Nuestra última reunión

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De: Cupido.
Para: Mi único amor.

Hoy es 31 de diciembre de 2069. Y al igual que cada 31, recuerdo la primera y última vez que hicimos el amor. Fue la primera y la última vez que dejé que mi corazón me guiara y no me consumiera la razón. Fue la primera vez que unir a alguien con su alma gemela me hizo sufrir y llorar tantas lágrimas que creía olvidadas. Nunca antes sufrí porque antes de ti, no amé a nadie más. Yo sabía que no amar me mantendría con vida. Como una vez te conté, los cupidos tendemos a reservar nuestros sentimientos y volvernos fríos para evitar lo que sentí hace tantos años atrás. Somos eternos, somos inmortales, pero ustedes, los humanos, no. Amar a uno es sinónimo de dolor.

No sabía que tan verdaderas eran esas palabras hasta que te conocí.

Lo gracioso de todo fue que te veía como un chico más de secundaria, alguien que eventualmente terminaría conociendo a una mujer con la que tendría una familia que, posteriormente, se rompería al no haber amor. No estaba seguro, en ese momento, de poder unirte a tu alma gemela. Pero lo hice. Sí, lo hice cuando no querías, cuando tu corazón ya era de mi propiedad y no podías cederlo a nadie más. Lo hice cuando sabía que unirte a ella sería condenarte. Lo hice por temor.

¿Recuerdas que me dijiste una vez que parecía no tener miedo de nada? En realidad, sí lo tenía. Tenía miedo de enamorarme, de amarte. Porque sabía que eventualmente pasaría. Siempre te preocupabas por mí y buscabas el modo de pasar tiempo juntos. Demostraste el interés que nadie más demostró en los miles de año que llevo habitando la tierra. Miles de años de una vida vacía y sin sentido. 

Siempre he pensado en lo irónico que es que sea quien une con amor a las personas y soy quien tiene prohibido amar para sobrevivir. Como dijiste en tu libro -ese que por supuesto leí apenas salió a la venta- a veces uno debe sacrificarse por la felicidad ajena. No fuiste el único que se ha sacrificado para que los demás fueran felices. Yo lo he hecho por años. Sin mí, las personas no amarían. Y sin amor no hay felicidad, no hay esperanza, no hay nada. El mundo se tornaría vacío…como yo. Mi trabajo es importante, tú lo sabías. Y aun así…lo descuidé. 

Creo que nunca te he contado -tal vez porque cuando pensaba hacerlo me besabas y yo olvidaba todo- que muchas veces dejaba de unir parejas para pasar un tiempo contigo. Para dormir los fines de semana entre tus brazos y escucharte hablar de tus estudios, los libros que leías y tu futuro trabajo soñado en una editorial (o en un buen colegio donde respeten la literatura, esa que tanto amo). Descuidé mi misión en la vida para embriagarme con tu presencia y permitirme, por primera vez en milenios, ser feliz. Pero no era correcto y entendí también que para que el mundo no se vuelva vacío, los cupidos deben sacrificar su felicidad. Deben volverse meros esclavos de la humanidad para que esta siga amando. Yo fui un esclavo que rompió sus grilletes un momento antes de soldarlas de nuevo a mis muñecas y mi cuello. Yo quise probar la libertad, la acaricié con la punta de los dedos antes de que jalaran mis cadenas y me recordaran que la libertad es solo un sueño en mi vida. 

¿Por qué tuvimos que conocernos? ¿Por qué tuviste que mostrar interés en mí? ¿Por qué no me dejaste de lado como las demás personas habían hecho? ¿Por qué insististe en estar conmigo? ¿Por qué elegiste amarme?

A veces las preguntas son complicadas y las respuestas son simples. 

Nos conocimos por obra del destino. Mostraste interés en mí porque eras curioso. No me dejaste de lado porque llamé inentendiblemente tu atención con mi personalidad. Insististe en estar conmigo porque te enamoraste de mí. Y elegiste amarme porque sabías que yo era tu alma gemela y no ella. Tu corazón sabía a quién le pertenecías. 

Posesiva y locamente, yo deseaba que me pertenecieras para siempre. Amarte hasta el final y olvidarme de todos, solo pensar en mí, en lo que mi corazón deseaba. Lo único que quise ese lejano 31 de diciembre fue abrazarte y despertar a tu lado, mirarte a los ojos, decirte cuánto te amo y preparar el desayuno para los dos. Pero, como el cobarde que fui, te uní a ella y me fui en cuanto te dormiste, consciente de que no podría soportar ver tu tristeza al despertar. Sabía que me destrozaría ver en tus ojos el dolor de nuestra inevitable separación. Imaginarlo era doloroso, verlo hubiera sido mi fin. 

Por esa razón, me alejé todo lo que pude de ti. Escuché que te casaste, escuché sobre tus dos hijas -incluso a una de ellas yo fui quien la unió a su alma gemela-, sobre tu trabajo, sobre tu proyecto de ser escritor, sobre tu libro Un cupido sin alas ni flechas y las charlas que diste por tus otros libros.  Me alejé de ti, sí, pero no pude alejarte de mi vida. Incluso ahora, mientras escribo, no puedo alejarme del libro que me dedicaste, donde esperanzado esperabas que lo leyera. Sí, lo leí más veces de las que puedo contar. Lo leí hasta decidirme a hacerte esta carta, respondiendo a tus dudas. Pero llegué tarde para que la leyeras.

Tal vez no sirva de nada, pero tengo la esperanza de que sepas que estoy escribiendo esta carta en el cementerio, sentado frente a tu tumba. Mi letra -que siempre admiraste- se ve poco legible y para nada a como acostumbro. Nadie puede culparme, estoy haciendo un gran esfuerzo para escribir sin llorar. Ganas no me faltan. Y es que ahora, ahora cuando al fin tomo los gramos de valentía que tenía, cuando dejo de lado la cobardía que me condenó, cuando voy a buscarte para verte una vez más, lo único que encuentro de ti es una lápida que pusieron hace seis meses atrás en este cementerio tan lejos de tu casa. Pensé en que sería bueno una última visita, una última charla. Pero lo que obtengo es el precio por mi egoísmo y cobardía. 

Yo elegí alejarme porque tenía miedo de sufrir. Tenía miedo de permanecer a tu lado, verte envejecer y morir. Temía sufrir tu pérdida, esa que a todo ser humano llega tarde o temprano. Pero ahora, aquí sentado frente a una tumba silenciosa, es que me doy cuenta de que realmente hubiera preferido vivir esa vida corta a tu lado, disfrutando de tu cariño, de tus abrazos y tu presencia. Aunque sabía que el final sería inminente, de todas formas hubiera sido feliz porque hubiera estado a tu lado. Te hubiera abrazado y calmado tus dolores. Hubiera podido tomar tu mano y ver tu sonrisa. 

Pero aquí estoy: sufriendo en silencio porque no pude verte una vez más mientras retengo las lágrimas y escribo una carta que sé, no leerás. El karma me está haciendo pagar el dolor que pasaste por años por mi culpa, por no ser más fuerte y liberarme de los grilletes que me mantenían preso en la oscuridad. Es tiempo de que pague por mi crimen.

Hoy es 31 de diciembre de 2069, Lisandro. Hoy se cumplen 47 años desde la última vez que estuvimos juntos. Desde la primera y última vez que hicimos el amor. Desde la primera y última vez que te dije te amo. 

Hoy es 31 de diciembre de 2069 y, al igual que todos los años, evocaré tu recuerdo una vez más para mantenerte con vida en mi solitario corazón. Viviremos juntos y felices, amándonos sin peros, en mis noches de sueños. Porque mientras yo siga aquí, tu recuerdo jamás será olvidado.

Gracias por amarme, Lisandro Fuentealba. Gracias por demostrarme que puedo amar y ser feliz.

Gracias por permitirle a cupido amarte. 

Te amo, como lo hice en el pasado y como no dejaré de hacerlo en un futuro. 

David, alias, Cupido.

P/D: Feliz año nuevo, amor.

Nuestra última reunión [Gay]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora