Tus recuerdos.

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_Te gustaba correr entre el pasto verde y fresco primaveral, solíamos ir a un prado a las afueras de Derry cuando Bill y Jeremy iban a tomar una malteada de chocolate, Beverly se había ido, Mike estaba ocupado casi siempre en su hogar, y Stan, iba a ver los pájaros o mirar un horno con miedo, imaginando que aroma tendría su jabón._

Sonrió, había sido el peor de sus chistes y a algunos de los presentes, no les causó gracia, el niño judío que estaba en primera fila, amenazandolo con su fría mirada, mientras que su esposa reía a carcajadas, siendo la única que se escuchaba en el lugar, golpeando la mesa con sus manos en un intento de apaciguar su dolor en el estómago debido a las risas, luego golpeando las piernas de su marido sin ser muy brusca, tenía las manos suaves y no se sentían mucho sus golpes debajo de su pantalón formal, su risa resultó ser agradablemente contagiosa, un hombre de piel morena la observaba como si fuera un extraño ser, pero a los segundos, al ver el amargo gesto del judío y la destartalada por la risa, pero feliz de la cónyuge, no pudo evitar soltar algunas risas después, y así, con algunos de los demás presentes en aquel stand up de LA.

Cuando por fin se calmó, y ahora su querido y amado Stan, le daba agua para que recupere el aliento, un tartamudo observaba todo con gracia, en un gesto calmo, normal de él, al igual que al antiguo gordito bola de grasa y nerd de la biblioteca, que bebía una copa de champán, el más fino que pudo conseguir de aquel lugar.

Tozier, con sus manos sudorosas, pasó de página con lentitud, apreciando su antigua y algo desprolija caligrafía, los recuerdos de aquel prado invadían su mente como balas, el sentimiento del cálido sol en la piel, el césped haciéndote cosquillas en las desnudas piernas, el refrescante viento de las tardes que hacían sus cabellos bailar a su ritmo, el canto de los grillos y cigarras cuando veían la noche acercarse con lentitud, aunque para él, pasaba como rayo, como si el tiempo lo odiara. Tal vez, lo que más recordaba, eran las risas de Eddie al corretear descalzo entre el pastizal, sus anécdotas mientras veían las formas de las nubes recostados debajo de algún árbol, donde aveces había una que otra vaca tosiendo graciosamente, escuchaban a las aves cantar con emoción sobre ellos o en el cielo celeste.

Odiaba los prados, desde que su pequeño asmático, había sido alejado de él, por el resto de su vida, hace ya dieciséis años.

Odiaba el sol, por eso su pálida piel, odiaba las vacas, odiaba la tos, odiaba el cielo, las nubes, los árboles, odiaba a los grillos y cigarras, el viento, odiaba al tiempo, odiaba... Las risas.

Era masoquista, era comediante, porque las risas traían nuevamente el recuerdo de su amado corriendo entre el pastizal mientras que buscaba flores para hacerle sus famosas coronas, esas coronas que portaba todo el día, hasta que Eddie, decidía hacer uno nuevo. Había descubierto que las risas y las carcajadas, le traían a su Eddie de vuelta, siendo más fuerte el efecto que aquellas malas pasadas, como lo eran, aquel cigarro maligno que no le hacía mejorar, o la bebida que solo le hacía llorar y suplicar por su pequeño, ahogándose a si mismo en aquella pena profunda que no tendría remedio.

Cuando te alejaron de mí. •°By: Richie Tozier.°•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora