El silencio era tan pesado que si se prestaba la atención suficiente podía oírse el ligero y suave murmullo del motor que propulsaba la máquina. Una fina cubierta de material sintético parecida a la piel se amoldaba debajo de él, con un color neutro que se acoplaba al radiante y sorprendentemente impecable negro del vehículo, lo que le daba una apariencia casi fiera, demasiado agresiva entre los grandes lotes de los suburbios de la ciudad.
Miró por la ventana, en un intento de ignorar al pasajero a su lado sólo por un momento. La importancia del asunto le comenzaba a...preocupar, y sabía que, si le daba demasiadas vueltas al tema, y si su condición se lo permitiera, se habría puesto nervioso. Alguien como él no podía y no debía estarlo. Nunca. Sin embargo, era alguien que aprendía rápido y adoptar expresiones como esa había sido tan fácil como parpadear.
Las losetas de un suave color grafito perdían su forma hexagonal a medida que desaparecían debajo del campo levitatorio del auto, abriendo paso a un exuberante conjunto de mansiones. El fino empedrado de las calles era coronado por aceras del mármol más blanco de la zona, perfectamente pulido por los RPS. Si hubiesen pasado un par de horas antes, habrían visto las pequeñas maquinillas inmersas en su trabajo minucioso, acopladas para trabajar a la misma velocidad en una sincronización perfecta. Como debía ser.
Pero ahora ya era relativamente tarde, alguna hora entre las ocho y nueve de la mañana, y las calles austeramente vacías le recibían a la entrada de la zona de viviendas. Los dos soles estaban casi alineados sobre la bóveda azul zafiro; después de su ligero análisis, y tras confirmar la hora en el micro-holograma de su cinta de control, volvió la vista a la masa verde que se comenzaba a acumular frente a la ventana. Los árboles eran tan altos que se acercó al cristal para registrar su magnitud, aunque justo cuando se asomó notó en el reflejo cierto movimiento junto a él. No pudo ver el rostro de su acompañante debido a la espesa y larga capa de cabello blanco que lo cubría, reposando sobre los hombros y el pecho, pero no necesitaba hacerlo para imaginar su expresión, que era seguramente de una seriedad flemática. Muy parecida a la de sí mismo.
Los largos dedos de alabastro sujetaron en el aire un viejo dispositivo holográfico, la luz pálida del exterior hizo que la capa transparente que lo protegía despidiera un destello, antes de que un botoncito lo hiciera cobrar vida. El punto de luz en la parte superior titiló un momento antes de estirar sus delgados rayos en el aire, que se entretejieron para formar un rectángulo azulado, la pantalla.
En un equilibrio precario, el sujeto comenzó a mover su otra mano, de uñas pulcramente cortas, sobre el diseño. Parecía estar leyendo cierta información. Si, información. Una palabra que él mismo adoraba, que le encantaba porque siempre había sido su fuerte, su respaldo. Pero ahora era conducido casi a ciegas por una sección de la ciudad que nunca había visitado (aunque no conocía demasiados lugares), acompañado de un casi desconocido del cual apenas sabía dos cosas. Primera: su nombre. Segunda: él estaba al mando, y haría lo que le dijese. No tenía más pistas de las necesarias, agregándole un peso extra a los campos electromagnéticos que mantenían muy juntas sus muñecas. Si tuviese algún umbral al dolor, quizás le habría incomodado.
Ya habían discutido muy brevemente la situación en la oficina, mucho antes de embarcarse en el auto, así que habían pasado la mayor parte del recorrido sumidos en una clase de "silencio incómodo", o al menos así había oído decir a los trabajadores de la planta de nanotarjetas. De nuevo las expresiones salían sin que lo pensara demasiado, cada una de ellas sumándose en su contra. ¿Pero ellos no lo sabrían, o sí?
Con un toque rápido, la pantalla desapareció. Advirtió cómo el hombre a su lado inhaló, con obvias intenciones de comenzar a hablar de nuevo.
-¿Estás listo?- ladeó el rostro, dejando ver sus igualmente blancas pestañas y cejas, así como el par de fríos orbes– Pronto estaremos allí.