Prólogo.

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Ethel.

Bajo agresivamente de mi auto.

Lágrimas de impotencia corrían por mi cara al enterarme de lo sucedido. Me sentía maldita, porque a las personas que quería les pasaba algo malo, y no quería que ella terminara como mamá.

-¿¡Que mierda pasa en tu maldita cabeza, imbécil!? -Exclamo acercandome a zancadas al individuo que más odiaba y me repugnaba en este mundo- ¡Eres un maldito enfermo! -Digo para finalizar mi caminata y atizarle un puñetazo en la mejilla, haciendo que este caiga al piso- ¡Te atrevíste a tocarla, bastardo infeliz!.

Digo y le pateo la cara.

-¿¡Qué te pasa, niña de mierda!? -Escupe toscamente pellizcandose el puente de la nariz con fuerza, y haciendose el que no sabe nada, pero si que lo sabe, sabe tanto que quiero reventarle la cabeza.

-¡No te hagas el inocente, maldito! -Le grito, e intenta agarrarme, pero antes de que él pueda hacer algo, tomo su brazo y choco su codo contra mi rodilla, de esta forma quebrando su brazo.

Reacciono y veo lo que hice. No mentiré, lo merecía, aunque por esto pueden expulsarme del campus.

-¡AUCH! ¡Duele! -Dice soltando quejidos de dolor- ¿¡QUÉ CARAJOS TE PASA!?.

Lo veo sufriendo por su brazo roto, siento una satisfacción enorme al ver el dolor plasmado en su cara, palabras y exclamaciones. No sé por qué, pero me gusta su sufrimiento.

-Uy, lo siento, Florecita. ¿Te lastimé? -Suelto en un bufido, haciendo un falso puchero y soltando una risa agria.

-Eres una hija de puta, ¡Jamás debiste mudarte a esta ciudad! -Apunta con odio pero a la vez con temor el adulto de 28 años frente a mi- Si supieras, ¡Tu amiguita de mierda lo provocó!

Me acerco bruscamente a él y lo tomo por el cuello de su camiseta.

-Vuelve a llamar puta a mi madre y tu miembro se va a desprender de tu cuerpo. -Recalqué entre dientes- Además, ella no lo provocó, ¡Tu jodida mente enferma lo hizo! -Le exclamo con voz firme- Ahora, vete bien a la mierda, maldita basura.

Dicho esto, deshago el puño que tenía tomando su camiseta, y aplico un poco de fuerza empujandolo, haciendo que este caiga inmediatamente boca abajo en el suelo, haciendo que su magullada y rota nariz aterrice en el pasto. Ladea la cabeza e intenta levantarse, justo cuando está por tomar impulso, clavo la punta de mi tacón en su mejilla, causando que suelte un quejido de dolor y que esta comience a sangrar con violencia.

-La vuelves a tocar y tu muerte estará asegurada. Hijo de perra.

Digo con asco secandome las escazas lágrimas que ahora descendían por mi mentón. Y finalmente, subo a mi auto, dejándolo allí en medio campo desangrandose. Se lo merece completamente.

Esto apenas comienza, bastardo.

Anestesia | Sin Editar.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora