Ery se despertó, se estiró flojamente y miró por la ventana de su habitación. Nuevamente había tenido aquel sueño, eran buenos recuerdos, pero había algo extraño en ello. Su sueño siempre comenzaba cuando iba en el auto de sus padres y su madrastra, feo nombre para la mujer que cuidó tan bien de ella a pesar de no ser su hija. Prefería llamarla por su nombre: Rebeca. Ery iba en el asiento trasero conversando con alguien, mientras su padre y Rebeca conversaban sobre ella. Sólo tenía siete años en aquel sueño, edad en la que se cambiaron de ciudad, y a diferencia de lo que ocurrió en aquella época, en su sueño no se sentía triste, sino emocionada. Mientras avanzaban, Ery iba hablando con alguien a su derecha, pero no lograba ver quién era. “Una nueva ciudad siempre trae nuevos amigos”-decía su Papá convencido, “y ya no tendremos que preocuparnos de su amigo imaginario” –respondió Rebeca, conversaban como si Ery no pudiera escucharlos. Su sueño terminaba cuando el auto se estacionaba, Ery miraba su nueva casa, y luego miraba al conejillo blanco de tiernos ojos a su lado.
Cuando abrió los ojos, volvió a tener diecisiete años, estaba en tercero medio y con una vida construida en su nueva ciudad. Nunca se olvidó de esos recuerdos, pero ahora estaban insistentemente acosándola en sus sueños.
Ery se incorpora, oye a Rebeca apurarle, entre sus sueños oye que Camila está abajo. Ery procesa las palabras un poco y como un efecto mágico, se levanta y se viste apresuradamente.
Camila es su mejor amiga, desde que se cambiaron a esa nueva ciudad. Tiene su misma edad, y el muy negro y atado en dos colitas a ambos lados. Pues, que es muy segura de sí misma también, algo que Ery admira.
- Menos mal – le dice Camila, una vez que van camino al colegio – me estaba asustado, la que siempre se atrasa soy yo, no tú...
Ery sólo guarda silencio, pues aún está en las nubes.
- ¿Ocurre algo? ¿Son los sueños nuevamente? ¿O…. es un novio nuevo, que no me has contado?Y Ery sabe a que se refiere, le hubiera encantado decirle que estaba viviendo la historia romántica que todo adolescente espera tener, y que eso era lo que le quitaba el sueño, pero no era así y empezaba a pensar que jamás lo sería ¿Desde cuando no le gustaba un chico? Ah, sí, desde que se trasladó a la ciudad. Pero ese no era el tema, eran esos sueños los que le hacían despertar con intensas ganas de seguir durmiendo, aunque se acostara muy temprano, era como si no durmiera nada. Camila le había oído ya una vez la historia de sus sueños, pero eso no podía ser una justificación.
- ¿Por qué no vas al Doctor, Ery? Quizás sea un trastorno… ¿Y si envejeces más rápido? Perderías toda oportunidad de encontrar a tu príncipe azul – Camila le habla ensoñadoramente, y ambas se largan a reír.
- No como tú – Ery le sonríe y le señala con la cabeza a un muchacho que viene hacia ellas. Una vez que está cerca lo saluda amablemente – ¿Qué tal Frank?
- Hola Ery – el chico mira a Camila, se nota algo nervioso, a pesar de su atractivo evidente – hola Camila… ¿Podemos conversar un ratito?
- Perdona Ery – Camila se ríe pícaramente, luego le susurra al despedirse con un beso – ¡parece que al fin!Ciertamente se veían bien juntos y parecían alegres. Ery había escuchado que a los enamorados le brillaban los ojos, sentían mariposas y todos esos lugares comunes, pero jamás se había decidido a preguntar a su mejor amiga si era cierto. Era la curiosidad la que la embargaba cada vez que veía una pareja en la calle. Tal vez las próxima vez que estuvieran solas se lo preguntaría, por saber.
Luego del colegio fue a su academia de Karate. Siempre se descargaba de cualquier pensamiento ahí, era ahora una especie de terapia para quitarse esa sensación insoportable de estarse perdiendo algo importante, mientras todos viven su vida con naturalidad. Al salir se desesperó, no había sido suficiente. Bueno ¿Qué seguía en la lista? Fuera de toda su rutina, Ery se dirigió al puente.
Aquel lugar sólo se le llamaba así “el puente”, hace tiempo que el río se había secado, sólo un charco misterioso se mantenía bajo las antiguas maderas desteñidas, en tiempos de calor, incluso. El puente tenía un aire a los antiguos puentes arqueados de los campos europeos, quién sabe a quién se le ocurrió poner semejante detalle arquitectónico en un barrio tan coriente e industrial. Como fuera, allí es donde podía relajarse y quitarse ideas locas de la mente. Permanecer ahí hasta que su adrenalina se apaciguaba.
Mientras andaba por aquellos callejones angostos, que llevaban hacia el puente, con la cabeza gacha y los pensamientos zumbándole en frente, Ery escuchó un sonido familiar, como un silbido suave, que se mezclaba con el viento. Miró de reojo hacia los lados ¿Podría ser cierto? En su cabeza sólo había una causa para ese sonido tan familiar. El silbido se repitió nuevamente y Ery estuvo segura. Era el silbido característico de Yui, su amigo imaginario.
Dejándose llevar un poco por la emoción, Ery quiso voltearse, pero de pronto, un auto acelerado giró en el callejón. La bocina piteó varias veces, pero Ery ya no podía apartarse, el auto estaba casi encima.