Mi amiga me dijo:
- Dejá que fluya solo, a lo mejor eso puede arreglar tu matrimonio.
En ese momento sólo hice un gesto con la cabeza.
Pero luego, pensando en sus palabras y mi silencio, encontré la respuesta.
¿Sabés por qué no?
Cuando uno ama a otra persona, inconscientemente deja ciertas marcas en ella. Es como si, cual artista, con un fino cincel fuera modelando suavemente ciertas partes del otro. Sin intentar que cambie, porque eso marcaría el fin del amor. Sólo poder pulir ciertas aristas, que el otro deje, mientras a su vez modelan parte de uno mismo.
Pero cuando uno es lastimado en lo más profundo, sangra por sus heridas. Y si, cuando éstas parecen cicatrizar, aparecen otras heridas sobre esas cicatrices, y si así sucede durante mucho, demasiado tiempo, terminás convirtiendo tu cuerpo y tu corazón en algo parecido a una piedra, aunque más no sea para protegerte.
Y el cincel en ese caso no marca, no crea, sólo destruye. Va corroyendo cada centímetro tuyo y con cada golpe transforma la piedra en polvo.
¿Pudo acaso Miguel Ángel corregir su Moisés, cuando al ver su obra tan perfecta lo golpeó con su maza, gritándole: ¡Parla, Parla!?.
¡No!, la huella en su rodilla forma parte de su monumental obra.
Un antiguo cuento oriental dice que un hombre, arrepentido de haber hablado mal de un vecino en público, visitó al sabio del lugar para preguntarle cómo lograr reparar su error.
- Yo te enseñaré, dijo el anciano. Recoge muchas hojas secas y vuelve a verme esta noche.
El hombre así lo hizo y regresó con las hojas, a la hora acordada.
- Ahora coloca una hoja seca en el umbral de cada casa de esta calle. Mañana temprano nos encontraremos nuevamente aquí, le dijo amablemente el anciano.
A la mañana temprano, el anciano le dijo al hombre:
- ¿Ves las hojas que dejaste anoche?
- No, señor, respondió el hombre.
- Ve a buscarlas y déjalas nuevamente sobre el umbral. Tienen que ser las mismas que dejaste anoche.
- Eso es imposible, noble anciano, el viento las llevó durante la noche.
- Entonces tienes que saber que de la misma manera que no se pueden traer las hojas que dejaste anoche, no puedes enmendar las palabras que al viento lanzaste. Apréndelo para la próxima ocasión, ya que esta vez es imposible corregir lo que hiciste.
Entonces, ¿sabés por qué no?.
Porque sólo sería posible recogiendo el polvo caído durante años. El mismo polvo diseminado por los vientos de la soledad y el desamor.
¿Sabés por qué no?.
Porque aún si eso pudiera hacerse, sólo obtendría una piedra, no a mí.