis sillas en lo que nos servía agua en un par de vasos cristalinos.

Sol se quedó viendo hacia la ventana, con el bebé a los pies. Permaneció quieta y calmada en su lugar, meditando sobre cosas desconocidas. Igual que su mellizo, se perdió en algún recóndito lugar de su mente, clavando los ojos en el cielo oscuro. No observó ni por un instante a su niño.

Me acerqué con un vaso en cada mano. Le tendí uno y me quedé de pie junto a ella para bebernos el agua fría. La observé desde mi sitio con cierta discreción. Usaba un suéter azul, también una larga y blanca falda. El corto cabello le cubría los laterales del rostro, contrario a otras ocasiones que se lo pasaba tras las orejas.

—¿Tienes mucha prisa? —pregunté.

Sin eliminar su alegre —aunque más desgastado— y característico comportamiento, negó con la cabeza. Dijo que el evento comenzaría dentro de unas horas, pero que, al no tomarse mucho tiempo para alistarse, podía andar con calma. Le avisó a su marido que vendría para encargar a su hijo y que regresaría cuanto antes para que partieran juntos.

—Personalmente, no tengo ganas de volver. —Se acomodó mejor en su asiento—. ¿Quieres charlar un rato?

Me invitó a acompañarla en mi propia casa.

Al no tener mucho qué hacer, jalé la silla restante y me senté frente a ella. Al menos no la pasaría completamente solo durante la noche. Sol miró con detenimiento el vaso semivacío con el que jugaba, pensando en lo siguiente que diría para que nuestra plática diera inicio.

El balcón vecino [BL-GRATIS]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora