Antes que cerrara la ultima tienda compramos dos vinos de los que te gustan, de esos que al olerse embriagan y al tomarlos seducen. Yo en lo personal me da igual el vino que sea y más aún aquí donde todos saben bien. Pocas personas caminan a estas horas por la calle y pocas son las luces de las ventanas aledañas que aún se mantienen encendidas. La plaza desierta con sus bancas frías rodeada de casetas y paredes de piedra nos invita a esperar un poco. La copa, el corcho, el vino ¿sabes que se me apetece? Una cerveza negra. Levadura, fermentación, azucares. Cerveza de litro y tomada del pico evitando perder los vasos.
Te sientas sin sospechar la hora, el tiempo no avanza por estas calles congeladas. Sentados con las copas llenas, el silencio se diluye en nuestras bocas, nos miramos como dos amigos de siempre y decimos "salud" al unísono. Por momentos creo conocerte de antes, de hace mucho tiempo atrás, incluso de otra vida porque tu cabello enredado me ha venido diciendo desde ayer que tiene algo que contarme, me oculta entre escarbados pasadizos un lunar secreto en tu cuello. Me dices sin pausas, bebemos sin apuros, la vida continua y somos nosotros mismos haciendo el papel de turistas, de habitantes de paso, de nómades de la calle, alimento de los bares, dinamismo de la economía y un montón de cosas que deberían ser anotadas en un papel y guardarse junto a los recibos de luz, los números pendientes de llamadas y un sobre rasgado con la carta perdida. Eso somos, ocultándonos en esta plaza, bebiendo de nuestras copas, llamando a la casualidad destino y a nuestro encuentro una razón más para brindar.
—¡Cheers!
Que pendejo nos vemos repitiendo palabras que apenas entendemos. Nuestras copas vibran, nuestros labios se humedecen, la vida se pierde.
—Pizza con lechuga y camarón
—Sí, pizza con lechuga y camarón.
—Es como si hubiera un centro nacional de pizza ideando cual será el próximo sabor.
—Un consorcio que regule la pizza en todas sus definiciones.
—Hasta el punto de inventarla fría.
—O con nutella.
—¡Son unos genios!
—Dioses de la gastronomía.
—Por algo fueron imperio.
—Con Baco de portaestandarte.
—Hasta que se volvieron monoteístas y fenecieron.
—Se eclipsaron para la eternidad. Están en todos los libros de historia de colegio.
—Historia superflua que solo enseña a memorizar. La historia que enseñan, no vale la pena.
—Pero tienen el vino y la pizza.
—La pizza vino después.
—¿Después de qué?
No hubo más respuesta. Se vació la primera botella, nos miramos cómplices, un bote cercano nos libró de la culpa y sin vacilaciones nos fuimos caminando por las pequeñas calles con la lámparas colgando, con las pisadas frescas, con el atrevimiento de pasar la manos en la pared y dejar por siempre nuestra marca indeleble sin que nadie más que nosotros lo supiésemos. En mi mano: la tuya, en la otra las copas. En tu mano: la mía y en la otra la botella de vino.
Las lámparas cuelgan muertas de aburrimiento sin nada que vigilar, esperando el día para ver algún vecino al que todos conocen. Para el estado es un bien patrimonial y para nosotros, un objeto más, un trabajo de herrero, una bombilla común, metales pintados de negro, cristales intactos al viento y guía para saber si estamos a punto de llegar.
Nos sentamos en el suelo, más frio aun pero con el vino en nuestros cuerpos omitimos ese detalle. No paras de sonreír a pesar que es poco lo que digo, te recuestas en mi hombro, te abrazo de costado, pierdo los estribos y sin miradas previas te beso. El anhelo de tenerte cerca me aferra a tus labios y un suspiro envuelto de mordida nos separa en silencio.
—Canalla—reclamas sin ánimo de ofender y me besas de nuevo.
Saco una wiskera de aluminio y te vuelves a sonreír.
—Parece que no te gusto el vino o el beso.
—Lo suficiente para no beber otra copa.
Me tocas la barbilla, agarras la botella de vino y sin tomar respiro la vacías de un sorbo.
—¿Cómo me convenciste de venir?
—Usted me dijo que estaba cansada de la gente y yo le dije que conocía un lugar para escapar.
Te burlas con la risa y niegas con la sonrisa perenne.
—¿Cuánto tiempo llevas aquí?
—Casi un mes.
—¿Cuándo te vas?
Has iniciado con el absurdo cuestionario de lo elemental aunque nunca vaya a serte útil, lo haces porque ya no sabes que más decir. Quieres tomar la iniciativa, ponerme contra las cuerdas, saber de mí más que mi nombre y edad, permitirte una noche de esas que los testigos se fueron a dormir temprano. Me atrevo a confesar que incluso en estos momentos, me niego a soltarte algún detalle especial para que esta noche, una más de la larga lista de noches que tiene la tierra, sea para ti fácil de olvidar. No requieres darle tanto esfuerzo a la acción ni mucho menos evocar un parlamento de cosas que te olvidaste hacer y ahora cuando vuelvas a casa, esperas lograr antes de volver a salir de vacaciones. La larga lista de espera que aburrida se durmió en el sofá y mientras más cosas agregas, nunca concluyes algo que valga la pena. Lo lamento, lo siento, ya está. Es mejor que sigas con tus preguntas y yo seguiré dispuesto a responder sin responsabilizarme de que obtengas algo que no es necesario saber.
—Cuando terminé mi siguiente novela.
—¿Y de que va?
—Ni yo mismo lo sé aún—miro a la lámpara y me pierdo en el negro cielo— ¿Por qué para olvidar el pasado tenemos que soltar?
Te encojes de hombros. Es la respuesta correcta, no hace sentido darle sentido a una pregunta del sentido común. Prefiero que seas así y evites quedarte otra noche a tener que preguntarte si estás bien e invitarte a cenar.